La afirmación que titula este artículo no es metafórica, existen razones fisiológicas para sustentarla. Al igual que la oscuridad es tan importante para el equilibrio del universo como la luz, nuestro organismo también está diseñado para alimentarse de la sombra –de hecho esta es fundamental para su correcto funcionamiento.
El problema surge de nuestra dependencia cultural de la luz, lo cual se traduce en el hábito de rodearnos de luz eléctrica ya sea en forma de bombillas o de múltiples dispositivos que, con sus pantallas iluminadas, roban terreno a la oscuridad. Y ahora que la falta de sueño es ya considerada un mal epidémico, y que la medicina le ha prestado mayor atención que nunca a este asunto, nos damos cuenta que uno de los factores que incide en este problema es la falta de exposición a la oscuridad, algo que desequilibra nuestros ritmos circadianos y por lo tanto nos hace más propensos a condiciones como la diabetes, el sobrepeso o el desarrollo de un cáncer.
La oscuridad está en peligro
Hace unos meses publicamos una nota advirtiendo sobre el uso indiscriminado de luz eléctrica en las ciudades y el cómo, a causa de esto, cada vez existen menos regiones de oscuridad plena en el planeta. En pocas palabras, la oscuridad está en peligro de extinción. Esto, como desarrollamos en aquella ocasión, conlleva numerosas consecuencias negativas para la dinámica del entorno, interfiriendo en la dinámica de los habitantes en estas zonas –plantas y animales incluidos– y desestabilizando el entorno como tal. En este sentido no sorprende que incluso hayamos tenido la necesidad de acuñar un término puntual para describir este problema: contaminación lumínica.
Nuestros procesos bio-oscuros
Uno de los procesos que ocurren en nuestro cuerpo durante la oscuridad es que se elevan los niveles de una hormona llamada leptina, la cual entre otras funciones regula el apetito. Al exponernos a la luz durante la noche se inhibe la secreción de leptina y por lo tanto se altera el apetito y, en general, nuestro sistema metabólico. Lo mismo ocurre con la melatonina, la cual se eleva durante la noche (originalmente cobijada por una oscuridad indisociable) y se acompaña de una disminución de la temperatura corporal y una desaceleración metabólica. Además, la oscuridad es imprescindible para mantener un óptimo funcionamiento circadiano, asociado a los genes que controlan desde la producción hormonal hasta la regulación celular.
Es simple; luz natural y oscuridad natural
Como muchas de las respuestas que buscamos para mejorar nuestra calidad de vida, la clave está en el rediseño de hábitos. Por ejemplo, el consultar dispositivos electrónicos con pantallas (teléfonos, tablets, laptops) justo antes de dormir es una pésima práctica ya que confunde a nuestro cerebro, sugiriéndole que debe mantenerse alerta. Pero también es importante proveer de luz a tu cuerpo (y tu cerebro) durante el día, preferiblemente luz solar. Luego, tras la puesta del Sol utilizar luz ligera (preferiblemente dentro de los espectros amarilla o rojiza) y finalmente durante la noche dedicarte a lo que estamos diseñados para hacer en ese momento, dormir.
La oscuridad es tu aliada. Trátala bien.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis