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Entre los griegos, el conocimiento era una experiencia de características singulares, transformadora incluso, que marcaba un antes y un después en la vida del sujeto y su manera de mirar el mundo. Un ejemplo claro y conocido de esto lo encontramos en la tragedia de Edipo: cuando este reconoce de su filiación, la magnitud de los hechos cometidos (matar a su padre y yacer con su madre), su subjetividad cambia radicalmente, tanto que se ve impelido a sacarse los ojos y exiliarse de Tebas. Este, claro, es un caso extremo, acuñado en el concepto de 'anagnórisis', pero si se piensa como una realidad gradada, acontecimientos así ocurren cotidianamente en la vida de cualquiera, puntos de quiebre en los que el conocimiento nos hace ver algo que hasta entonces ignorábamos y que afecta nuestra visión de mundo.
Bajo esta forma de entenderlo, el conocimiento tiene una dimensión imprevisible, azarosa, que lo hace lindar con lo sagrado. Para los griegos, el conocimiento también estaba relacionado con potencias más allá de lo humano, del amor a la locura, las cuales tomaban a la persona, la inundaban con su poder, y sólo después de abandonarla era cuando esta se percataba de que había adquirido cierto conocimiento sobre algo. En breve, el conocimiento sería, desde esta e incluso otras perspectivas, un punto de encuentro entre lo que somos y lo que existe pero ignoramos (con todas las circunstancias que esto implica).
Recientemente, una investigación publicada en la revista especializada Cereb Cortex ha relacionado el estado de trance con la adquisición de conocimiento, específicamente, como una suma de condiciones que son propicias para que nuestro cerebro trabe conocimiento con el conocimiento mismo, cualquiera que este sea.
Como sabemos, el trance es un estado particular inducido por distintas circunstancias externas: una melodía repetitiva, una sustancia psicoactiva, movimientos corporales repetitivos, sugestión y autosugestión, hipnosis e incluso la propia capacidad de nuestro cerebro para creer intensamente en sus propias figuraciones (como sucede, por ejemplo, en el caso de los actores).
En la investigación citada, los científicos involucrados examinaron el cerebro de 15 chamanes a quienes se les indujo el estado de trance por medio del sonido rítmico de percusiones. La premisa de este experimento es que durante el trance la conciencia entra en un estado de “absorción”, que hasta ahora no había sido examinado para recabar información sobre las regiones cerebrales implicadas.
Durante la prueba, sólo ocho de los 15 chamanes entraron en trance, y fue en estos en quienes se observó, por medio de resonancia magnética, una actividad intensa medida en teoría de redes con el concepto de centralidad de vector propio, el cual se refiere a la influencia que un nodo tiene sobre la red a la que pertenece. En el caso del trance, dicha influencia está dada por la conectividad entre la corteza cingulada posterior, el córtex del cíngulo anterior dorsal y la ínsula del lado izquierdo (la primera relacionada con la conciencia, la segunda con las emociones y la tercera con la aprehensión de emociones en combinación con las sensaciones).
La intensificación de la actividad en este nodo por causa del trance provocó, de acuerdo a lo observado, que la red neuronal del cerebro de los participantes se activara también e incluso entrara en un proceso de reconfiguración favorable tanto de la comprensión de ideas como de la mezcla de estas para generar nuevas deducciones. Curiosamente, parece ser que esta misma activación implica disminuir por un tiempo los procesos cerebrales asociados con la sensibilidad.
Cabe mencionar, en este punto, que si bien el trance está asociado con experiencias chamánicas como las que se replicaron en el experimento, en la vida cotidiana también es posible reproducir estados mentales afines. Meditar, caminar, ducharse, concentrarse en algo que nos gusta hacer, escuchar el silencio o aislarse sensorialmente, dormir sin perder atención del momento en que el sueño nos asalta, quemar incienso, son algunas de las muchas formas en que podemos descubrir, en nuestra vida diaria, que el conocimiento que nos transformará de una vez y para siempre estuvo ahí en todo momento, al alcance, en espera de que nos decidiéramos a encontrarlo.
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