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"Ata" es el nombre con que se bautizó este extraño esqueleto que un cazador de tesoros encontró en el desierto chileno de Atacama

En agosto del 2003, Oscar Muñoz viajó a La Noria, un pueblo abandonado en pleno desierto de Atacama, en el norte de Chile. Muñoz buscaba entre las ruinas de una iglesia algún tipo de objeto valioso que después pudiera vender, pero para su sorpresa se encontró con algo más: un pequeño esqueleto momificado, de poco menos de 15cm de altura, envuelto en un paño blanco. La criatura tenía aspecto humano, pero no totalmente, y en especial su escasa estatura hizo el hallazgo un tanto extraordinario. Muñoz tomó el esqueleto y salió de La Noria con rumbo a Iquique, ciudad en donde uno de sus compradores habituales de las reliquias que encontraba le ofreció el equivalente a 60 dólares por dichos restos. A partir de entonces comenzó la exposición mediática del esqueleto y las especulaciones sobre su origen; por otro lado, el esqueleto fue bautizado espontáneamente como “Ata”. 

Previsiblemente, la hipótesis que más circuló entonces a propósito de su peculiar aspecto le atribuyó una filiación extraterrestre. Si bien su parecido con la estructura de un ser humano era evidente, la forma cónica y alargada del cráneo hizo pensar de inmediato en esas representaciones pop que se han hecho de las criaturas alienígenas. A la par, la disidencia científica afirmó que a todas luces se trataba de un ser de este mundo, muy probablemente de un feto abortado por una mujer. 

Al final “Ata” terminó en manos de un empresario español, Ramón Navia-Osorio, presidente del Instituto de Investigación y Estudios Exobiológicos y entusiasta investigador de los fenómenos asociados con la vida extraterrestre, quien lo compró para poder analizarlo o hacerlo analizar. 

En el 2012, un grupo de investigación integrado por científicos de la Universidad de Stanford y dirigido por Steven Greer emprendió la tarea y tomó algunas muestras de tejido del esqueleto para analizar su material genético. Paralelamente, Greer recuperó muestras de la médula ósea y las envió a Garry Nolan, especialista en inmunología adscrito también a Stanford.

Del primer análisis se concluyó que, en efecto, la criatura compartía material genético con el del ser humano y que su antigüedad era de aproximadamente 40 años. Sin embargo, sea por verdadero rigor científico o por una estrategia mediática asociada con la producción del documental Sirius (Amardeep Kaleka, 2013) que se realizó a partir de estudio de “Ata”, se dijo entonces que dichas pruebas no eran concluyentes, en especial poque no parecía haber una explicación de su tamaño tan reducido.

Ante esas dudas, Nolan decidió realizar sus propios análisis con las muestras que había recibido. En colaboración con Atul Butte, genetista de la Universidad de California, realizó una tomografía computarizada de la médula ósea de “Ata” e igualmente la observaron a través de rayos X, y además de llegar a la misma conclusión de que su material genético es incontrovertiblemente humano, encontraron la respuesta al enigma del tamaño del esqueleto: mutaciones en los genes responsables de la producción de colágeno y la formación de las articulaciones, las costillas y las arterias.

De acuerdo con el reporte de sus investigaciones dado a conocer el pasado 22 de marzo del 2018, dichas mutaciones impidieron al feto desarrollarse normalmente, al tiempo que provocaron las alteraciones en su cráneo. El artículo puede consultarse en este enlace.

En resumen: si existen pruebas del paso de la vida extraterrestre por este planeta, "Ata" no es una de ellas.

 

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