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Más allá de filtrar los primeros reportes sobre el infame proyecto PRISM, Snowden se ganó un lugar propio en la historia del periodismo por poner una alerta sobre las prácticas esenciales de protección de fuentes y periodistas que ulteriormente salvarán vidas

Citizenfour es un documental sobre Edward Snowden, dirigido por Laura Poitras. Medios como el New Yorker lo han descrito como un trabajo de periodismo sobre el periodismo (¿metaperiodístico?), el cual es sumamente valioso por el trabajo de historización casi en tiempo real sobre un cambio profundo en el ejercicio del periodismo en la segunda década del siglo XXI.

Poitras y Glenn Greenwald (ganador del Pulitzer de medios públicos por la cobertura de las revelaciones de Snowden, publicadas en The Guardian) fueron de los primeros periodistas en ponerse en contacto con Snowden, cuando este aún se encontraba asilado en Hong Kong. Ambos acudieron a la cita de un informante que tenía data de alto nivel sin saber bien a bien con quién trataban. Su nombre clave o nickname era Citizenfour, un nombre que tal vez no será nunca tan famoso como el de Deep Throat pero cuya contribución a la libertad de expresión tal vez sea mucho más relevante.

Antes de entrevistarse con Poitras, Snowden no había tenido contacto con otros periodistas. Hay que recordar que Snowden era analista de información para el gobierno de Estados Unidos, por lo que dicho contacto era impensable. Sin embargo, a través de Citizenfour vamos asistiendo a la configuración de Snowden como fuente confiable, además de al nacimiento de nuevas prácticas de protección de la información que sin duda serán adoptadas por la prensa en los años por venir.

Por ejemplo, cuando Snowden contactó a Greenwald, insistió en que el periodista utilizara programas de encriptación de datos; Greenwald se negó durante un tiempo, pero lo hizo por sugerencia de Poitras. Cuando Greenwald adquirió estas nuevas herramientas, Snowden se sintió seguro para hablar con él, o como dice el experto en seguridad informática Steve Coll, sólo entonces "Snowden lo aceptó como interlocutor".

Se trataba de una de las mayores filtraciones de los tiempos modernos, sólo comparable a la de Manning y Wikileaks. Había muchísimo en juego. El uso de encriptación para comunicarse entre fuentes y periodistas puede salvar vidas, pero requiere la adopción de un nuevo paradigma en el tratamiento de la información: lo que las filtraciones de Wikileaks y Snowden han demostrado es que el ecosistema digital y el internet público como lo conocimos a principios del siglo (el único que hemos conocido, en realidad) está lleno de trampas y escuchas detrás de la puerta.

Tal vez la ambición humana no ha cambiado, y la ética periodística tampoco, pero la naturaleza del intercambio de información requiere competencias que los nuevos periodistas deben adoptar rápidamente, no sólo para proteger sus fuentes (la primera regla del oficio) sino para protegerse a sí mismos.