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Una mirada al interior de la Sociedad Secreta de Wall Street

Por: Jimena O. - 03/11/2014

Por primera vez en ochenta años, un reportero logra ver qué sucede dentro de una reunión de Kappa Beta Phi, la fraternidad de los hombre más ricos de Wall Street.

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Kevin Rosse, un periodista financiero, se encontraba escribiendo un libro ("Young Money") sobre las vidas de los jóvenes banqueros que luchan en el fondo de la cadena alimenticia de Wall Street. Sabía qué los hacía funcionar, pero mientras iban escalando los rascacielos de los bancos su destino se volvía más incierto y elusivo. Cada que intentaba entrevistar a algún CEO o chairman de cualquier firma grande de Wall Street, se daba cuenta de que se encontraban perfectamente blindados, envueltos en respuestas de manual y callejones burocráticos sin salida. No había nada que revelara algún rasgo de la verdadera psicología de los ultramillonarios. Así que si pudiera de alguna manera ver a estos personajes desenvolverse en su hábitat natural, quizá sería capaz de entender el mundo al que sus jóvenes sujetos se estaban adentrando.

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Desde que Roose escucho rumores sobre la existencia de Kappa Beta Phi, quiso saber qué pasaba en sus reuniones. Según los rumores, la gran fraternidad de Wall Street incluía como miembros a exitosos financieros como Michael Bloomberg, ex alcalde de Nueva York (y también miembro de Skulls & Bones), John Whitehead, ex chairman de Goldman Sachs o el billonario Paul Tudor Johns. Se decía además que cada año la cena del grupo incluía parodias, actos musicales travestis y bromas subidas de tono, todo bajo la protección de su mantra: “Lo que pasa en el Regis se queda en el Regis”. Por ocho décadas su lema había funcionado, ningún extraño había logrado presenciar su ritual de primera mano. 

Cuando se enteró de cuándo y dónde se realizaba la cena anual, Roose supo que debía alquilar un esmoquin e intentar infiltrarse. Entrar fue sorprendentemente fácil, caminó sin detenerse, pasó delante del mostrador del hotel, y nadie le preguntó nada. De pronto ya estaba en el cóctel e inmediatamente empezó a ver caras conocidas. Tomó un programa y vio que allí estaba impresa la lista de los asistentes, entre ellos el entonces CEO de Citigroup, Vikram Pandit, el CEO de BlackRock, Larry Fink, Greg Fleming de Morgan Stanley y el vicepresidente de J.P. Morgan Chase, Jimmy Lee.

Roose tenía veinte años menos que cualquiera de los asistentes, así que probablemente pensaban que era algún mesero. No estaba seguro de qué hacer, no quería levantar sospechas y sabía que si hablaba con la gente seguramente lo sacarían en minutos. Entonces decidió instalarse en la mesa más lejana y pretender que revisaba mails en su celular.

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Era enero de 2012 y Wilbur Ross, un inversor millonario, enfundado en un esmoquin y calzando mocasines de terciopelo morado bordados con las letras de la fraternidad, estaba de pie en el estrado del gran salón del Hotel St. Regis, dando la bienvenida frente a unas 200 personas. Como lider, o “Grand Swipe”,  se estaba preparando para invitar a 21 nuevos miembros (“neófitos”) elegidos por el grupo para formar parte de sus exclusivas filas. Roose escuchaba desde el fondo, mientras disfrutaba de la elegante cena de costillas de cordero y foie gras entre muchos de los inversores más famosos del mundo. Bob Benmosche, CEO de AIG estaba ahí, así como Alan “Ace” Greenberg, antiguo chairman de Ber Stearns, y el super-abogado de Wall Street, Marty Lipton. Y estos eran sólo los antiguos miembros. Entre los “neófitos” estaba el millonario de fondos de cobertura, y gran donador para la campaña de Obama, Marc Lasry y Joe Reece, un cerrador de tratos de altos vuelos para Credit Suisse.

Durante sus comentarios iniciales, Ross habló por varios minutos acerca de la leyenda de los Kappa Beta Phi, de cómo se había iniciado en 1929, al principio de la Gran Depresión, por 4 estudiantes de excelencia de William and Mary; cómo su blasón, representando una “masculina mano derecha enfundada en un traje Savile Row y una camisa Turnbull and Asser” era superior al de sus congéneres de Phi Beta Kappa (Ross llamó a logo Phi Beta Kappa una “confesión tácita de homosexualidad”); y cómo el lema de la fraternidad, “Dum vivamus edimus et biberimus,” era el latín para “Mientras estemos vivos, comeremos y beberemos.”

Después de la presentación, los nuevos miembros, todos vestidos en leotardos, faldas con lentejuelas doradas y pelucas, empezaron su show de variedad. Entre los actos de la noche se encontraban:

• Paul Queally, ejecutivo para Welsh, Carson, Anderson, & Stowe, que contó chistes verdes a Ted Virtue, otro importante ejecutivo para MidOcean Partners.

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• Bill Mulrow, un alto ejecutivo en Blackstone Group (y que después fue nombrado chairman para la New York State Housing Finance Agency), y Emil Henry, un gerente de fondos de cobertura para Tiger Infrastructure Partners y ex-secretario asistente del Tesoro, actuaron una extraña parodia cómica. Mulrow vestía andrajoso y desaliñado para representar a un liberal radical, y Henry jugaba el papel de un barón acaudalado. Intercambiaron diálogos como si se tratara de un debate entre el 99 y el 1 por ciento. “!Bill, mirate! ¡Eres un patético liberal, necesitas un baño!” gritaba Henry.

• David Moore, Marc Lasry, y Keith Meister cantaron algunos segundos de una adaptación financiera de “YMCA”.

• Warren Stephens, CEO de un banco de inversión, tomó el escenario con sombrero con la bandera confederada y cantó una canción acerca de la crisis financiera con la música de “Dixie.”

Algunos actos siguieron mientras Kappas veteranos seguían atragantándose con costillas de cordero, lanzado bocadillos al escenario y carcajeándose estrepitosamente. Michael Novogratz, un antiguo piloto de helicópteros del ejército cuya firma Fortress Investment Group lo había hecho billonario, se encontraba sentado junto a Roose, bebiendo a grandes tragos y aderezando cada acto con bromas e insultos.

Los neófitos, que habían cambiado los vestidos por trajes de misioneros mormones, irrumpieron con su acto final: una parodia de la balada “I Believe” del “Libro de Mormon”, cuya letra decía “I believe that God has a plan for all of us. I believe my plan involves a seven-figure bonus” ("Creo que Dios tiene un plan para todos nosotros y creo que mi plan incluye un bono de 7 dígitos"). Roose estaba emocionado, y no pudo evitar sacar su teléfono y empezar a tomar video. Gran error.

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Novogratz había volteado a verlo y le preguntaba amenazante quién demonios era. Se aceleró su pulso. Pensó en salir corriendo o inventar una excusa, pero debido al código de ética del New York Times, para quien trabajaba en ese momento, decidió que su única opción era revelar su identidad. Cuando Novogratz lo escuchó decir que era un reportero, se puso de pié, le dijo que no era bienvenido, lo tomó fuertemente del brazo y lo amenazó con que le diera el teléfono o lo haría pedazos. Sus ojos estaban inyectados de sangre y las venas del cuello se le saltaban. La canción había terminado y varios Kappas se dirigían ya a su mesa, pero antes de que la situación explotara una ex-inversora de bonos para Grand Swipe llamada Alexandra Lebenthal se adelantó y junto con Wilbur Ross guiaron a Roose hacia el lobby. Una vez ahí, Ross y Lebenthal le aseguraron a Roose que lo que acababa de ver no era en realidad un grupo de millonarios haciendo bromas homofóbicas y burlándose de la crisis financiera que provocaron a costa de los contribuyentes. No, solo eran un grupo de amigos que se reunía para divertirse burlándose de sí mismos. Nada más que ver. Pero su preocupación se hizo realmente patente cuando el mismo Ross se ofreció como una fuente para futuras historias a cambio de su cooperación. Su pánico era comprensible. Después de varios minutos intentando contener la situación, Ross y Lebenthal lo escoltaron a la salida del St. Regis, de donde Roose salió caminando sin mayores contratiempos.

Parece increíble que la historia termine así y, sobre todo, que Roose haya logrado salir bien librado. Y es que nadie lo esperaba, los grandes criminales de cuello blanco no buscan llamar demasiado la atención, para eso están los políticos, para acaparar las miradas y dejarlos vivir en la bacanal del dinero sin interrupciones. Si Roose pudo entrar y salir fue simplemente porque no se lo esperaban, porque no supieron cómo reaccionar frente al que los encontró desarmados, travestidos en descampado, lejos de su trinchera en el organigrama.

Es evidente que los rangos mayores del sector financiero están compuestos por hombres que han perdido por completo el sentido de realidad. Recientemente, los caciques financieros de Estados Unidos se han estado sintiendo un poco desairados, están comparando la persecución de los más ricos con la situación de los judíos en la Kristallnacht. Los patéticos titanes de Wallstreet lloran desconsolados porque dicen que ya no quieren ser golpeados. 

[NYMag]