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El libro "The Spiritual Anatomy of Emotion" propone que hay un tipo de persona que puede registrar experiencias extrasensoriales o anómalas con más facilidad que el resto

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Posiblemente todo lo relacionado con fantasmas –incluso con su metáfora– tenga algo de encantador. El siguiente es un estupendo ejemplo: resulta que puede haber un genuino fundamento mente/cuerpo para este tipo de percepciones anómalas. El libro The Spiritual Anatomy of Emotion sugiere que sentir una presencia, ver una aparición o sentir energía alrededor de una persona o lugar podría estar relacionado con los mecanismos del sistema límbico –el “cerebro emocional”– al igual que con un tipo de personalidad que rápidamente registra sentimientos.Screen shot 2015-05-27 at 5.02.37 PM

Los investigadores, Marc Micozzi y Michael Jawer, han empezado a documentar que existe un tipo de persona más proclive a experimentar este tipo de fenómenos: aquel que es ambientalmente sensible. Es decir, “el que sufre alergias pronunciadas o de larga duración, migrañas, fatiga crónica, dolor crónico, intestino irritable o inclusive sinestesia y extrema fotosensiblidad”.

El factor más importante detrás de este estudio es que plantea que el cerebro y el cuerpo están efectivamente unidos (como bien lo supo Walt Whitman y ahora la neurociencia) y que los mensajes de la piel (en este caso hipersensibilidad atmosférica, etc.) son, de hecho, mensajes. Cuando la psique y el soma están en consonancia, entonces se perciben más cosas. O, como Paul Valéry dijo: “lo más profundo está en la piel”.

El fantasma es un tópico tan fascinante que ha dado algunas de las mejores historias y metáforas, y ha planteado algunas de las mejores preguntas que se ha hecho la humanidad. Este libro se añade al ingrávido encanto de la aparición y, lo mejor, vuelve a poner en contacto lo que alguna vez René Descartes disoció: el espíritu y el cuerpo ("el espíritu", decía, "es la fuente de la razón, la ciencia y todo lo bueno; la piel es sólo una máquina que sangra").

The Spiritual Anatomy of Emotion nos propone que precisamente es la piel, “esa máquina que sangra”, la que modera la conversación entre el mundo telúrico y el tangible, y que las personas con suficiente sensibilidad ambiental pueden percibir más fácilmente los sentimientos subliminales o percepciones anómalas de este mundo dual.