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Acupuntura del azar; primera capítulo de Las Balas Perdidas, por Alonso Vera Cantú: literatura para una profana cotidianeidad

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“Me da miedo que cuando muera Dios me juzgue por todo lo que hice, pero sobre todo por lo que dejé de hacer por miedo.”

- Maluk Bendera (1789-1864)

…digamos que nunca vislumbré un lugar así, y mucho menos encontrarlo, como tampoco imaginé masturbarme frotando mi cuerpo con aquella enorme roca húmeda, tan llena de vida, en medio de aquel desolado paraje. Le hacía el amor a la Tierra toda. A las cactáceas gigantes de inmutable artificio. A las arenas coloradas con viejos recuerdos. A una colonia de hormigas. Y el resto de la creación presenciaba incrédula el acto. Esa mezcla de profana excitación y pasión descontrolada que me incitó a copular, mientras los otros del grupo me imaginaban orinando, es lo que me obliga también a escribir éstas líneas…

…aguardaban río abajo, levantando el campamento para proseguir con nuestra hipotética travesía. Lo cierto es que yo, a diferencia de ellos, había perdido el interés en llegar. Dejé de creer en los viajes culminantes, tanto como en las relaciones precoces, cuyo objetivo es el supuesto punto de máxima atracción, y del cual se viene de vuelta una vez alcanzado. Para mí no hay vuelta atrás, y la búsqueda del pueblo de las balas perdidas se convirtió en una excusa para dormir cobijado por las estrellas y hacer el amor con el despunte del alba, para después sacudirme el rocío del miembro, bostezar satisfecho y reintegrarme a nuestra exótica decisión de caminar sin rumbo, guiados tan solo por un supuesto que se había convertido ya en una obsesión. Apurado por sus gritos de partida me levanté con el pene ya flácido y enrojecido, y observé como la suave corriente del río esparcía el fruto, dibujando espirales. Para mí eran esos momentos en los que ocurrían las cosas que tenían que ocurrir, y también las otras….

…dicen que la naturaleza no es amable y trata a todas las cosas imparcialmente. Yo no lo creo. Estoy seguro de que a mí me favorece, y me abre sus piernas cada vez que me le entrego con asombro. Ésta fascinación por lo sencillo es la que la excita y humedece su sexo. Besé la roca y corrí rumbo al grupo sin sonrojarme. Ya no me avergonzaban mis actos, a pesar de saber lo que pensaban mirándome tan ajenos. Ahora definiremos la ruta del día, río arriba, como siempre, y repartiremos la carga y apagaremos con meados las brasas de la fogata. “Continuaremos río arriba”, dijo Marcus, quien había tomado el papel de líder tras mi aparente locura. “Lo seguiremos hasta encontrar su nacimiento”. Tal vez encontraríamos más bosques lluviosos como los que habíamos atravesado la semana pasada, o más cuencas repletas de cadáveres de animales y niños putrefactos entre peces insaciables…

“No me chingues, sigue leyendo, ese wey estaba loco”. “Sí” -dijo Juan. Apagó su cigarro con un certero escupitajo y aventó la colilla a la boca de Diego, un truco que su padre le había enseñado cuando niño. “Y está fechado exactamente hace un año”. “¿Cómo ronca ese cabrón, no?” - dijo Mauro. El trío se refugiaba de la lluvia en una choza. La luz de las velas embarraba los patrones de sus hamacas en la pared y en la ventana, mal parchada con vidrios rotos y recortes de papel periódico. Afuera el mar enfurecido, mientras el humo danzaba sereno con las telarañas ya secas y las goteras que se hacían camino entre la paja del techo. La humedad acrecentaba el cóctel de olores, otorgándole al espacio un ambiente, digamos, etéreo. “¿Y tienes alguna puta idea de dónde será ese pedo Juan?” “No”, respondió.

* Espera próximamente la segunda entrega de Las Balas perdidas...