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La nueva película del director Paolo Sorrentino es una exuberante y frívola exploración de la amistad, la vejez y el deseo que nos regala grandes pinceladas estéticas, en medio de un desierto espiritual que deviene melodrama

En Youth, Sorrentino cuenta la historia de dos viejos artistas que miran el mundo con nostalgia y deseo en un sanatorio en Suiza en el que existe una contrastante población de cuerpos macilentos y decadentes y cuerpos núbiles y exuberantes. El lugar es algo así como el sanatorio de Hans Castorp en La montaña mágica de Thomas Mann sólo que para un jet set que ya ha sido infiltrado para siempre por la cultura de las celebridades, de esta manera mezclando inextricablemente el gran arte con la frivolidad pop, en un tejido que al buscar una vida de significado no puede escapar de un "materialismo espiritual". Los dos viejos amigos posan su mirada incisiva y distante al absurdo y fascinante espectáculo del sanatorio y a la par sirven como nostálgicos comentaristas de la vida (la cual es también un fascinante y patético espectáculo). 

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Si podemos extrapolar lo que dice el personaje de Michael Caine, un compositor inglés que se encuentra en melancólico retiro, Sorrentino no se considera un intelectual, lo suyo es la sensación y la emoción en la vida y en el arte, lo cual, como dice el mismo personaje, no necesita entenderse y menos describirse. Y a veces parecería mejor que no lo hiciera, que no hablara y que no hiciera explícitos los significados: sus imágenes son más claras que sus ideas. En los majestuosos Alpes suizos, con esa luz divina que reflejan las montañas, el glamour europeo (últimos resabios de una elegancia extinta) y los cuerpos desnudos que Sorrentino nos muestra en una delirante coreografía de deseo, lo que sí logra la película es mostrarnos una belleza casi insolente, irreprimible. Todo lo demás puede objetarse, pero no se puede negar que la mirada de Sorrentino tiene una deslumbrante capacidad de descubrir y amplificar la belleza, una capacidad artesanal, como la de un gran maestro renacentista, de iluminar las cosas. No hay duda de que los italianos tienen mejor gusto o tienen mayor facilidad para acceder a lo verdaderamente bello, pero en la expansión de su visión tienden también a lo melodramático. Sorrentino oscila entre Fellini y Benigni (el director de La vida es bella).

Por momentos parece que Sorrentino está dirigiendo un videoclip, intercalado de reflexiones astutas y fársicas que aspiran a cierta filosofía, a cierta sabiduría que se encuentra al final si uno hace caso a sus emociones. Y, siendo una película dispar, esto es lo mejor y lo peor; su licencia poética de fantasía es la que nos regala las imágenes más sublimes y a la vez la que la hace inverosímil y hace que el hastío propio de un dandy europeo se convierta en el hastío del público cuya atención acaba pendiendo del hilo de escenas que lo revivan a la fuerza de la pura excitación sensorial, algunas dignas de un video de Playboy con un toque art house. En un momento literalmente la película se dispara a un videoclip-fantasía erótica-sacrosatánica con la pop star Paloma Faith cantando dentro de lo que podría ser Notre Dame o Chartres. Y esto nos revela la esencia de Sorrentino: es un maestro de hacernos sentir, de deleitarnos, de estimularnos y hasta trastornarnos con una panoplia de belleza que nos ataca por todos lados --por el lado de la flor de la juventud como por el lado de la decadencia de la edad y del pensamiento. Pero después del vértigo, de la gran danza del deseo, de la invasión de la música y la simetría, no queda nada, sólo un lugar común vacío. La película en realidad es una especie de thriller de arte --más o menos superficial--- compuesta de rushes fragmentarios de estimulación... la vida como un thrill: momentos de belleza que se desvanecen y los cuales seguimos persiguiendo (el deseo y la belleza que perdimos se convierten en un fantasma en la memoria). La vida reducida a la brasa del deseo. Como le ocurre a un anciano que no ha perdido su libido ni su fantasía, la máxima intensidad de nuestra existencia parece resumirse en ese gesto que se repite también entre los dioses: mirar a una hermosa joven bailando, descubriendo la semilla fúlgida del deseo y del poder, y en cierta manera ya evanescente. Tal vez por eso la televisión se ha convertido en un vasto desfile de personas bailando, con música altamente emotiva o pegajosa, y cuerpos semidesnudos (algo que es especialmente agudo en la TV italiana).  

En cierta forma la película es una meditación sobre el hedonismo, y por momentos parece contrapuntear la belleza y el deseo con su negación en la imagen de un monje budista que está permanentemente meditando y de alguna manera estaría libre --a la mitad de la orgía-- del samsara moderno. El protagonista, sin embargo, no parece creer en su pacífica proeza de renuncia. Sospecha que debe ser tan corrupto como todos y ser también víctima de sus emociones. Y en vez de dejar esto como una interrogante, como un enigma abierto, o sólo con una insinuación: el mundo es como una burbuja, como un eco, como un espejismo (se dice en los sutras budistas)... Sorrentino se resuelve  a favor de las emociones, de los clichés, del triunfo de lo que siempre tiene que triunfar en todo proceso de transformación de un personaje en el cine comercial. Y en su resolución la película pierde consistencia y se hace demasiado larga, pierde vitalidad.

La experiencia de Youth, con toda su autogratificación, no es del todo vana. Se agradece a Sorrentino su virtuosa y obsesiva capacidad de encontrar "la gran belleza" en las cosas, aunque a veces al magnificar esos detalles --en el detalle está la divinidad, para hacerlos masivamente tangibles, se pierda la tensión y la obra se disipe o se torne un tanto vulgar. En cierta forma Sorrentino logra actualizar el ritmo de la belleza clásica en un mundo que ha perdido su centro, su núcleo sagrado, que era el surtidor de la belleza. En este contexto la belleza no puede, para ser real, más que ser también un tanto profana. Sin embargo, en la desmesura de su prodigiosa paleta que todo lo quiere transmitir, nos revela que el camino del exceso en la belleza lleva a la ligereza y a la frivolidad. Y, como dice el personaje principal, la frivolidad es una forma de perversión.  

 

Twitter del autor: @alepholo