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La vida en las grandes ciudades puede conducir a actos desesperados

Como muchos sabemos por experiencia, uno de los principales problemas de las grandes ciudades es su densidad de población. Millones de personas conviven todos los días en un espacio que aunque podría ser amplio en otras condiciones, para esa cantidad de habitantes siempre es insuficiente.

Una situación muy específica en donde dicho hacinamiento cobra una realidad cotidiana es en el transporte público, el cual, invariablemente, en todas las grandes metrópolis del mundo, tiene al menos dos momentos en que se vuelve casi insoportable: la mañana, cuando buena parte de los habitantes de la ciudad se desplazan hacia el lugar de sus ocupaciones (trabajo, escuela, etc.), y la tarde, cuando la gente regresa a su casa. 

En esos momentos, el metro, el tren y los autobuses suelen presentar todos el mismo aspecto: vagones repletos hasta lo inimaginable (aun en contra de las leyes más elementales de la física clásica), rostros pegados contra los cristales de las puertas de entrada y salida, los cuerpos uno al lado del otro de personas que no se conocen entre sí y que no volverán a verse ni a coincidir en toda su vida, entre otras situaciones no menos insólitas.

De ahí que un asiento en el transporte público sea uno de los bienes más preciados en una ciudad. Un bien quizá efímero y cuya utilidad es sumamente particular, pero por el cual muchas personas son capaces de luchar, imaginar argucias para obtenerlo o simplemente agradecer cuando la suerte les entrega uno. Después de todo, viajar sentado es una de las formas más sencillas de evitar la mayoría de las incomodidades habituales en este tipo de viajes.

Sabedor de este valor que tiene en el imaginario un asiento en el metro o en el tren, un hombre en Japón publicó un anuncio en línea en el que justamente ofertaba la posibilidad de viajar sentado en el tren suburbano que hace el trayecto entre la prefectura de Chiba y el centro de Tokio, siendo éste uno de los traslados más concurridos de la capital japonesa, de poco menos de 2 horas de duración.

El hombre se sirvió del sitio web Mercari, especializado en anuncios de ocasión, para hacer su oferta. Según su descripción, dado que él subía al tren todos los días en Chiba, podía asegurar la posesión temporal de un asiento. Para poder completar la transacción, este astuto pasajero ofrecía los datos del tren y el vagón en donde viajaría, para que así pudiera ser identificado por su posible cliente.

El precio inicial que el hombre fijó para el asiento fue de 2 mil yenes (18 dólares, aproximadamente), pero cabe decir que su anuncio estaba publicado en forma de subasta, por lo cual los usuarios de la plataforma pudieron haber elevado ese precio.

Lo planteamos de esa manera porque al poco tiempo de publicación del anuncio, el sitio Mercari lo eliminó, pues violaba no sólo sus políticas de uso, sino sobre todo las leyes locales tanto de Tokio como de Chiba, en las cuales subastar un asiento de tren se considera una falta acreedora a una multa de hasta 500 mil yenes (4 mil 600 dólares).

Como sea, este simpático incidente demuestra hasta qué punto el transporte público en Tokio es insuficiente para la cantidad de habitantes que habitan la ciudad y su zona conurbada (la llamada Área del Gran Tokio), cuya población conjunta se estima en 38 millones de habitantes.

 

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