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En Twitter, la democracia tiende a la tiranía

Marshall McLuhan dijo famosamente que "el medio es el mensaje". Esta sencilla frase es probablemente la más importante en la historia de la teoría de la comunicación. Con dicha frase, McLuhan quiere decir que sin importar el tipo de contenido que emitamos o recibamos, cada medio tiene ciertas características que determinan la comunicación que es posible dentro del mismo, y esto influye en nuestra conductas y moldea nuestra mente hasta el punto de que cada nueva tecnología amputa una capacidad a la vez que amplifica otra. La pólvora hizo que las personas dejaran de desarrollar habilidades de arquería; el teléfono desplazó la habilidad de escribir cartas; los teléfonos celulares, la habilidad de recordar listas de números; los mapas GPS, la habilidad de orientarse en las ciudades o recordar los nombres de las calles. Y así sucesivamente. Más importante que esto son las amputaciones que no son tan obvias. Algunos teóricos han sugerido que las redes sociales y las comunicaciones mediadas amputan la capacidad de los nativos digitales para relacionarse sin el uso de la tecnología, la capacidad de sostener la mirada, de poner atención y entablar conversaciones significativas.

En el caso de Twitter, es posible que el uso de esta plataforma esté amputando la discusión política y la discusión filosófica profundas, las cuales requieren de cierta pausa para la reflexión y de una interacción cara a cara para encontrar rapport o para que las ideas se gesten desde la alta fidelidad que sólo es posible al estar en un mismo espacio, respirando el mismo aire, viendo las reacciones fisiológicas de cada persona, sintiendo el "espíritu" del momento. El arte del discurso, que para los filósofos griegos era algo esencial para la vida política y la vida del alma, queda reducido a un tuit viral o a un meme.  

Cuando Twitter se convierte en la nueva ágora, en el nuevo foro de discusiones y en el nuevo espacio para dar a conocer al mundo las decisiones políticas, hay algo que se gana y se pierde. Se gana una cierta comunicación directa entre el poder y el público, aunque esta aparente intimidad puede ser muy engañosa, pues las personas difícilmente llegan a interactuar con las celebridades o las personas en el poder; interactúan con sus equipos, con sus community managers. La supuesta interacción directa e intimidad acaba siendo un mito, de la misma manera que el popular eslogan de las compañías de tecnología "conectando a las personas" es un mito. Asimismo, es posible que se pueda ahorrar un poco de la pompa innecesaria de la comunicación estatal, pero a la vez se pierde el arte del discurso, de la retórica en el sentido original del término, el arte de la persuasión a través de la razón. Por otro lado, la democracia en Twitter se parece un poco al esquema de Platón  en La república, donde ésta deviene en tiranía y cae fácilmente en comportamientos irracionales. El derecho indiscriminado a la opinión, independiente de la calificación de cada opinión o de cada individuo que opina, baja el nivel de la discusión y mitiga la influencia de los expertos. En vez de que se escuche la voz de los que saben tripular una embarcación, el grito de la muchedumbre que quiere mover el timón ahoga la señal de mando. El comportamiento de la masa, que suele buscar aprobación para sus ideas y que tiende a existir en oposición a un enemigo en común, hace que fácilmente se formen turbas enardecidas que se retroalimentan entre sí. Pese a que estas masas expresan solamente opiniones, generalmente sin tener muchos conocimientos, fácilmente consumiendo fake news y residiendo en cámaras de ecos y burbujas de filtro, cuando llegan a exponenciarse, convirtiéndose en una "masa crítica" o lo que ahora es un "trending topic", la sociedad y los políticos empiezan a tomar sus opiniones como una expresión de la mayoría, como la voluntad del pueblo, como un barómetro de la sociedad al cual deben ajustarse para mantener su legitimidad o ganar votos. Esto efectúa una especie de tiranía o dictadura de la ignorancia, a lo que también contribuye que esta masa suele estar influida por la presencia de bots y algoritmos que enrarecen el ambiente a veces de manera meramente caótica y a veces sirviendo a ciertos intereses. Esto hace que no sea muy exacto decir que las tendencias en las redes sociales son expresiones genuinas de la opinión de la sociedad, pero aun así, ante el poder de la métrica que encandila a nuestra sociedad, son tomadas como contundentes expresiones del vox populi. Por otro lado, debido al dominio de lo que puede llamarse la información rápida (en el mismo sentido de la "comida rápida"), ésta hace que las personas no estén lo suficientemente educadas como para participar con criterio en una democracia, siendo incapaces de distinguir lo que es mera opinión o incluso lo que ha sido fabricado expresamente para persuadir su voto, del conocimiento y los hechos.

Vemos también en las redes sociales la fácil escalada de comportamientos emocionales que impiden la reflexión racional. Esto se debe en parte al hecho de que las personas sienten que deben expresar su opinión y que su opinión vale tanto como la de cualquiera, pues a fin de cuentas, vivimos en un mundo en el que se sugiere que no existe ningún valor trascendente y todo debe leerse, entonces, como una lucha de poder. Pero sobre todo, se debe al hecho de que estas herramientas permiten escudarse bajo la virtualidad y a veces hasta en el anonimato. Esto no necesariamente es algo negativo (el anonimato puede usarse de manera creativa y demás); el problema surge cuando se toman decisiones políticas en relación a lo que sucede en Twitter y cuando se utilizan perfiles de redes sociales para "hacer montón" o crear un efecto de masa. Bajo el escudo de la virtualidad -de no tener que enfrentar a la persona que se agrede o a la que se cuestiona- se producen comportamientos airados, violentos, confrontacionales y en general poco reflexivos. Como hemos visto en los últimos años, la naturaleza "viral" de Internet fácilmente hace que nos "infectemos" de ideas nocivas o de baja calidad. Como señala Douglas Rushkoff, la gente esparce memes tanto si le gusta algo como si no le gusta o se siente indignada por el mensaje, dando juego, de esta manera, a ideas racistas, sexistas o inflamadas por odio, o simplemente de bajo nivel intelectual, lo cual ahoga a la red en un mar de irrelevancia, como predijo en los años 80 del siglo pasado Neil Postman. El verdadero activismo hoy en día suele ser no retuitear y apagar las pantallas. 

Otro factor a considerar es que el Internet, tanto en su código como en la forma en que se expresa en sus plataformas o aplicaciones, obedece a un lenguaje binario, dicotómico, que se refleja en la polarización de las redes sociales. Fácilmente se crean bandos enfrentados los unos con los otros, y ya que el espacio mismo no permite la reflexión profunda y la virtualidad no tiene la riqueza de señales de lenguaje corporal de la realidad inmediata, las personas se encasillan y etiquetan. O son neonazis o son comunistas, o son chairos o son fifís, o están contigo o son tus enemigos. Las redes sociales no favorecen el espacio en medio, el camino de la moderación, la reflexión que no busca ser espectacular o provocar, aquella que se mueve entre un mundo anfibio y que solamente puede valorarse cuando no se está buscando sacarle algún provecho inmediato. La razón por la cual los políticos se han subido a Twitter es la misma que la de las celebridades: para sacar ganancias, para emplear las nuevas herramientas tecnológicas con el fin de explotar las vulnerabilidades humanas, cosas como el deseo de pertenencia, el miedo a perderse algo (FOMO), el aislamiento del individuo detrás de la pantalla y demás.

Por último, hay que decir que el asunto de hacer política en Twitter o de juzgar a las personas por sus tuits es muy delicado, pues cuando se deja ir la masa tumultuosa ante una persona o con un cierto tema a veces se puede producir una especie de linchamiento virtual que puede tener efectos en la realidad. Las personas pueden perder su trabajo de un día para el otro, ser ostracizadas, deprimirse, etcétera, en ocasiones simplemente por un ímpetu descontrolado o por un meme que se salió de control. Vivimos en la sociedad de la información, se ha dicho; y más precisamente, en la sociedad en la que no se discrimina entre información y conocimiento. La diferencia es importante porque la información es solamente aquello que es útil, lo que nos sirve por el momento. El conocimiento, en cambio, permite construir estructuras y fundamentos en los cuales basarnos y a partir de los cuales relacionarnos con los demás y con la misma realidad de un modo no utilitario. Esto es, a través de valores y principios que no están sujetos a modas y caprichos sino que se apoyan en el conocimiento científico, filosófico y espiritual de la humanidad.