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Tres jóvenes que comparten apartamento en Nueva York compraron por 20 dólares un sofá usado sin saber que el mueble escondía una pequeña fortuna; con todo, el dinero regresó a su dueña

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Al salir del hogar familiar para iniciar una vida independiente, uno de los primeros desafíos que se enfrentan es la adquisición de muebles. La cama donde dormirás, una mesa para trabajar y quizá otra para comer, algo donde puedan sentarse los amigos que seguramente te visitarán. Sólo que, usualmente, el precio de los muebles nuevos excede tus posibilidades económicas y por eso también es usual (u obligado) optar por cosas usadas.

Y si bien esto puede ser un hecho trivial, a veces la fortuna se esconde en lo que creeríamos más anodino. Al menos así lo comprobaron tres jóvenes que encontraron 40 mil dólares en un sofá de segunda mano que adquirieron para el apartamento que comparten en Nueva York.

Reese Werkhoven, Cally Guasti y Lara Russo salieron el pasado jueves en busca de un sofá que se adecuara a las dimensiones de la casa que comparten. En una tienda de muebles de segunda mano encontraron uno que, si bien “era feo y olía mal” (según Russo), era el único que cabía en la sala del lugar. El precio, además, era decisivo: sólo 20 dólares.

Los jóvenes no lo pensaron más y lo llevaron al departamento. Una vez instalado se sentaron y, para su sorpresa, fue Werkhoven quien sintió algo extraño. Hurgó y dio con un paquete de plástico que contenía fajos de billetes, en específico 700 dólares en billetes de 20. Y eso no fue todo. Después de alegrarse, los tres hundieron sus manos en los recovecos del sillón y encontraron otros dos paquetes. En total tenían casi 40 mil dólares.

Pero también un nombre. Uno de los paquetes de plástico llevaba impreso el nombre de una mujer a quien, después de discutir, acordaron buscar. Y aunque en el fondo esperaban que se tratara de una narcotraficante menor o una ladrona de bancos (y así sentirse moralmente exentos de devolver el dinero), la susodicha resultó ser una vieja florista viuda que en sus últimos años guardaba en el sillón el dinero que le daba su esposo. En cierto momento, después de que él murió y ella fue hospitalizada por una cirugía cardíaca, la hija de ambos donó el sofá al Ejército de Salvación de New Paltz, con sede en Nueva York.

Cuando tanto la mujer como su hija supieron del hallazgo de los jóvenes, agradecieron enormemente su gesto, y los recompensaron con mil dólares para cada uno.

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