En su obra de teatro Huis Clos, Jean-Paul Sarte signó una de sus citas más repetidas: "el infierno son los otros" (l'enfer c'est les autres). En la obra, dos mujeres y un hombre llegan al infierno y se dan cuenta de que el verdugo de cada uno son los otros dos y que el castigo consiste en vivir para siempre juntos. "No se necesita hervir: el infierno son los otros", se dice. Y en El ser y la nada, Sartre señala: "mi caída original es la existencia del otro".
El otro es el infierno, según Sartre, en tanto que congela lo que somos y parece otorgarnos una esencia fija (y Sartre había criticado el idealismo diciendo que la existencia precede a la esencia). Desde esta perspectiva, el otro en cierta forma impide nuestra libertad, pues en tanto nos juzgamos a través de la mirada de los otros, esto nos hace sentir una vergüenza primordial.
La frase de Sartre probablemente ha sido exagerada y malinterpretada, pues el mismo filósofo aclaró que el infierno son los otros a condición de que no logremos escapar de su mirada paralizante. Con todo, ha sido asimilada a la cultura, como sugiriendo que la existencia de los otros es una constante fuente de angustia, incertidumbre y sufrimiento para el individuo, que acaso quisiera poder controlar la totalidad del mundo y autodeterminarse. Sin embargo, en su obra Sartre demostró ser consciente de que nuestra existencia es necesaria e inevitablemente un un existir-con, una co-existencia. Por lo tanto, si el infierno son los otros, también el cielo deben de ser los otros.
Sobre la frase del filósofo, el obispo Kallistos Ware comenta: "Sartre dijo 'el infierno son los otros' y a veces se siente que así es. Pero no es así, el infierno soy yo alienado de los demás, rechazando relacionarme". Al respecto, Kallistos Ware cuenta un historia relatada por San Macario: un viajero se encontró con una calavera en su camino, a la cual sacudió con su bastón y notó que se movía; la calavera le contó que había sido un sacerdote pagano y que ahora estaba en el infierno, a lo cual el hombre le preguntó: "¿Cuál es la naturaleza de tu tormento y cuál es la naturaleza de la disminución de tu tormento?". La calavera respondió que su tormento era estar atado a los demás pero de tal manera que no podía ver sus rostros, pero que cuando las personas rezan, entonces las personas en ese infierno empiezan a poder ver los rostros de los otros. En otras palabras, el infierno es no poder ver los rostros de los demás, no verlos y por lo tanto no considerarlos personas.
El obispo Kallistos cita también a T. S. Elliot, quien en su obra The Cocktail Party describe a una persona que se encuentra ante una puerta que no puede abrir y dice: "¿Qué es el infierno? El infierno es uno mismo, el infierno es solo, las otras figuras en él: sólo proyecciones". Así que uno hace el infierno, no los otros. Según Kallistos, es justamente la alienación, la incapacidad de relación o de conexión íntima, lo que perpetúa ese infierno. En otras palabras, como notó Dostoyevski (y antes que él, Isaac el Sirio y otros), el infierno es no poder amar.
Curiosamente, en la obra de Sartre, que no deja de ser una crítica irónica del cristianismo, el trío que vive el infierno de la otredad acaba teniendo una relación amorosa, un ménage à trois. Ahora bien, como nota Kallistos Ware, tal es la condición del cielo para el cristianismo: un amor trinitario, si bien no sexual sino espiritual. Como supo Hegel, la más brillante aportación teológica del cristianismo es su doctrina de la Trinidad. Una doctrina que ha sido malentendida y que genera cierto escarnio y repulsión a algunas personas, pues se preguntan: ¿cómo es posible que Dios, lo absoluto, sea tres personas? Pero esto es justamente lo brillante, pues la divinidad sólo así puede existir como amor, siendo que, según san Juan "Dios es amor". En otras palabras, la trinidad es relacionabilidad (y es así como debe entenderse, no como personas antropomórficas, sino como poder de relacionarse consustancialmente). No un monismo, y por lo tanto un absoluto que no tiene forma de relacionarse, que devora la creación entera como una gota en el mar. No un dualismo, y por lo tanto una oposición y una tensión perpetua, sino una trinidad, un mutuo entregarse y responderse y fluir en la sobreabundancia del ser divino. Una perichoresis, la actividad de la vida intertrinitaria, que lo mismo significa una interpenetración que una danza circular.
Los otros son el cielo, pero sólo si los otros son amor y sobre todo si existe una paradójica relación de diferencia y a la vez unidad, es decir, una comunión. Pues, como dice la Brihadaranyaka Upanishad, siempre que exista separación habrá miedo, pero por otro lado, sin diferencia y distancia no puede haber amor, contemplación y deleite en la belleza.
O como escribiera Simone Weil, "amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la distancia entre uno y lo que se ama."
Artículo publicado originalmente el 28 de enero de 2019. Actualizado el 7 de febrero de 2023.