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'Tierras líquidas': el paraíso roto y la búsqueda de la identidad en la Riviera Maya

Libros

Por: Luis Alberto Hara - 09/23/2018

Un libro que narra desde el crisol de la antropología líquida el boom de la Riviera Maya; y crónica de la pérdida de la inocencia y la destrucción de un paraíso turístico

La tragedia ecológica más grande de la historia: El descubrimiento de América.
Jacques Cousteau

El fenómeno del Caribe mexicano, la explosión desmedida de destinos turísticos de "clase mundial" en los cuales se oculta a la vez que se revela una identidad en tránsito, fincada en raíces de agua... Un fenómeno que no ha sido realmente estudiado desde dentro, de la única manera que puede hacerse: como una polifonía nómada, hecha de jirones, de impresiones ambulantes, de conversaciones entre viajeros -tomando unas cervezas, fumando porros, tocando música en la calle-, de conexiones inesperadas... postales de un cuerpo líquido. Esto es lo que ha hecho Igor Nieto Joly en Tierras líquidas, una antropología fugitiva de Cancún, Tulum y sobre todo Playa del Carmen, esa ciudad energética y demoníaca que en 20 años ha pasado de tener 5 mil personas a 250 mil. 

Nieto vivió unos años en Playa del Carmen y mientras trabajaba como fotógrafo de bodas (algunas de ellas celebradas en la excasa de Pablo Escobar), llevando a turistas a nadar con tiburones ballenas y otros trabajos ocasionales, recogió las historias de personas que viven en estos lugares. Ningún lugar tiene una historia definitiva, la memoria está siempre agujerada y, por lo demás, bebe de la imaginación, pero si acaso se podría contar la historia de un lugar de manera que podamos siquiera acercarnos a sentir todo lo que es, esta historia, especialmente en un lugar en el que todos están de una u otra manera de paso, donde todos vienen huyendo de algo y buscando otra cosa, debería contarse a través del abanico de la diferencia, a través de los contrastes y de las tensiones. Evidentemente, el ángulo de Nieto es limitado por sus propias características, pero aun así, el libro aspira con suficiencia a proveer esa multiperspectiva. Escuchamos de su propia voz las historias de vida de una partera maya, un pizzero italiano (uno de los fundadores de Playa) un pastor presbiteriano chilango, un fotógrafo francés, una maestra de yoga suiza, un mariachi veracruzano, una mochilera argentina, un director de marketing de hoteles mallorquín, un tarotista new age de Ciudad Juárez y varias personas más que viven en Playa del Carmen (o como le dicen también, Playa del Karma).

Todas las voces son parte de una sociedad amorfa, que se rehúsa a definirse, que quiere escapar de las etiquetas y los órdenes preestablecidos, pero que paradójicamente siempre está al borde de irse a otro lado, de regresar, en su deriva ansiando un centro, una estabilidad, un tiempo que ya no es. Aquellas fiestas en los orígenes en esas playas límpidas, cuando aún no llegaban los cruceros, cuando no se habían construido los hoteles all inclusive, donde cuerpos hermosos con inquietudes espirituales y sonrisas luminosas celebraban la energía virginal y la belleza impoluta de la naturaleza; aquellos días cuando el idilio era posible, el sueño mágico y místico de México, cuando se podía creer en que se vivía fuera de la sociedad y sus estructuras estultificadas. Como dice uno de los italianos que llegó a Playa en los años 80 del siglo pasado, "en ese entonces había una inocencia". Pero como dice un hombre español que ha visto el modelo de Mallorca de turismo de masas ir y venir, cada playa "paradisíaca" tiene también su ciclo: nace, crece, se desarrolla y muere. Una tierra que vende cierta pureza, cierta virginidad, cierta inocencia de la naturaleza, de la arena blanca de las playas, de la selva, del México profundo, adquiere también su muerte en el mismo impulso de su deseo. Y la gente que persigue el sueño después de un rato también pierde la inocencia, persiguiendo los dólares que vienen y van, o los cuerpos extranjeros que también aparecen fulgurantes por un momento y se pierden; buscando sacar provecho de ese flujo constante, de ese concurso de fuerzas sin centro. 

Paralelamente corre el correlato del boom particular, de esta extraña idea de progreso que es la Riviera Maya, la joya de la marca MÉXICO, ciudades sin razón de ser más que albergar turistas, sin historia. Lugares que inventan su identidad en función a los deseos del turismo. Tierras que eran antes de una civilización que misteriosamente se desvaneció, donde posteriormente se resguardaban piratas y donde se hacinaba a prisioneros; donde ahora imperan los narcos, los DJs, las modelos y los emprendedores; ahora paraíso momentáneo del jet set internacional y desastre ecológico en ciernes. Paraíso que, en todo su relumbre, muestra siempre ya su carcasa macilenta; en medio de la gente bonita y rica, no se logra evitar que se cuele el olor de la putrefacción. El aroma de las "muchachas en flor" y el copal se mezcla con el miasma y la podredumbre del manglar violado por "alguien de fuera". Hay tráfico a las 4:30am, personas que regresan de la fiesta o que van a un rave en un cenote se mezclan con los trabajadores que se dirigen al trabajo (a veces, teniendo que viajar 60km) y procesiones de "turistas robots telecomandados por guías" que van a una pirámide o a bucear.  

Tierras líquidas nos ofrece un retrato borroso y fragmentario de una "modernidad líquida", afectada de nomadismo, huyendo de las ciudades y del pasado para buscar una vida holística y cósmica o sólo más simple, que ya no existe o que brota por un instante para ser devorada por el deseo de expansión, por una voluntad de poder que nunca alcanzará la paz. Es también una crónica vagabunda del avasallamiento de las tradiciones -avasallamiento sobre avasallamiento, de lo poco que quedaba-, de la premura inconsciente del capital. Hoteles que se erigen sobre patrimonios de la humanidad, reservas de una diversidad iridiscente que son ofrecidas no al mejor postor sino al primero. Una radiografía no sistemática también de la identidad del mexicano, de sus complejos de inferioridad, de su desidia, de su paciencia, de su simpatía, de su bonachonería, de sus compensaciones psicológicas (sentirse conquistados y ahora querer conquistar a las mujeres extranjeras, fracasando generalmente justo por estar atados a su malinchismo y a su machismo, acaso poco preparados para el surgimiento del nuevo Shakti). E incluso, en menor medida, de la identidad de los argentinos (distinguibles por su egoísmo, según una guía de turistas argentina) y de los italianos, quienes han sido los pioneros siempre, los grandes conquistadores de tierras desconocidas, amantes de la vida fácil, astutos y carismáticos pero fáciles de corromper y duchos para la estafa. 

Las vacaciones, esa invención moderna, infinito recurso del mercado, deber oficinista, único aprisco de la realidad asfixiante, mezcla de candor onírico y artificialidad empalagante. Cabañas ecochic. Espiritualidad de fin de semana. Nuevas colonias. ¿Futuros infiernos? ¿Nuevas Ibizas o nuevos Acapulcos? Dice Nieto:

Nadie nació aquí, nadie creció aquí, nadie fue a la escuela aquí, nadie tiene amigos de la infancia o familia aquí... escenarios adaptados a las exigencias extranjeras de las que depende, donde artificialmente se genera una identidad local que puede ser reinterpretada para satisfacer las demandas de un mercado mundial en búsqueda de experiencias "exóticas". 

Y sin embargo... el sol y el mar... la belleza y el sueño y la magia...

 

Fotos: Igor Nieto Joly

 

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