Para algunos, creer en Dios es condición indispensable para la convivencia. Incluso aunque no se trate de un asunto tratado abiertamente, en ciertas sociedades se respira el aire de la religiosidad en prácticamente cualquier lugar del espacio público, en todo momento de la vida pública.
Ese no es el caso, por fortuna, de los ocho países que ahora presentamos, en los cuales la religiosidad no es una de las cualidades que se tomen en cuenta al momento de ponderar el valor social de una persona. Hay lugares, como estos, en los que creer en Dios se vuelve una característica secundaria o poco relevante o, en otro sentido, en donde decirse ateo, agnóstico o cualquier otro sustantivo que implique no creer en un ente superior, metahumano, regulador de la vida y el universo, tampoco es asunto de gran importancia. Creer o no creer, parece decir la actitud general de estos países, es una cuestión personal, una decisión que en la medida en que involucra lo espiritual, no debería atañer más que a la persona que ha tomado uno u otro camino.
Este ranking proviene de una síntesis realizada por el sitio AlterNet a partir de datos obtenidos por la consultora Gallup.
1. República Checa
Siendo un país que pasó del catolicismo tan presente en Europa al comunismo y su crítica a toda religión, la República Checa es ahora un territorio dominado por cierto sano laicismo. A diferencia de sus vecinos de Europa del Este, la sociedad checa parece haber encontrado un desarrollo paralelo entre su despunte económico y su civilidad hacia aquellos que se definen como no creyentes.
2. Suecia y Dinamarca (empate)
Los países escandinavos son bien conocidos por ocupar los primeros puestos en casi todos los índices de bienestar común. En el caso de la religión, apenas 17%y 18% de los habitantes de Suecia y Dinamarca, respectivamente, consideran la religión como un asunto importante, de donde se desprende que dan mayor valor a una actitud secular frente a la vida.
4. Austria
Hace algunos años un joven austriaco, Niko Alm, consiguió de las autoridades austriacas el permiso para figurar en la fotografía de su licencia de conducir con un colador metálico sobre su cabeza. La extravagancia tenía un trasfondo religioso, pues Niko se presentó como feligrés del pastafarianismo, una congregación nacida en Kansas cuyo objeto de adoración es el monstruo de espagueti volador (una parodia del discordianismo, su diosa Eris y su reconocimiento de la la lasaña voladora como una manifestación de la Providencia).
El episodio, aun en su posible comicidad, sirve de ejemplo para mostrar la tolerancia que en Austria se tiene hacia la fe religiosa –o la ausencia de esta.
5. Francia
Alguna vez una de las regiones claves para la Iglesia católica, Francia se convirtió después en el país del racionalismo y la crítica abierta hacia la religión. La sociedad francesa fue una de las primeras en dividir legalmente la religión y los asuntos del Estado, un movimiento político que tuvo importantes repercusiones en la vida pública, al grado de que actualmente mucho del trato cotidiano lleva el signo de la laicidad (incluso con el añadido reciente del componente musulmán a la convivencia cotidiana).
6. Noruega
Aunque un poco más abajo en esta lista, Noruega es otro país noreuropeo en donde, igualmente, la religión es asunto más bien secundario dentro de la vida pública. Hace 1 año, por ejemplo, la Iglesia luterana dejó de ser considerada la religión “oficial” del país. Asimismo, Noruega es un lugar en donde también parece cumplirse la hipótesis de que el desarrollo económico y cultural deviene, casi inevitablemente, en menor religiosidad de los ciudadanos.
7. Australia
En su historia política reciente los australianos tienen el mérito de haber elegido a una primer ministro, Julia Gillard, que en 2010, mientras aún era candidata, declaró abiertamente su ateísmo. En otros países este gesto sin duda le hubiera costado la elección, y quizá incluso su carrera política entera. No así en Australia, donde llegó al cargo y se mantuvo ahí hasta 2013.
8. Japón
Japón tiene fama de ser un país tradicionalista, pero también profundamente respetuoso. De acuerdo con el Índice Global de Religiosidad y Ateísmo, tres de cada 10 japoneses están convencidos de que no existe ningún tipo de deidad. Por otro lado, el singular desarrollo del pensamiento religioso en dicho país devino en la ausencia de instituciones, jerarquías o autoridades regidoras de la fe. “Pertenecer a una religión” es una idea un tanto extraña y acaso incomprensible en el imaginario japonés.