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Crónicamente enfermo, rico, tomando pastillas diario: así es el paciente perfecto para la industria farmacéutica

Salud

Por: Jimena O. - 09/04/2018

Médico de la Universidad de Columbia muestra cómo el sistema de salud basado en la intervención y no en la prevención es la fuente de todo tipo de problemas

El médico Clayton Dalton ha escrito un notable artículo en la revista de filosofía Aeon. En dicho texto, Dalton analiza primero la situación de la industria médica y sobre todo del mercado financiero, que hace que las grandes empresas farmacéuticas y de salud necesiten de la existencia de pacientes crónicos. El médico considera que el paradigma económico en el que vivimos y ciertas tendencias del mercado hacen que sea muy poco rentable curar de raíz una enfermedad y no sólo tratar los síntomas.

Un caso que ejemplifica esto parece ser el del medicamento Harvoni, que cura completamente la hepatitis C. De un año astronómico de 13.8 mil millones de ingresos en el 2015, en el 2018 se proyecta que por la venta de Harvoni y otros cuatro medicamentos que tratan la hepatitis C ingresarán solo 4 mil millones de dólares. La siempre perversa Goldman Sachs ha investigado el caso y advierte a los inversionistas que el caso del Harvoni revela algo de lo que se debe tener cuidado: un fármaco que cura demasiado y erosiona su propio mercado. En otras palabras, es mal negocio curar completamente una enfermedad, pues de esta manera no se tienen enfermos que son clientes frecuentes. "En un sistema movido primordialmente por obtener ganancias, algunas enfermedades o tratamientos están condenados a languidecer simplemente porque no son lucrativos", escribe Dalton. 

Dalton explica que otro elemento que juega en contra del desarrollo de tratamientos verdaderamente curativos tiene que ver con la llamada "Orphan Drug Act". En 1982 se aprobó una ley que incentivaba a las farmacéuticas a desarrollar medicamentos para enfermedades raras o "huérfanas", las cuales no eran rentables. Las farmacéuticas recibían subsidios y 7 años de exclusividad en el mercado. Esto ocurrió luego de que Quincy, la serie de TV, transmitiera un episodio en el que se contaba la historia ficticia de un niño con el síndrome de Tourette que se suicidaba. Se investigaba el caso y se entrevistaba a representantes de la industria farmacéutica, los cuales explicaban que no había medicamentos para estas enfermedades porque no eran rentables. La ficción probó ser verdad.

Ahora bien, esto parece ser una buena idea, pero como Clayton Dalton señala, en realidad la apuesta por las "orphan drugs" ha distorsionado al mercado, pues con el tiempo estos medicamentos se han convertido en enormemente rentables, ya que al tratar enfermedades raras, la mayoría de las cuales son crónicas, suelen venderse a grandes costos -además del subsidio-. La apuesta por estos medicamentos evita que se desarrollen mejores tratamientos para enfermedades más comunes. En el 2010, el 30% de los medicamentos aprobados por la FDA fueron para medicamentos huérfanos, pese a que las enfermedades que entran dentro de esta clasificación sólo afectan al 10% de la población. Mientras tanto, el tratamiento para condiciones cardiovasculares y el desarrollo de antibióticos se ha anquilosado. 

Dalton analiza quizás el momento más significativo y en cierta forma oscuro en la historia del sistema de salud estadounidense -modelo que es común a muchos otros países-. Al tiempo que se estableció la industria de los seguros médicos a finales de los años 50, se desarrolló también un modelo en el que "los doctores eran pagados por intervenir en lugar de prevenir". Esto significó que los medicamentos "que podían ser comprados y vendidos, se priorizaran por sobre cambios de estilo de vida que no podían [comprarse o venderse]". Estos medicamentos, estando el tratamiento cardiovascular en la vanguardia, han probado ser efectivos en el caso de la extensión de vida, pero no proveen una cura, sólo ofrecen control sin lidiar con la causa. El negocio es enorme: las estatinas producirán en un par de años más de 1 billón de dólares anuales, y las compañías de seguros también se benefician, ya que entre más tengan que gastar para reembolsar a los médicos, más dinero ganan. Sin embargo, Dalton advierte que no se trata de una teoría de la conspiración de malignas compañías farmacéuticas, sino de una consecuencia lógica de la noción de que el cuidado a la salud es una industria y no un servicio. 

Por otro lado, Dalton considera que es posible, con ideas innovadoras, seguir generando ganancias y cambiar el modelo hacia uno preventivo. Tal es el caso del médico e investigador Dean Ornish, cuyo programa ha reducido los gastos por procedimientos cardíacos en un 50% en 3 años y aun así ha producido ganancias para una compañía de seguros que le apostó a su programa. Para que estos planes funcionen es necesario que la persona asegurada se mantenga durante un período largo con su aseguradora, para que ésta se dedique a invertir en un cambio de estilo de vida para su cliente. En vez de recibir dinero del seguro para comprar medicinas, pagar doctores y estudios, la aseguradora provee comida orgánica, dietas, entrenadores para hacer ejercicio, terapia, etc. Menos pastillas y más vida. Pero, por supuesto, no son muchas las aseguradoras que se atreven a jugársela por un programa así. A fin de cuentas, lo que resulta esencial es un cambio de paradigma hacia una visión de la salud y asimismo de la economía a mediano y largo plazo, y no a corto plazo. No pensar en sentirse bien hoy o en ingresar mucho el siguiente cuatrimestre, sino en invertir en algo sustentable.