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La tradición de los Raramuris o Tarahumaras (etnia del norte de México) alrededor de la muerte, contiene interesantes lecciones de como afrontar, culturalmente, este fenómeno.
foto mauricio del villar

Imagen: Comunidad de Guajuruna, Sierra Tarahumara (2009) / MVK

El presente artículo no es el resultado de una investigación académica sobre la concepción de la muerte en el mundo Raramuri (Tarahumara), simplemente pretende compartir lo que desde mi experiencia tuve el privilegio de vivir con comunidades de la Sierra Tarahumara.

La muerte para el Raramuri, al igual que para muchas culturas indígenas del mundo, representa un paso más para continuar viviendo. Esto en contraste con algunas culturas mestizas en las que la muerte representa el final, el descanso en paz o lo que en términos prácticos se refiere al final de la historia de  una persona. La muerte se convierte en una actividad más en la que la persona continua su caminar hacia Onoruame (Dios padre y madre). El Ronco Robles, padre jesuita que vivió más de 40 años entre ellos la define “como si se tratara de nacer de nuevo, de dejar un medio y un modo de vida para pasar simplemente a otro mejor”[i]

La muerte es algo cotidiano con la que conviven las mujeres y hombres que habitan las cientos de comunidades dispersas a lo largo de la Sierra.  El miedo a la muerte no se ve reflejado entre las personas que aún se encuentran vivas, ni tampoco hacia el cuerpo de la persona que ya murió; el cual es tocado, lavado y preparado por varias personas para que pueda continuar caminando.

Las comunidades Raramuri no se encuentran concentradas en un mismo punto geográfico, sino que hay una gran dispersión, distancias entre sí que implican, muchas veces, caminar más de una hora entre casa y casa. A su vez no todas las casas se encuentran cerca del “Campo Santo”, por lo tanto cuando muere una persona, y después de cumplir con ciertos ritos en su propia casa, se le traslada, enrollada, en una cobija y amarrada en un palo que es cargado por dos personas entre cumbres y arroyos hasta llegar al lugar donde se deposita el cuerpo. Mientras ocurre el traslado seguramente ya hubo una avanzada de personas para cavar el agujero.

Al llegar al lugar, el cuerpo es acompañado por gran parte de la comunidad, incluyendo niños. Los Owiruames (doctores) y personas cercanas al fallecido comienzan hablarle para desearle un buen camino, le dan consejo sobre cómo debe seguir viviendo y ser feliz para que, a su vez Onoruame, esté contento. Mientras tanto “nosotros, los que nos quedamos en la comunidad, seguiremos haciendo fiesta y más adelante nos encontraremos en alguna travesía”.[ii]

Su cobija se pone a su lado para que se tape cuando tenga frio, al igual que sus huaraches para seguir “andando en la Sierra”. Llega un momento en que los presentes se acercan y baten Kobisi (pinole) frente al cuerpo, vertiendo algunas cucharadas del mismo para alimentarlo, al igual que tirando un poco de Sugiki (bebida de maíz) para que tenga la fuerza en su caminar, el sobrante de ambas viandas se deposita al lado del cuerpo, como reserva para el camino. Al salir del “campo santo” mujeres, hombres y niños atraviesan una columna de humo generado por una rama de pino verde, que pretende dar un nuevo paso hacia la vida.

Para el resto de la comunidad el transcurso de la vida continua y para acompañar a la persona que muere se le hacen una serie de fiestas (cuatro a la mujer y tres al hombre), donde la música y la danza es parte fundamental para alentarlos en su caminar. En palabras de Carlos Montemayor  “La danza es una forma distinta de caminar, o mejor, una forma de caminar en otras dimensiones, en otros territorios: en los territorios celestes e invisibles”[iii]. Posteriormente algunas de sus posesiones se arrojan al barranco para que no quede nada que no les permita avanzar.

La tristeza y el duelo se vive de manera muy distinta, ya que desde nuestra cultura la muerte se percibe como la ausencia de una vida que se esfumó y con la que no volveremos a convivir. Ellos, en cambio, lo viven como el siguiente paso. Por supuesto que pueden sentir tristeza, pero todo ocurre en un ambiente de fiesta, risas, bromas y muchas cosas más que te hacen sentir el duelo de otra forma. Festejas el nuevo caminar de la persona y a su vez le ayudas a continuar. En la fiesta comparten su “alegría todos los años, como fue en un principio, hace muchos tiempo, cuando apenas comenzaba la vida aquí en la tierra, que así vivía haciendo fiesta la gente… Si no vivimos así ahora, haciendo fiesta, no va tener fuerza el mundo”[iv]

En todos estos episodios están presentes una serie de ritos y significados que acompañan al Raramuri a lo largo de su vida, y que seguramente muchos de ellos nunca los comprenderé por el simple hecho de que no soy uno de ellos. Pero sin duda alguna, sé que hay mucho por aprender de su cosmovisión, la cual se convierte en un espacio de resistencia dentro de la corriente homogenizadora que se respira a lo largo de todo el mundo y que hasta pretende que todos piensen de la misma forma ante la Muerte.

Mail del autor: mauriciodelvillar@hotmail.com




[i] Robles J. Ricardo. El Rostro Indio de Dios, Los Raramuri Pagótuame. Centro de Reflexión Teológica y la Universidad Iberoamericana. 1994

[ii] Rubén Moreno. Comunidad de Rowerachi. 2010.

[iii] Carlos Montemayor. Los Tarahumaras, Pueblo de estrellas y Barrancas. Aldus SA. 1995

[iv] Mauricio Batista. Kite amachíala kiya nirúami (nuestros saberes antiguos). Kite kawi jiwérala. Unesco 1998