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El papel que están teniendo ciertas figuras del espectáculo como Ricky Martin, Residente y Bad Bunny en las manifestaciones sociales de Puerto Rico parece fundamental

En los últimos días se han vivido en Puerto Rico días agitados, una crisis social que el pasado 25 de julio alcanzó un punto crítico con la renuncia de Ricardo Rosselló, hasta entonces gobernador de la isla. Rosselló se encontraba apenas a la mitad de su mandato de 4 años, pero su administración fue incapaz de sortear un par de semanas de protestas multitudinarias, la más importante de las cuales reunió el 22 de julio a casi 500 mil personas.

La ruina de Rosselló fue ya inevitable cuando el 13 de julio el Centro de Periodismo Investigativo (CPI) de Puerto Rico dio a conocer un documento de casi 900 páginas cuyo contenido eran conversaciones sostenidas a través de la aplicación Telegram entre Rosselló y varios de sus colaboradores más cercanos, tanto de su época en campaña como candidato a gobernador como con algunos de los miembros de su gabinete después de haber ganado las elecciones.

Buena parte de los mensajes filtrados destacan por sus declaraciones ofensivas, discriminatorias y homofóbicas en contra de diversos personajes de la vida pública puertorriqueña: el cantante Ricky Martin (que hace poco se declaró públicamente homosexual), la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, y la integrante del Consejo de la ciudad de Nueva York, Melissa Mark-Viverito fueron algunas de las personas insultadas en estas conversaciones. Asimismo, el documento exhibió otros mensajes en los que Rosselló y su equipo se burlaron de las personas afectadas por el huracán María, que devastó Puerto Rico en septiembre de 2017, dejando tras su paso casi 3 mil víctimas y daños estimados en 90 mil MDD.

Y si bien todo ello es suficientemente escandaloso –pues muestra el tipo de gobernante que se encontraba al frente de la sociedad puertorriqueña–, el “Telegramgate” tuvo su puntilla al filtrar mensajes de los que se concluyó casi incontrovertiblemente la corrupción flagrante del gobierno de Rosselló. En específico, los mensajes evidenciaron operaciones de malversación de fondos públicos relacionados con los sectores educativo y de salud, además del abuso del cargo público de distintos funcionarios que traficaron información privilegiada con contratistas de distintos servicios (en especial de la construcción).

Esta combinación de circunstancias suscitó el enojo popular. El gobernador convocó a los funcionarios en activo involucrados en la polémica y a algunos de ellos les aceptó su renuncia. Por otro lado, la primera manifestación popular en contra de Rosselló tuvo lugar el 15 de julio frente a La Fortaleza, la residencia oficial del gobernador de Puerto Rico. 

Quizá este habría sido un episodio sin mayor trascendencia en la historia convulsa de las Américas de no ser por la inesperada relación del conflicto político y social con el mundo del espectáculo. Como mencionamos, en los mensajes se hizo alusión de manera despectiva a Ricky Martin y su preferencia sexual. A raíz de ello, el cantante de pop difundió varios videos en los que incitaba a la población de Puerto Rico a tomar las calles y protestar en contra de Rosselló. Pronto a Ricky Martin se le unieron otros cantantes de nacionalidad puertorriqueña, en particular los intérpretes de reggaeton Bad Bunny y Residente, y Olga Tañón, cantante de merengue y otros géneros tropicales. En la manifestación del 22 de julio, una de las más numerosas en la historia del país, estas y otras figuras del espectáculo participaron activamente e incluso dirigieron mensajes in situ a los asistentes. 

En este contexto, los mencionados Bad Bunny y Residente interpretaron “Afilando los Cuchillos”, una canción con una letra claramente combativa, que toda proporción guardada bien puede inscribirse en la amplia tradición de música nacida en plena efervescencia social (como "Bella ciao” o “Le Temps des cerises”).

En vista de dicho involucramiento, ciertos analistas han visto en esos cantantes “agentes de cambio” sin los cuales es posible que estos tumultos no hubieran tenido mayores repercusiones. Como sabemos de sobra, en nuestras sociedad las figuras del espectáculo tienen una influencia enorme en la población general, en prácticamente todos los países del mundo, pero no es para nada común que dichos personajes usen dicha repercusión más allá de sus propios fines. De hecho, mezclar el showbiz con la política suele ser mal visto, lo mismo por empresarios que por el público en general, y el “artista” que mezcla el mundo del espectáculo con el devenir político de su país o su ciudad casi siempre pierde el fervor de sus seguidores. 

A primera vista esta reacción podría parecer difícil de entender, pero si reflexionamos por un momento es muy lógica: cuando un cantante expresa una opinión política, de alguna manera rompe el pacto tácito de entretenimiento que existía entre él (o ella) y sus seguidores, quienes estaban atentos de sus actividades con el propósito fundamental de distraerse de lo serio. Hacer alusión a la política es rasgar ese velo que el entretenimiento provee y recordarnos el mundo que habitamos: no el mundo glamuroso de la “vida de artista” cuyos resplandores vemos pasar apenas en las pantallas de nuestros dispositivos, sino más bien ese mundo corrupto, arduo, desesperanzado quizá, manifiestamente falible sin duda… 

Con todo, ese oropel con que se cubre el mundo del espectáculo suele hacernos perder de vista que al menos en el caso de la música en América Latina, su origen suele ser primero popular y sólo después, cuando su éxito se adivina ineludible, entonces es adoptada por la industria y el mainstream. Dicho de otro modo, sus protagonistas –cantantes, compositores, arreglistas, productores, etc.– suelen tener un origen popular, lo cual en las sociedades latinoamericanas abarca un rango que va de la pobreza a la clase media, y difícilmente nada más allá en la pirámide social.

Quizá haya entonces un punto en donde la relación entre el mundo del espectáculo y el de la política se vuelve ya impostergable. En esas condiciones, pareciera que se vuelve más costoso para el artista continuar negando el compromiso que lo une ineludiblemente con las clases populares de las cuales también procede. Y si las condiciones están dadas, parece que entonces al público ya no le molesta la relación de su artista con la política. Por el contrario, la acepta y la respalda y es posible que se le considere incluso como una muestra de complicidad y simpatía. Después de todo, a pesar de sus logros, el artista parece no haber olvidado el lugar de donde salió. 

A cambio, valdría la pena que el gran público se diera cuenta también de los efectos que se viven cotidianamente por rehuir lo serio y lo importante y entregarse sin mesura a las mieles engañosas de la distracción. Como bien señaló Platón, “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”.

Por todo esto, si bien parece exagerado atribuir una importancia decisiva a la participación de Ricky Martin, Residente o Bad Bunny en el movimiento social que está ocurriendo ahora en Puerto Rico, no es tan fácil desdeñarla tampoco. Ni la conciencia ni la participación sociales son espontáneas, sino que usualmente son fruto de una elaboración paciente, caprichosa y extendida en el tiempo. En Puerto Rico hace muchos años que existe un movimiento serio de aspiraciones independentistas (recordemos que la isla pertenece a los Estados Unidos bajo el estatus geopolítico de “Territorio Libre Asociado”). Con todo, la presencia de una o varias figuras atractivas para la sociedad, influyentes, carismáticas incluso, suele ser un factor necesario para detonar cualquier cambio social de trascendencia.

¿Será que los Napoleón o los Che Guevara de nuestra época saldrán de los estudios de grabación de un hit para el verano? Sin duda es muy pronto para decirlo, pero de ser así, esta no sería la primera vez que la historia humana da un golpe de timón hacia lo improbable.

 

Twitter del autor: @juanpablocahz