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"Le Cercle Fermé" nos invita a descubrir la identidad contingente que reside en los espacios interiores

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Algunas veces, la mejor manera de entender el estado de ánimo o las circunstancias de una persona es entrando a su casa. Los interiores dicen más de lo que a veces pensaríamos: los muebles guardan secretos y susurran como fantasmas, la disposición de las sillas cuenta historias y en los pasillos resuenan ecos.

Le Cercle Fermé es la instalación de un espacio que hace énfasis en lo anterior. Fue creada por Martine Feipel y Jean Bechameil como entrada al pabellón de Luxemburgo de la Bienal de Venecia de 2012. Los artistas tomaron un lugar bastante familiar (con pisos de madera, paredes blancas, sillas, cajoneras, etc.) y lo convirtieron en un surreal pasaje derretido, que gracias a esta distorsión adquirió agencia para generar emociones.

Lo interesante de esta pieza, además de su inquietante estética, es que el público que entra en las habitaciones puede interpretar las distorsiones de los muebles como mejor le parezca. No hay una explicación, sino muchos espejos y puertas deformadas para que se les interprete. Y aunque la versión oficial de los creadores habla mucho de los espacios, de su crisis —tanto climática como económica y social, los artistas están de acuerdo en que es mejor dejar que las personas entren y decidan qué significa para ellos el lugar. “Es importante para nosotros que cada quien se cuente su propia historia y que intelectual e intuitivamente lo disfruten”, apuntan. 

Los muebles se comportan de maneras extrañas, atrayendo así la atención (y la curiosidad) de quien los mira. Le Cercle Fermé puede significar cualquier cosa (he ahí su talento), desde leche, helado o plastilina hasta el mundo de los objetos visto a través del espejo. Basta interpretar. 

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