El periodo de confinamiento, distanciamiento físico o en algunos casos, la cuarentena, ha evidenciado todo tipo de problemas, conflictos, efectos de los humanos sobre el planeta.
Pero también nos ha hecho más evidente lo necesario que es relacionarnos con otras personas y lo mucho que necesitamos el contacto con los otros. Mantener relaciones emocionales de cualquier tipo es una necesidad fundamental que nos afecta, nos permea de todo tipo de emociones, pensamientos y comportamientos.
El tiempo a solas es necesario, para estar con uno mismo, para reflexionar, para dejar que la creatividad fluya. Y este tiempo a solas no significa necesariamente soledad. Sin embargo, ¿qué pasa cuando el tiempo a solas es un tiempo que se impone? Como por ejemplo, lo que muchas personas están viviendo en este momento debido a la pandemia de covid-19.
Si la necesidad de relacionarnos con los demás es verdaderamente una necesidad básica y fundamental a nivel social, ¿qué tipo de efectos tiene en nuestro cerebro estar limitados para relacionarnos como solíamos hacerlo? ¿Tendrá efectos significativos, así como lo tienen no dormir o no comer adecuadamente?
Gillian Matthews, una científica del Departamento de Ciencias Cerebrales y Cognitivas del Massachusetts Institute of Technology (MIT), dirigió un experimento en el que aislaron durante veinticuatro horas a un grupo de ratones. Durante este periodo de aislamiento, cada vez que un ratón buscaba interacción con otros ratones, las neuronas de la dopamina se disparaban. La actividad de estas neuronas tiene patrones similares a aquellos que se disparan cada vez que se tiene antojo de algo, ya sea comida o drogas.
De acuerdo con este estudio, el aislamiento al que se sometió a estos pequeños ratones desencadenó un estado parecido al de la soledad que provocaba que los ratones buscaran interactuar con sus compañeros.
Este tipo de experimentos y después la lectura de sus resultados divulgados en artículos científicos debe leerse e interpretarse con mucho cuidado, pues en ningún momento el estudio sugiere que el comportamiento de los ratones sea igual que el de los humanos. Es por eso que la candidata posdoctoral Livia Tomova se inspiró en el experimento de Matthews para tratar de entender el comportamiento neuronal de humanos en aislamiento. Pero como ya dijimos, las condiciones de un animal no son equiparables, ni siquiera en el ambiente “controlado” de un laboratorio, por lo que el equipo de Tomova se encontró con diversos obstáculos metodológicos.
Por ejemplo, un día en aislamiento no es tanto tiempo para un humano, la experiencia de soledad puede recuperarse rápidamente en días subsecuentes, ya sea haciendo llamadas, recibiendo correos, o conviviendo con más personas. A diferencia de los ratones, que sólo con veinticuatro horas en aislamiento ya presentaban una actividad neuronal significativa.
Para esto, el equipo de Tomova le pidió a cuarenta adultos sanos que pasaran diez horas al día (9 a. m. a 7 p. m.) en total aislamiento, es decir, sin ningún tipo de interacción social, cara a cara o a través de redes sociales, mensajes de texto o llamadas.
Otro gran obstáculo metodológico fue la capacidad para medir las respuestas neuronales en las regiones relevantes del cerebro. Esto además fue un reto técnico, pues las regiones más relevantes del cerebro de los ratones son muy pequeñas. Para esto se usó un sistema de mapeo cerebral de última tecnología para identificar las áreas relevantes en cada cerebro de los cuarenta participantes, de manera que se obtuvieron cuarenta mapas específicos a cada persona.
Por último, los investigadores no estaban seguros de si podían medir las señales neuronales asociadas con el deseo, con esas ganas de querer interactuar con alguien más. Para resolver este obstáculo, le pidieron a los participantes que observaran imágenes de sus actividades favoritas y de sus comidas preferidas
Después de que cada participante pasara diez horas en aislamiento o en ayunas, tenía que ir al laboratorio para que su cerebro fuera escaneado y así se registrara la actividad cerebral en la región asociada con las experiencias subjetivas provocadas por el antojo de cierta comida o del consumo de drogas.
Después de diez horas aislados o sin comer, los participantes mostraban el deseo de interacción social, sentimientos de soledad, incomodidad y una disminución del sentimiento de felicidad, todo con respecto a las mediciones iniciales. Resultados similares se registraron después de diez horas de ayuno.
Los investigadores también encontraron una actividad similar en el cerebro en respuesta a las señales de comida después de ayunar y a las señales sociales después del aislamiento. La respuesta fue variable entre cada uno de los cuarenta participantes, y los que expresaron una mayor ansia social después de su periodo de aislamiento mostraron una respuesta mayor en el cerebro después de los estímulos sociales (las imágenes de sus actividades favoritas).
Los resultados de este estudio tienen implicaciones sustanciales en la comprensión de cómo funciona el cerebro de los humanos cuando pasan determinado tiempo en aislamiento o con muy pocos estímulos sociales, además de que los resultados son consistentes con los del experimento con ratones. De acuerdo con la hipótesis, dado que la interacción social es una necesidad fundamental, los animales desarrollaron el sistema neural para regular la homeostasis social, que es la propiedad de los organismos vivos de ser capaces de mantener una condición estable con respecto a los cambios en su entorno.
Hoy en día, estas dos investigaciones tienen una gran importancia, ya que abren camino para entender cada vez más los efectos sociales que tienen los diferentes tipos de interacciones en determinadas condiciones externas a los entes individuales. A la par, se abre el cuestionamiento de si este tipo de impacto en las interacciones sufre algún cambio con el incremento en el uso de la tecnología (videollamadas, redes sociales virtuales, etc). Surge también la interrogante de qué tanto y de qué manera impacta el uso de la tecnología con respecto a la edad de las personas.
Una de las declaraciones de Livia Tomova a raíz de su investigación es que ella destaca la importancia que tiene estar conectados con otros seres humanos. Si con estar aislados sólo un día nuestro cerebro responde como si hubiéramos dejado de comer, esto indica que nuestro cerebro es extremadamente sensible a la experiencia de estar solos. Hoy más que nunca, en tiempos en los que el distanciamiento físico es necesario, es mucho más importante poner atención a las personas que viven solas y que tienen un acceso limitado al uso de la tecnología.
Hoy más que nunca es de vital importancia prestar atención al bienestar mental de todos aquellos que viven solos, para mitigar los efectos negativos que pueda tener este periodo de distanciamiento físico.
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