¿La pobreza puede determinar la capacidad cerebral de una persona?
Por: Luis Alberto Hara - 06/12/2015
Por: Luis Alberto Hara - 06/12/2015
El cerebro humano no aparece de una vez en el panorama fetal, sino que sus estructuras se incorporan poco a poco unas a otras en un proceso que comienza en el vientre y continúa hasta la primera parte de la adultez. Pero no fue hasta los 90 del siglo pasado que comenzaron a investigarse los efectos de ciertas drogas y comportamientos sociales (como la violencia intrafamiliar o el abuso sexual) en el desarrollo de la corteza cerebral.
Una investigación de Pat Levitt, neurólogo pediátrico del Hospital para Niños de Los Ángeles ha pasado 20 años estudiando condiciones de crecimiento fetal extremo, como uso de crack y pobreza en zonas urbanas marginadas. Fue uno de los expertos que entró en polémicas al decir que en realidad los bebés eran más fuertes de lo que se pensaba, pues podían atravesar el período de gestación sin graves consecuencias a pesar de los hábitos de la madre.
Esta frontera donde nuestra sociedad discute la paternidad en términos morales debe ser abordada mejor en términos científicos para conocer el impacto real de los comportamientos sociales en el desarrollo de los bebés, y poder así plantearnos una escalofriante pregunta: ¿la pobreza puede ser considerada una forma de violencia prenatal y causa de bajo rendimiento académico posterior? ¿La pobreza, pues, se transmite genéticamente?
Algunos estudios parecen apuntar en esta dirección. La pobreza puede definirse, en términos de su impacto prenatal, en hacinamiento, ruido, inestabilidad inmobiliaria, separación de los padres, exposición a la violencia, problemas familiares y formas extremas de estrés, incluyendo el hambre, abuso de sustancias y alcoholismo. Estos comportamientos producen cortisona, una hormona que puede transmitirse de una mujer estresada a su bebé hasta la placenta. Al crecer, la cortisona del bebé puede continuar saboteando su desarrollo.
Un estudio realizado en más de mil niños tomó en cuenta distintas fases de su desarrollo neuronal y los correlacionó con factores como el nivel de ingreso de la familia y su preparación académica. Los niños realizaron diferentes pruebas de lectura y memoria, a la vez que se tomaron muestras de ADN para descartar la incidencia de problemas de desarrollo adquiridos genéticamente. La esperable conclusión es que los niños de familias mejor educadas y mejor alimentadas gozaban de hasta 6% más superficie cerebral y un hipocampo más voluminoso (= mejor memoria) que los niños con un pasado de violencia en un estrato económico desfavorable.
También se apuntó que el nivel de ingreso en sí no puede "comprar inteligencia", pero que la carencia de los medios básicos para asegurar un buen desarrollo en el feto a causa de la pobreza sí puede ser determinante en la capacidad cerebral futura de los niños. En otras palabras, la pobreza deja marcas en el desarrollo de los niños que no pueden revertirse, pues competen a fases muy tempranas del desarrollo, a los cimientos mismos de sus mentes. Investigaciones como esta buscarán criminalizar la violencia contra la madre durante el embarazo, pero también procurar leyes más severas contra el abuso de sustancias durante la gestación.