“Puedes servir a Dios en todas partes, sin importar la profesión o trabajo que tengas. Como escribió san Benedicto: ‘Glorifica a Dios en todas las cosas’, y eso también es cierto para la cerveza”, dijo la hermana Doris Engelhard en una entrevista. La monja franciscana de 65 años ha dedicado el último medio siglo a servir a Dios en la abadía de Mallersdorf, en Alemania, y es la última de un linaje en extinción de monjas cerveceras.
Y es que la relación entre las instituciones religiosas y la preparación de cerveza data de la Edad Media, por lo menos del siglo XII, cuando los monjes y monjas preparaban cerveza para consumo propio y para los peregrinos que los visitaban, pues la bebida, además de sus propiedades nutritivas, era de consumo más seguro que el agua. A pesar de que la cerveza es una de las bebidas más antiguas de la humanidad, en nuestros días su preparación no se asocia mucho al trabajo femenino; sin embargo, historiadores como Richard Unger (Beer in the Middle Ages and the Renaissance) afirman que la producción cervecera a escala doméstica fue trabajo de mujeres al menos hasta la alta Edad Media, cuando la preparación cambió de ser una industria casera a un sistema de gremios centralizados.
La hermana Doris produce anualmente 80 mil galones de cerveza, utilizando métodos industriales modernos e ingredientes naturales. Algo importante es que no utiliza conservadores, por lo que la cerveza producida en Mallersdorf sólo puede encontrarse en el convento mismo y en las inmediaciones de la remota localidad bávara.
“Quería estudiar agricultura”, recuerda, “pero no era posible en la escuela de la abadía, así que la madre superiora me preguntó si estaría interesada en la cervecera”. La hermana Doris comenzó su aprendizaje en 1966 de la mano de la maestra cervecera anterior, y para 1969 pudo hacerse cargo ella sola, después de completar sus estudios en una escuela técnica local. En la misma fecha tomó los votos eclesiásticos en Mallersdorf.
“Hay 490 hermanas en la abadía, y algunas trabajan como maestras en las escuelas, en hogares para niños y hospitales. También tenemos cocineras, porqueras y una repostera. Todo lo hacemos nosotras. Amo el trabajo, y amo el olor cuando hago cerveza. Y amo trabajar con cosas vivas --la levadura, la cebada y la gente que disfruta la cerveza”.
A pesar de su mala fama, la hermana Doris no cree que la cerveza sea un instrumento del pecado: “Hacer cerveza es ciertamente una profesión curiosa para una mujer, especialmente una monja. Pero amo beber cerveza. La cerveza es la más pura de las bebidas alcohólicas... Es una bebida muy sana, siempre y cuando no te excedas en ello”.
¿Cuál es, según ella, la medida ideal? Para hombres, 1.5 litros, y para mujeres, 3/4 de litro (al día). Por su parte, la monja bebe un vaso diario.
En la abadía se producen diferentes cervezas cada estación. A decir de la hermana Doris, “la cebada es diferente cada año, y debe ser tratada y procesada de diferente manera”. Algunas variedades son la maibock, doppelbock, zoigl oscura y copper-hued lager. “Es un producto fresco. No se supone que la cerveza se deba dejar almacenada. Le cambia el sabor. Debería disfrutarse tan pronto como sea posible”.
Cada quien debe seguir su llamado a donde lo lleve... Para la hermana Doris, el llamado fue el de producir felicidad malteada, alabando a Dios en cada vaso de cerveza.