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Hombres adultos, a menudo padres o esposos, que dedican su tiempo libre a vestirse y adornarse con costosa indumentaria prostética fabricada de manera casi artesanal

Hombres adultos, a menudo padres o esposos, que dedican su tiempo libre a vestirse y adornarse con costosa indumentaria prostética fabricada de manera casi artesanal: el mundo de los hombres que se visten como muñecas es una subcultura que fascina y repele por igual, y que por su misma naturaleza polémica ha sido relegada a un hermético círculo de adeptos y practicantes que poco a poco se amplía.

El documental My Strange Addiction: Men in Doll Suits (Mi extraña adicción: los hombres que se visten como muñecas), dirigido por Nick Sweeney, explora las vidas de personas como Robert (alias), un hombre de 71 años, vendedor de bienes raíces, que durante algunas horas cada semana deja paso a "Sherry", una voluptuosa rubia que va de compras y se toma selfies para nutrir su agitada red social. Y es que si las redes sociales han logrado conectar individuos y aficiones muy diversas, también permiten crear narrativas enteras para aspectos de la personalidad de una persona.

Robert tiene muy claro que Sherry sólo existe en el espejo cuando se viste como ella, pues "cuando estoy en modo masculino, en público, simplemente me mezclo". Pero cuando aparece Sherry, "te conviertes en una de las personas hermosas; atraes muchísima atención, y atención es algo que me ha faltado al envejecer hasta mi edad". No se consideran transgresores ni tienen un programa político muy claro; la salida del clóset, como cultura o subcultura, sigue construyéndose a través de la interacción real y del desarrollo de comunidades y redes sociales más discretas y exclusivas, hechas a la medida, como Doll's Pride.

La comunidad --que se denomina a sí misma "maskers"-- se reúne en un encuentro anual llamado Rubber Doll World Rendezvous, donde se tratan asuntos como la manera adecuada de comunicar a parejas o amigos sobre la pulsión de vestirse como muñecas de silicón, hasta talleres de mantenimiento y reparación de vestuario. Existen compañías como FemSkin que fabrican los trajes (un par de implantes nuevos pueden costar casi 2 mil dólares), lo que habla también de una bullente industria, donde la identidad, el género y los juegos de rol se dan la mano.