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¿Los científicos rezan? La pregunta de una niña a Einstein, y la sensata respuesta del científico

Por: Jimena O. - 02/10/2016

El intercambio epistolar entre una niña y Albert Einstein arroja mucha luz sobre el debate entre el pensamiento científico y el religioso

El Renacimiento fue un punto de quiebre en la historia del pensamiento occidental. Parafraseando el famoso planteamiento de Freud, podría decirse que en ese momento comenzó a gestarse una de las grandes heridas narcisistas, en buena medida porque si bien el ser humano se colocó en el centro del universo, ese lugar estuvo signado desde el inicio por la incertidumbre, la duda, quizá incluso la indecisión, esto en comparación con una etapa dominada por el pensamiento religioso o mágico, por ejemplo, cuando en cierta forma todo era más sencillo porque estaba todo dado: la cosmogonía, el plan de Dios, la teleología de las cosas, etcétra.

En este sentido, el pensamiento religioso y el racional emprendieron una divergencia que aunque no ha sido completa, se ha mantenido como tal desde entonces; por momentos los cursos de cada uno pueden cruzarse y encontrarse, pero en general puede decirse que marchan separados, cada uno en su propio desarrollo.

Un momento interesante y particularmente elocuente al respecto de la relación entre la fe religiosa y la confianza en el conocimiento religioso ocurrió cuando nada menos que Albert Einstein respondió a una niña en escuela primaria que, justificadamente, se preguntó con otros compañeros de clase si los científicos rezan. Quizá nuestra primera reacción a esta duda sería pensar que no, que una persona dedicada a la ciencia está volcada de lleno a las formas racionales del pensamiento pero, por otro lado, ¿no son seres humanos también? Y no porque en nuestro código esté inscrita naturalmente la inclinación a la creencia religiosa, sino más bien porque, culturalmente, en momentos de asombro e incomprensión, estamos más o menos condicionados a reconocer que la razón no tiene todas las explicaciones para los fenómenos que ocurren en el universo y que, por lo mismo, posiblemente haya “algo más”.

Como sea, reproducimos a continuación este intercambio epistolar que no sólo es claro, sino también emotivo y, quizá lo mejor de todo, estimulante para las preguntas que nosotros mismos tengamos sobre esta discusión, que aún ahora, casi 80 años después del envío de estas cartas, dista mucho de estar cerrada.

 

Iglesia de Riverside

Enero 19, 1936

Querido Dr. Einstein:

Tuvimos una duda en nuestra clase dominical: ¿Los científicos rezan? Esta surgió al preguntarnos si es posible creer tanto en la ciencia como en la religión. Estamos dirigiéndonos a científicos y otras personas importantes para intentar tener respuesta a nuestra duda.

Nos sentiríamos muy honrados si usted contestara a nuestra pregunta: ¿Los científicos rezan? Si es así, ¿qué piden al hacerlo?

Somos de sexto grado, del grupo de la Srita. Ellis.

Respetuosamente suya,

Phyllis

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Enero 24, 1936

Querida Phyllis:

Intentaré responder a tu pregunta de la manera más sencilla posible. Esta es mi respuesta:

Los científicos creen que cada acontecimiento, incluidos los hechos de los seres humanos, se deben a las leyes de la naturaleza. Por lo tanto, un científico no puede inclinarse por creer que un rezo puede incidir sobre el curso de los eventos, esto es, por un deseo manifestado de forma sobrenatural.

Sin embargo, podemos conceder que el conocimiento que tenemos actualmente de estas fuerzas es imperfecto, así que, después de todo, la creencia en un espíritu ulterior, último, se traduce en una especie de fe. Esa creencia se encuentra ampliamente difundida incluso con los logros en curso de la ciencia.

Pero también, cualquier persona que esté involucrada seriamente en las búsquedas de la ciencia queda convencida de que algún tipo de espíritu se manifiesta en las leyes del universo, uno que es vastamente superior al hombre. En este sentido, la búsqueda de la ciencia conduce a una especie de sentimiento religioso, el cual seguramente es muy distinto a la religiosidad de alguien un tanto más ingenuo.

Con saludos cordiales,

Su A. Einstein