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Álter-instructivo: TROLLS y manejo de sus residuos tóxicos

Por: Javier Raya - 12/13/2014

La lucha contra los trolls nace muerta: querer ganar una discusión es alimentar al troll. En este álter-instructivo trataremos de comprender al troll, de evaluar su peligrosidad, pero también de rendir tributo a la creatividad y empeño de los siempre vírgenes y malcogidos por excelencia

  El verdadero enemigo te transmite un valor sin límites.

Franz Kafka

Botellita de jeréz / todo lo que digas / será al revés.

Canción infantil mexicana

A pesar de que Citizen Kane fue (y siempre será) una de las mejores películas de la historia, Orson Welles guardó siempre en su billetera un recorte de periódico donde un crítico de cine la destrozaba. No recuerdo si cuenta la historia en una entrevista o en F for Fake (véanla también), lo que quiero resaltar es una cosa: no importa cuánto trabajes, no importa cuánta vida pongas en tu pasión, siempre hay moscas anónimas sobrevolando los pasteles. En el pastel del internet, esas moscas se llaman trolls.

Los trolls dejaron de ser los espíritus del bosque de los cuentos infantiles y se hicieron cuentas en Twitter, Facebook, Instagram, e incluso fundaron sedes fijas para divertirse a costa de los demás (y, en honor a la verdad, también para reírse de sí mismos), como 4chan o Reddit. Se reproducen como el musgo y pudren todo lo que tocan; son groseros, por decir lo menos, y cuando muchos de ellos se juntan (hola, Gamergate) pueden causarle noches de insomnio al objeto de su corrosivo afecto. Sin embargo, hay que entender una cosa de los trolls: son inofensivos si no se les alimenta.

No alimentes al troll

He trabajado en internet durante unos 10 años, y en ese tiempo he visto, como muchos otros nativos digitales, imperios surgir de la nada y desmoronarse tan pronto como aparecieron. Napster y Geocities, por ejemplo, son apenas ruinas en ignotos servidores. Pero los trolls estuvieron antes, y probablemente estarán después: tan poderosa es el ansia de atención, y la atención es la base misma de todos los fenómenos que ocurren en el internet.

Primero, conozcamos un poco al troll.

Motivaciones del troll

Una falacia muy extendida afirma que es imposible odiar a alguien cuando lo conoces bien. Digo que es una falacia porque aunque Hitler fuera vegetariano, amante de los animales y de los niños… bueno, entienden el punto. Pero en el caso del troll, conocer sus motivaciones y sus métodos puede ser de alguna ayuda.

La psicología del troll es infantil. Los niños no razonan, sólo reaccionan frente a emociones que suelen desbordarlos. A pesar de que los trolls naveguen con banderas racionalistas, utilizando elegantes argumentaciones para atacar tu pequeño y desconocido blog, en realidad sólo están aburridos. ¿Quién no se aburre de vez en cuándo?, se diría. Pero hay personas que cuando se aburren construyen un buque de guerra dentro de una botella de cristal, y otras que se dan a sí mismas la misión de convertir la vida de los demás en un infierno.

Se suele equiparar al troll del internet con el bully o matón de las escuelas por una buena razón: se trata de un niño que rompe cosas para llamar la atención de los adultos, que adquiere un goce perverso en ser regañado y reprendido. El internet otorga la fantasía de la impunidad para la mente infantil del troll; pero debemos cuidarnos de no convertirnos en censores –ni siquiera en interlocutores— del troll. Y aquí viene el primer (y único) consejo de supervivencia contra trolls: no los alimentes.

Tipos de troll

Tal vez recuerden esa línea famosa de El Padrino: “Mantén cerca a tus amigos, y a tus enemigos aún más cerca”. Los oradores latinos (de cuya retórica también se alimentan los trolls, pues ¿de qué no se alimentan los trolls y las cucarachas?) como Séneca o Cicerón sabían muy bien que el enemigo debe estar siempre a la vista no sólo por prevención o paranoia: el enemigo es también ese Otro, del todo opuesto a nosotros, pero que puede complementarnos e incluso enseñarnos cosas.

Y es que hacer autocrítica es como hacer una operación a corazón abierto sobre uno mismo: por mucho que duela, debemos aceptar que una de cada 1,000 veces, el troll tiene un punto. Tal vez no exprese su argumento con la mayor amabilidad en sus comentarios, y tal vez se burle de nosotros, pero eso no le quita validez. Es importante reconocer (al menos para nosotros mismos) cuando un comentario nos molesta porque nos dice algo que es cierto, pero que no queremos oír.

Por eso es importante distinguir algunos tipos de troll, pues aunque todos parten de una psicología infantil común, sus diferencias permiten entenderlos mejor:

El cínico

Ellos usarán tus argumentos en tu contra, voltearán tus palabras y se burlarán de tus ideas. Lo curioso de los trolls cínicos es que suelen ser profundamente conservadores. Les molesta lo desconocido, lo raro, lo que no entienden y lo que va contra su sistema de creencias.

El demócrata

Estos creen que el internet es una democracia y que todos tienen el Sagrado Derecho de Decir lo que Quieran. Por desgracia (para ellos), no es así. Por desgracia (otra vez), el internet no es un derecho universal, y las páginas de internet no son ágoras ni parlamentos ni cámaras de diputados. Creen que tienen el derecho a ser escuchados, a expresarse y a ser entendidos por los demás. Pero ese derecho se gana cuando estás dispuesto a escuchar a los demás.

El león marino

Este merece una descripción gráfica. Es una versión pasivo-agresiva del demócrata:

 

La bitch

No tiene que ser una mujer (aunque las mujeres pueden ser trolls increíblemente corrosivos). Se le suele confundir con una feminista porque utiliza un discurso donde defiende siempre una Gran Causa, pero tampoco es una feminista. ¿Entonces qué es? Los trolls bitch son aquellos que se han dado la razón a sí mismos de antemano; su retórica tiende a la descalificación y al argumento de autoridad. Poseedores(as) de una razón absoluta de antemano, se dedican a administrarla discrecionalmente. 

Tu mamá

¿Quién no recibió alguna vez una cadena de correo con este juego? Los nativos digitales acaso comparten un oscuro secreto: todos alguna vez han trolleado a alguien más, de una forma u otra, y se han divertido haciéndolo. Sí, y tu mamá también. Si no recuerdas este laberinto, haz click aquí.

 

El ofendido

 

 El artista

 

Se me ocurren muchos más tipos de trolls, pero siempre hay que dejar espacio para los tipos aún no descubiertos o inventados. Además de incluir a los agresores sexuales-virtuales (cuya peligrosidad no debe ser trivializada), deberíamos incluir también a los bromistas refinados, como el troll que hizo la imagen sobre estas líneas y en la que probablemente sigues haciendo click inútilmente. Otro que hemos debido dejar fuera es El Joker, un tipo de troll cuyas motivaciones son tan misteriosas y su compromiso con joder al otro, tan extremo, que debemos decir como Alfred: algunos hombres sólo quieren ver al mundo arder.

¿Se puede hacer algo contra los trolls?

Sí: bloquearlos.

Una segunda opción es un mantra personal que leí en algún foro hace tiempo: Edúcalos si puedes, búrlate de ellos si quieres, pero no los tomes en serio.

Si crees que las amenazas contra ti o alguna persona son creíbles, denuncia a la policía, llama a Batman o Anonymous, pero deja de una buena vez de gritarle a la pantalla. Te ves como esos que le gritan al árbitro durante los partidos de futbol.

En honor a la verdad, no todos los trolls son “malos” ni tienen el alma podrida. Yo tengo grandes amigos que son también insoportables trolls de vez en cuando. Pero al igual que elegimos a los amigos, también elegimos a los enemigos. Elegir es la palabra clave.

Estar conectados al internet incluso cuando dormimos (puesto que nuestro celular sigue vibrando en la mesa de noche, recibiendo todo tipo de notificaciones, como si fuera un buzón vivo) nos ha hecho creer que somos más importantes de lo que en realidad somos, y que el Otro siempre tiene algo de nosotros que a nosotros nos falta. Lo que deseamos secretamente es su aprobación, y si en ocasiones la obtenemos, esta aprobación se vuelve adicción. Es por eso que la presa preferida del troll es el o la attention whore, aquellos que meterían la cabeza en la boca de un cocodrilo para hacerse una selfie por un puñado de míseros Likes.

No somos tan importantes, nadie lo es. El troll, paradójicamente, puede ser consciente de ello, y nos recuerda de una manera brutal e incómoda que, carajo, también hay que reírnos de nosotros mismos de vez en cuándo. Entramos en la dinámica del troll cuando queremos tener la razón o la última palabra a toda costa. Y no se necesita un troll para saber que eso es por lo menos cansado. El troll, en el fondo, es un evangelista buscando un (foro) público.

Los trolls identifican y atacan la vulnerabilidad de quienes lo permiten. Sin embargo, las páginas y servicios que utilizamos suelen darnos herramientas para lidiar con ellos: son los botones de bloquear y borrar. No hay deshonra en ello. No tenemos que ganar todas las batallas, ni tenemos que responderle a toda la gente que crea que tiene algo que decir sobre nosotros, sobre nuestras ideas o sobre nuestra visión del mundo. Hay millones de personas con las que podemos conversar, ¿por qué centrar nuestra atención en la mancha de la ventana y no en el paisaje, ese que la mosca, al estrellar contra el vidrio su cabeza dura, nunca ve?

El internet es una herramienta maravillosa para conocer a los amigos y colegas que, diseminados por el mundo, esperan encontrarse para trabajar juntos o simplemente para aprender unos de otros. Pero internet no es la utopía, y por sí misma no resuelve ningún problema del mundo, salvo el de la comunicación total a través de la administración de información. Todo blog, toda cuenta de redes sociales, toda página a favor o en contra de algo tendrá su troll. Es una regla inmutable. Pero no hay que desesperar. Hay que elegir nuestras batallas, tanto en el 2.0 como “allá afuera”. En suma: no alimentes al troll, elige tus batallas, y bloquéalos en cuanto aparezcan.

 Twitter del autor: @javier_raya