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¿Mussolini en shrooms?¿Stalin en Stropharia Cubensis?

Quizás el mundo hubiera sido distinto si Stalin o Hitler hubieran tomado "hongos mágicos", especialmente si los hubieran podido tomar con el protocolo científico -que mimetiza una experiencia mística- y los cuidados de atención que ahora predominan en el renacimiento de la medicina psicodélica. Un estudio de investigadores del Imperial College de Londres mostró que las personas que toman psilocibina (el ingrediente activo de los hongos) se vuelven menos autoritarias, a la vez que aumenta su sensación de conexión con la naturaleza. Hay aquí una posible relación, ya que en la medida en la que un individuo se siente conectado a los demás, deja de tratar de imponer su voluntad sobre otros. 

Los autores concluyen que sus hallazgos sugieren la posibilidad de que la psilocibina puede producir cambios sostenidos de perspectiva política, haciendo a las personas más inclinadas al antiautoritarismo, lo cual es algo que en cierta forma vimos en el movimiento hippie. Estudios anteriores han demostrado que los hongos pueden ser efectivos contra la depresión. Quizás, en el futuro, los demócratas los utilicen para convertir a los republicanos en Estados Unidos.

Ahora bien, se podría objetar -y se haría bien- que en realidad los "hongos mágicos" no deberían ser consumidos por todo político -especialmente, antes de dar un discurso-. Esto, en parte, porque en muchos casos se necesita capacidad de mando, capacidad de ejercer la autoridad y no una blanda conciencia unitaria, donde todo es uno. De cualquier manera, y esto es obviamente pura especulación implausible, en el caso de un dictador o un déspota es altamente probable que estas sustancias podrían ayudar a darle un poco de perspectiva, especialmente también porque se ha demostrado que los psicodélicos funcionan de tal manera que mitigan la sensación del sí mismo -disuelven el ego-. 

Por otro lado, la noción de que la sociedad se beneficiaría si todos tomaran drogas psicodélicas, que fue barajada por personas como Tim Leary en los años 60, no parece llevar a ningún lado -o al menos, a ningún lado estable y concreto-, como vimos con el movimiento hippie. Y es que ese fenómeno de tune in, turn on: drop out puede producir personas que se entonan consigo mismas y la naturaleza, pero no suele producir ciudadanos comprometidos que participan en movimientos constructivos capaces de transformar realmente a la sociedad. La revolución interior necesita el agua de la organización y el sol del liderazgo (y la autoridad) para realmente crecer y concretarse en algo significativo.