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Soy un pedófilo, no quiero lastimar a ningún niño, ¿qué hago?

Por: Jimena O. - 08/20/2014

El abuso sexual infantil se castiga hasta con 40 años de prisión --y en algunas jurisdicciones, castración química--, pero los esfuerzos por prevenirlo han resultado insuficientes. Además, la ciencia sabe muy poco sobre los perpetradores; esta es la historia de un pedófilo que ha logrado evadir su terrible urgencia

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Aquí está Virgilio, que a la ninfa podía cantar en un sólo tono, pero probablemente prefería el perineo de un chico. Aquí están dos de las hijas prenúbiles del Nilo del Rey Akhenatón y la Reina Nefertiti (la pareja real tuvo camada de seis), usando nada sino collares de cuentas brillantes, relajadas en los colchones, intactas luego de tres mil años, con sus cuerpecillos suaves y tostados de perrito, cabello podado y grandes ojos de ébano. Aquí están algunas novias de las diez llamadas a sentarse en el fascinum, el marfil viril en los templos del saber clásico. Matrimonio y cohabitación antes de la edad de la pubertad no son infrecuentes en ciertas provincias al este de la India. Los viejos Lepcha de ochenta copulan con niñas de ocho y a nadie le importa. Después de todo, Dante se enamoró perdidamente de su Beatriz cuando esta tenía nueve, despampanante jovenzuela, pintada y adorable y enjoyada, en una túnica bermeja y estamos en 1274, en Florencia, en un festín privado del feliz mes de mayo. Y cuando Petrarca se enamoró perdidamente de su Laura, esta era una ninfeta de doce, de cabellos salvajes corriendo en el viento, en el polen y el polvo, flor en vuelo, en el hermoso valle que puede verse desde las colinas de Vaucluse.

-Vladimir Nabokov, Lolita

¿Qué es un pedófilo? La respuesta cambiará según a quién se le pregunte. Un policía y un juez dirán que es uno de los peores tipos de criminal; para los padres de un niño “molestado”, es un monstruo; para los niños y niñas, una sombra rencorosa.

Un psiquiatra (basado en el manual DSM-IV) seguramente definiría al pedófilo como un individuo que, en un periodo de al menos seis meses, ha tenido fantasías sexuales recurrentes e intensas, o comportamientos que incluyan la actividad sexual con niños prepúberes o infantes.

Para los profesionales, una distinción es clara: el pedófilo es, sobre todo, aquel que ha actuado según su deseo sexual, no sólo aquel que ha fantaseado. Son sobre todo hombres, blancos, de por lo menos 16 años, y al menos cinco años mayores que los niños a quienes atacan.

Para la mayoría de la gente, un pedófilo es una figura asociada a ciertos arquetipos básicos: el viejo "rabo verde" que medra los parques donde hay juegos infantiles, el predador online, la figura religiosa que abusa de su poder en la esfera civil. Pero existe otro tipo de pedófilo que no es aquel descrito ni por las leyes civiles, ni por la psicología: se trata de individuos que, a pesar de sentir un fuerte deseo de “comportarse inapropiadamente” con niños, evitan hacerlo.

En la mente del monstruo

Para el periodista Luke Malone, la búsqueda comenzó en foros de internet: al igual que la pornografía infantil, estos foros se disfrazan de numerosos y coloridos eufemismos (“pre-teen porn” es sólo uno de los más obvios), y entre los que claman por un regreso a los viejos valores donde los hombres convivían con las niñas y los niños al abrazo de la sociedad, como en la Grecia antigua o en el imperio azteca, existen algunos que se atreven a vivir en el siglo XXI: hombres y algunas mujeres que se asumen pedófilos, pero que viven en una lucha constante con sus propias urgencias para no lastimar a ningún niño.

Fue así que Luke conoció a Adam (pseudónimo). En largas charlas con él, primero en Gtalk y después en el asiento de una camioneta, en el estacionamiento de un supermercado, conoció de primera mano cuál es el atractivo que los pedófilos persiguen: “Cuerpo pequeño, piernas sin vello, ya sabes, cosas como esas… como pequeños genitales”.

Pero más allá del atractivo físico, Adam describe también un fuerte componente emocional: algo que Luke relaciona con la idea de inocencia, y que para los pedófilos que entrevistó, es un componente mucho más fuerte que el anatómico. Adam le contó que “muchos de nosotros tendemos a tener, me parece, ideas poco realistas de los niños, hasta el punto en que son como angélicos”.

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Este componente de idealización de la inocencia (exaltado en otro registro y con otros fines por la cultura Disney, además de ser la trama secreta, la belleza inaccesible de Lolita) ha sido también lo que ha evitado que Adam y otros como él den rienda suelta a sus deseos. “Veo una inocencia en los niños, que de otro modo serían violados”, y se contiene, manteniéndose, por un margen voluntario, dentro del espectro de la ley.

Buscando ayuda

Si una persona encuentra en sí misma deseos pedófilos, no puede simplemente presentarse a la oficina de una psicóloga y describir su padecimiento: Adam lo intentó a los 16 años, con el apoyo de su madre, a quien no quería contarle el por qué de su depresión. La psicóloga de turno se declaró incompetente para ayudarlo, y tuvo que avisar a la madre de Adam. Desde entonces, ambos comparten este secreto silenciosamente, al igual que muchos de los que viven día a día con la posibilidad de atacar a niños.

En ese entonces, Adam descargaba mucha pornografía infantil y consultaba regularmente foros para pedófilos que querían dejar de serlo. Ahí conoció a una chica que había sobrevivido a un abuso infantil particularmente brutal: fue filmada y expuesta públicamente. Sin embargo, a decir de Adam, “ella se preocupaba por mí”, aunque “dejó claro que sentía que yo merecía lo que fuera que la ley decidiera hacer conmigo si me atrapaban con la pornografía infantil”.

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La posesión de pornografía infantil, en la jurisdicción estadounidense, puede alcanzar penas de prisión más severas incluso que las de los violadores pedófilos: si Adam hubiese sido detenido al ser mayor de edad, la posesión de pornografía infantil le hubiese acarreado multas de 100 mil dólares y 20 años de cárcel, o hasta 40 años en caso de reincidencia.

Hay estudios que sugieren que hasta 9% de los hombres ha fantaseado sexualmente con niños prepúberes, y 3% de todos acaba convirtiéndose en violador (aunque sobre este porcentaje debemos tomar en cuenta a los violadores “situacionales”: aquellos que encuentran la ocasión de abusar de niños sin que previamente tuvieran atracción hacia ellos). Los expertos estiman que existen 1.2 millones de pedófilos en Estados Unidos, pero el número podría ser mayor si consideramos a la población que siente deseos hacia los niños, pero que nunca transgrede la barrera de la acción.

El pedófilo, en ese sentido, será el individuo que siente deseos sexuales hacia los niños, pero el violador será el pedófilo que ha actuado en consecuencia a esos deseos. No todo pedófilo es violador; el problema es que los pedófilos “potenciales” no tienen lugar: no es posible tomar en cuenta esa “potencialidad” en las estadísticas, porque simplemente no son relevantes en términos de criminalidad, lo que vuelve su agonía doblemente solitaria.

Por supuesto, tomar en cuenta a esta población nos llevaría a una realidad ficticia del tipo de Minority Report, donde los criminales se deciden no por sus acciones, sino por la posibilidad de estas. Estaríamos en un universo kafkiano donde la culpa se purga a priori, es decir, antes de que el criminal sepa siquiera por qué delito se le ejecuta.

Sin embargo, Adam y los pedófilos adolescentes que no son estrictamente “culpables” todavía en el sentido legal (pero son culpables frente a sus propias urgencias y proyecciones interiorizadas) viven efectivamente buscando ser purgados de su mal cuando son todavía inocentes, es decir, cuando no han permitido que los domine un deseo que no solamente los volvería criminales, sino que le daría sentido a su culpa –culpa que los domina de cualquier forma y que ofrecen como una suerte de tributo a la sociedad, manteniéndose en secreto.

Vías terapéuticas

Adam consultó a otro terapeuta que le prescribió Zoloft y le enseñó a no identificarse con los pedófilos de los medios. La “demonización” de la pedofilia, para un pedófilo, se vuelve también un referente aproximado, el único que poseen, y que se encuentra filtrado por la ideología de los medios de comunicación.

Pero con el paso del tiempo y debido a la poca información que las autoridades sanitarias y la terapéutica en general poseen con respecto al actuar real de los pedófilos –es decir, un entendimiento comprensivo de la forma en que un individuo se vuelve pedófilo--, Adam regresó a internet y se propuso conformar un grupo de apoyo para las personas que, como él, no encontraban redes de apoyo adecuadas para su “problema”.

Lo que los unía era la certeza de que no querían lastimar a ningún niño, y que deseaban asegurarse de que nunca lo harían.

Los miembros actuales son nueve y sus edades van de los 16 a los 22. Sus reglas son: la primera, no se permite el acceso al grupo a nadie con antecedentes de violación ni que tenga alguna intención de hacerlo (aquellos que realicen apologías de la violación serán expulsados si persisten en su defensa); y la segunda, un compromiso concreto de no descargar, mirar o utilizar pornografía infantil. Según Adam, el grupo acepta personas que usen pornografía infantil, pero estos deben comprometerse a dejarla.

Tuertos en país de ciegos

Elizabeth Letourneau es la directora fundadora del Centro Moore para la Prevención del Abuso Infantil en la Universidad Johns Hopkins. La doctora Letourneau es una de las mejores (y de las pocas) especialistas en prevención del abuso sexual; pero su especialidad se ve limitada por las barreras legales: los psicólogos y trabajadores sociales deben reportar por ley a las autoridades aquellas situaciones donde se sospeche que puede cometerse un abuso infantil, lo que amedrenta a los posibles ofensores para acercarse al apoyo profesional buscando ayuda.

Existe un certificado especial para ciertos profesionales que realicen investigaciones sobre la prevención del abuso infantil (concretamente para trabajar con pedófilos confesos, pero no procesados por las autoridades), pero ninguno de estos permisos ha sido tramitado ni otorgado desde 1985, cuando el doctor Gene Abel entrevistó a 561 pedófilos no identificados.

Las investigaciones de Letourneau en la prevención del abuso infantil se beneficiarían mucho si pudiese trabajar directamente con ellos: de alguna forma, los niños agredidos sexualmente no son las únicas víctimas del abuso infantil; los padres, las familias, pero también los violadores mismos son víctimas de la negligencia del sistema actual para lidiar con la prevención del delito.

“¿Quieren que se les ayude o no”, pregunta retóricamente la doctora Letourneau. “Por lo que valga mi opinión, uno desea trabajar con los chicos que ya han comenzado a agredir [sexualmente a niños], porque son estos quienes tienen más probabilidades de agredir otra vez”.

La posición de Letourneau deja en evidencia la hipocresía (y en cierto sentido, la complicidad) de nuestro actual entendimiento de los delitos sexuales, especialmente en menores, que son tanto víctimas como victimarios. “Decimos que nos preocupa muchísimo el abuso infantil y en realidad no queremos que los niños sean abusados ni queremos que los adultos sean violados”, dice Letourneau, “pero no hacemos nada para prevenirlo. Ponemos la mayor parte de nuestra energía en la justicia criminal, lo que significa que la ofensa ya ha tenido lugar, y a menudo muchas otras ofensas ya han tenido lugar”.

El marco legal de Alemania permite que el Dr. Klaus Beier pueda llevar a cabo el Proyecto de Prevención Dunkelfeld, un programa dirigido a potenciales violadores. El trabajo tanto con jóvenes pedófilos como con violadores no procesados penalmente ha permitido a Beier comprender que, en la mente de estos, se trata de “destino y no elección”; su programa se considera actualmente el estándar en medidas de prevención del abuso infantil.

Desde su punto de vista, Beier no condena la inclinación sino el comportamiento. Su programa se basa en sesiones semanales de terapia durante 12 semanas, favoreciendo la terapia cognitivo-conductual así como medicación, si el paciente (que ya es considerado paciente y no ofensor potencial) necesita ayuda para reducir su libido.

Gracias a que Alemania no pide que los profesionales reporten a los violadores potenciales, es más fácil que los hombres busquen tratamiento.

“Dunkelfeld” se traduce como “campo oscuro”. Beier identifica este “campo oscuro” metafórico como el lugar donde el abuso sexual no se denuncia, y aunque trabajar con violadores no consignados supone un salto ético importante, su postura es que es mejor identificarlos y tratarlos, con el fin de prevenir futuras instancias de abuso.

Pero será solamente en el futuro no previsible cuando Adam y sus compañeros del grupo de apoyo puedan encontrar programas similares en Estados Unidos, en Asia o en América. La doctora Letourneau es lo más cercano a una pionera en el tema de la prevención del abuso infantil vista desde el punto de vista del agresor, no del menor; también Adam.

“Yo no soy un adolescente atraído por niños”, afirma Letourneau, “así que yo no conozco la experiencia. Todos ellos describen años de odio inflingido hacia sí mismos, miedos agonizantes a ser detectados por su interés sexual en niños, de verse a sí mismos como monstruos, temerosos de buscar ayuda…Si hubiesen tenido alguien con quien hablar de esto, un profesional que fuese a trata esto subjetivamente y verlos como personas de valor, que sabría que no son chicos malos, que son chicos buenos que tienen dentro de sí este aspecto suyo que requiere mucha ayuda para controlar –es esto lo que buscamos ofrecer.

A raíz del artículo de Luke, Adam y la doctora Letourneau se pusieron en contacto y comenzaron a trabajar juntos: ella ni siquiera sabía que existían iniciativas como la de Adam, provenientes de los abusadores potenciales, para tratar sus propias agonías.

El futuro tratamiento preventivo del abuso infantil implicará identificar a los abusadores potenciales y educarlos en la noción de que el sexo con niños no es apropiado bajo ninguna circunstancia, además de mejorar su autoestima frente a una situación (¿psíquica, genética, mental, etc.?) que, sin importar su origen, tal vez nunca vaya a cambiar: el hecho de que sean personas atraídas sexualmente hacia niños en una sociedad que ni siquiera les permite existir como potenciales ofensores, y que los juzga por lo que todavía no hacen.