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Agresiones hacen que se cancele la final de la Copa Libertadores

La prensa argentina la había llamado la final del siglo: River Plate vs Boca Juniors, disputando la Copa Libertadores, ida y vuelta en Buenos Aires. Era la final del siglo, pero no por el nivel del fútbol, sino por el nivel de pasión que despierta. A veces se confunde el interés que genera algo -el fanatismo y la pasión- con la calidad, con la belleza. Es muy distinto. Y los incidentes de hoy prueban solamente que este es el partido que más pasión, que más enajenamiento provoca, que más priva de sí a los aficionados. 

El primer partido se jugó el 11 de noviembre, después de que se había suspendido por lluvia. En comparación, fue un partido calmado. Empataron 2-2. Hoy cuando el autobús de Boca se acercaba al estadio, fanáticos del River lo recibieron con botellas de cerveza, piedras y demás proyectiles, rompiendo vidrios y lesionando a dos jugadores del Boca que debieron ir al hospital. La policía disparó gas mostaza para contener a los vándalos, lo cual también afectó a los jugadores del Boca. Casi ocurre una tragedia, según el conductor del vehículo, quien narró que en el momento del ataque se desmayó y el vicepresidente del Boca tuvo que tomar el volante. El conductor dijo: "Para mí era una zona libre de fuego, íbamos a un partido de fútbol, no a una guerra". Esa frase lo dice todo. Luego hubo una disputa entre directivos. El Boca y el River querían declarar desierto el torneo. La CONMEBOL -protegiendo su negocio- quería que se jugara. El jugador Carlos Tévez dijo que "los estaban obligando a jugar". La violencia, la ambición y la corrupción del fútbol argentino son una trinidad inseparable.

En las redes sociales se pueden ver videos de fanáticos bebiendo y escondiendo bengalas y proyectiles en sus propios hijos. Videos de aficionados del River rompiendo vidrios y robando pertenencias de autos o atacando a los jugadores del Boca, no sólo afuera, sino incluso ya en los vestidores del estadio. Los miles de aficionados, los "hinchas", se deslindan por supuesto de los "delincuentes" y dicen que son apenas unos pocos, unos 500, algo así. Tal vez. Pero esto ocurre casi siempre. ¿Quién puede garantizar la seguridad? ¿Cuál es el sentido de generar estas rivalidades además de, como ellos mismos dicen, la guita? Los violentos son también víctimas de la operación económica que necesita arrastrar a las masas, vender "el partido del siglo", el evento más significativo en la vida de los fanáticos. El momento culminante de su religión. 

Y sin embargo, el show tiene que continuar. Oficialmente el estadio fue clausurado, pero sólo es necesario pagar una multa y pueden jugar mañana. Lo lógico era que se cancelara el juego o al menos que se jugara a puerta cerrada, pero el negocio manda y según el estatus actual (que puede cambiar si entra un poco de razón) mañana se jugará, con el público llenando las gradas del Monumental. ¿Quizá temen la violencia de los aficionados que ya compraron sus boletos?

Ante todo esto sólo queda referirnos a Borges, el argentino más eminente de la historia, a quien, en contra de toda la marea popular de su país, no le gustaba el fútbol. Le parecía que se trababa más de generar fanatismo que del deporte en sí mismo y que, como el nacionalismo, contribuía finalmente a una pasión enajenante. Quizá Borges no entendió mucho el fútbol, y ciertamente tiene sus aspectos positivos, pero días como este parecen darle la razón.