Dejar que los niños sientan estrés y frustración podría volverlos más fuertes
Sociedad
Por: Luis Alberto Hara - 03/11/2019
Por: Luis Alberto Hara - 03/11/2019
En la larga conversación de este milenio sobre las fórmulas para tener niños extremadamente hábiles e inteligentes hay un hueco en el que las nuevas teorías de crianza parecen no ser tan exitosas. Mientras más hablamos sobre cómo hacer a los niños más “resilientes”, las tasas de trastornos de ansiedad y depresión continúan aumentando rápidamente entre los adolescentes.
Nassim Taleb inventó la palabra “antifrágil” y la utilizó en su libro homónimo para describir los sistemas que se benefician de los choques, los desafíos y el desorden. Los huesos y el sistema inmune son dos grandes ejemplos; ambos requieren la exposición a cierto tipo de gérmenes en la infancia para desarrollar toda su capacidad. Los padres que tratan a sus hijos como si fueran frágiles (alejándonos de la suciedad, el frío, los animales…) están privando a sus sistemas inmunes de las experiencias que necesitan para protegerse mejor en el futuro. Para ser más fuertes.
Lo mismo sucede con las capacidades sociales y emocionales de los niños que crecen sin estrés y retos: son tan frágiles como su sistema inmunológico. El tema es polémico, pues la línea en la que se dibuja la independencia y la negligencia está en una frontera difusa; los niños necesitan ser protegidos de peligros lógicos, necesitan amigos y una figura protectora y amorosa que les dé un ambiente sin miedos ni violencia. Sin embargo, los breves períodos de estrés y frustración no son perjudiciales; son esenciales. De la misma manera que las vacunas inducen la inmunidad contra la enfermedad exponiendo al cuerpo al virus en cuestión, exponer a nuestros hijos al estrés es una manera de inmunizarlos contra las situaciones desagradables del futuro. O al menos, de ayudarlos a enfrentarlas mucho mejor.
La sobreprotección es un tema generacional. A partir de que la televisión por cable y el Internet expusieron mediáticamente los peligros y los crímenes terribles, extraños del planeta, el juego al aire libre y la movilidad independiente disminuyeron. El tiempo frente a una pantalla y las actividades supervisadas minuciosamente por los adultos aumentaron. Todas las generaciones antes de los años 90 tienen más historias épicas de juegos al aire libre y aventuras que las que vinieron después. Tan sólo por poner un ejemplo.
Sin embargo, esas historias de aventuras épicas y juegos sin supervisión tienen las virtudes de crear mundos en los que los niños ponen las reglas. En los momentos de juego libre surgen pequeños conflictos y pequeños peligros que son esenciales para el desarrollo de la competencia social e incluso física. Todas esas aptitudes cruciales en la vida adulta que comienzan a forjarse desde las versiones medidas de la niñez.
Ellen Sandseter y Leif Kennair (investigadores noruegos) escribieron sobre los “efectos antifóbicos de las experiencias emocionales”. Notaron que los niños buscan, de manera espontánea, aumentar el riesgo en sus juegos, lo que incrementa su capacidad de afrontar los riesgos posteriores. En sus estudios, Sandseter y Kennair también advierten sobre un aumento de neuroticismo o psicopatología en la sociedad si a los niños se les impide participar en juegos de riesgo adecuados para su edad. Las estadísticas de salud mental norteamericanas y británicas apoyan esa hipótesis: los niños nacidos después de 1994 tienen tasas más altas de trastornos de ansiedad y depresión que la generación anterior. Junto a la tasa de depresión, se incrementó la tasa de suicidios.
¿Criar a nuestros hijos más libres y expuestos al estrés y a los problemas podría revertir estas tendencias? ¿Cómo criar a los niños para enfrentar los desafíos –mínimos e importantes– de la vida? El concepto de “antifragilidad” expone claramente que nuestras mentes y cuerpos se fortalecen de los choques, de los retos y de las dificultades.
Por supuesto, deberíamos trabajar eliminando los peligros físicos de la vida de nuestros hijos, además de enseñarlos a tratarse con amabilidad y respeto siempre. Pero también podríamos volver de una manera más consciente a la época en la que dejábamos a los niños crecer y recorrer sin nosotros. Pensemos en el término “helicopter parent” como precisamente lo contrario: padres que orbitan alrededor de sus hijos y están pendientes e involucrados en cada paso y cada decisión. Los niños deberían desarrollar la habilidad de enfrentar sus pequeños miedos y pequeños problemas con más independencia. Tal vez eso los ayude con los grandes retos y grandes problemas venideros. La satisfacción que siente un niño cuando da un recado o completa una tarea por su cuenta es irremplazable.
Nadie puede garantizar que criar niños más independientes hoy reducirá la tasa de suicidios de adolescentes mañana. La sobreprotección infantil y la enfermedad mental en la adolescencia tienen vínculos fuertes, sugerentes pero no definitivos, además de otros hilos causales probables. Sin embargo, hay buenas razones para sospechar que al privar a nuestros niños de todas las experiencias que necesitan para ser fuertes, estamos obstaculizando su crecimiento.