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Comprender cómo funciona nuestra memoria ha permitido a los científicos reprogramar las asociaciones negativas de un lugar, pero también se abre la posibilidad de programarlas

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Las memorias no son propiamente objetos, sino redes neuronales de asociaciones emocionales, las cuales tampoco permanecen inamovibles, sino que experimentan cambios en el tiempo. Son como series de Navidad que se encienden y apagan a intervalos asociados a localizaciones y patrones temporales, y las luces navideñas serían sus irrupciones en nuestra conciencia.

Emociones y lugares se funden para crear la memoria de dicha asociación; lo que no se sabía era que dichas asociaciones podían ser manipuladas en el laboratorio. La ingeniería mnémica remite probablemente a un caos del tipo Eternal sunshine of a spotless mind, pero en realidad se trata de la posibilidad de realizar microcirugías en la memoria para tratar depresión y estrés postraumático, entre otros padecimientos.

Un grupo de neurólogos consiguió intervenir en la codificación de la memoria de unos ratones modificados genéticamente con una proteína sensible a la luz, la cual mostraría a los científicos las rutas por donde se formaban las asociaciones, así como donde se almacenaban. El estudio se enfocó en el hipocampo, donde estaría codificado el contexto de la experiencia y el lugar donde ocurrió, así como en la amigdala, donde se cree que las emociones toman sus caprichosas formas.

El experimento consistió en formar memorias de dolor a los ratones infundiéndoles choques eléctricos, además de formar memorias de placer, dejando a los machos interactuar con las hembras. Luego utilizaron luz para controlar la actividad de las neuronas (método llamado “optogenética”), evocando la memoria dolorosa o placentera cuando el ratón llegaba a cierta esquina de su hábitat.

Eventualmente ciertos ratones preferían esa orilla en lugar de otras, y ciertos ratones evitaban esa orilla a toda costa.

Pero este pavlovianismo optogenético, además, permite revertir las asociaciones entre un lugar y una emoción. De algún modo, los científicos “curaron” el miedo aprendido de los ratones al evocarles solamente el “lugar” asociado a la memoria dolorosa y, dejando que el ratón interactuara con hembras, lograron formar memorias placenteras en lugares que antes fueron dolorosos. Sin embargo, como en Naranja mecánica, el proceso también puede revertirse y hacer que un lugar placentero se transforme en depositario de emociones dolorosas.

Al “etiquetar” las neuronas que interactúan en ciertas asociaciones y lugares, los científicos lograron ordenar por separado los aspectos contextuales y emocionales de un mismo recuerdo. Al observar las neuronas en el microscopio, confirmaron que la relación entre la amígdala (emociones) y el hipocampo (contexto) es maleable.

Esto podría abrir posibilidades de sanación para quienes sufrieron traumas y llevan consigo recuerdos dolorosos. Pero podríamos considerar también que, aunque las memorias se puedan compartimentalizar y manipular, nuestra experiencia aprende de dichas memorias también. ¿Sería del todo deseable eliminar cualquier signo de dolor de nuestra memoria, aunque ello significara perder el parámetro por el que mediremos todas nuestras felicidades futuras?