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Un texto del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro nos recuerda, sin moralismos de por medio, que el cigarrillo ocupa un lugar simbólico en la existencia de muchas personas, una suerte de acto paralelo que da peso y realidad a la vida diaria.

No comprendo cómo se puede vivir sin fumar... Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como tengo el mismo presentimiento. Sí, puedo decir que como para fumar... Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido y si por la mañana tuviese que decirme "hoy no puedo fumar" creo que no tendría el valor para levantarme.

-Thomas Mann, La montaña mágica

Cada inicio de año muchas personas se proponen dejar de fumar. Afectados, o no, por la abundante propaganda en contra del tabaquismo, por el conocimiento de los daños que provoca el consumo habitual del cigarrillo o por otros motivos que, en el fondo, se reducen casi siempre al cuidado de la salud, cientos o miles o millones de fumadores se dicen a sí mismos y también a otros que este año sí dejarán de fumar ―una confirmación que, contradictoriamente, se da para un evento futuro, como si éste estuviera ya consumado, pero sólo en la posibilidad, en la simulación del lenguaje.

Con todo, como sucede con otras buenas intenciones de Año Nuevo, en no pocos casos ésta también comparte el destino del abandono y la derrota, la autocomplacencia gradual y paulatina que finalmente reacomoda ciertas costumbres en el ámbito de lo aparentemente irrenunciable.

Fumamos y a veces parece que nunca dejaremos de fumar, de tan arraigado que descubrimos este hábito en nuestra vida y nuestra cotidianiad, una suerte de acto paralelo a otros actos ―leer, tomar un café, hacer la sobremesa, el transcurrir del post-coitum― que el cigarrillo, como el lacre de las cartas, los sella y los archiva, los vuelve parte de esos hechos mínimos que día a día constituyen la existencia.

“No es mi intención sacar de él conclusión ni moraleja. Que se le tome como un elogio o una diatriba contra el tabaco, me da igual”, dice el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) hacia el final del texto que compartimos en esta ocasión, una demorada confesión de alguien que, de inicio inadvertidamente, tejió su vida con el hábito del cigarrillo.

“Sólo para fumadores”, se llama el relato en el cual, en efecto, la tentación del juicio moral se sortea para únicamente dar cuenta del lugar que el tabaquismo puede ocupar en la existencia de una persona, en el caso de Ribeyro, como el reconocimiento por medio de un objeto ―el cigarrillo― de la importancia de los rituales en nuestra vida diaria, un sacramento laico que en cierta forma le otorga peso y realidad a acciones que de otro modo quizá serían apenas banales. 

A continuación compartimos un fragmento extenso de este texto y, después, un enlace donde se puede encontrar y descargar completo.

No me quedó más remedio que inventar mi propia teoría. Teoría filosófica y absurda, que menciono aquí por simple curiosidad. Me dije que, según Empédocles, los cuatro elementos primordiales de la naturaleza eran el aire, el agua, la tierra y el fuego. Todos ellos están vinculados al origen de la vida y a la supervivencia de nuestra especie. Con el aire estamos permanentemente en contacto, pues lo respiramos, lo expelemos, lo acondicionamos. Con el agua también, pues la bebemos, nos lavamos con ella, la gozamos en ejercicios natatorios o submarinos. Con la tierra igualmente, pues caminamos sobre ella, la cultivamos, la modelamos con nuestras manos. Pero con el fuego no podemos tener relación directa. El fuego es el único de los cuatro elementos empedoclianos que nos arredra, pues su cercanía o su contacto nos hace daño. La sola manera de vincularnos con él es gracias a un mediador. Y este mediador es el cigarrillo. El cigarrillo nos permite comunicarnos con el fuego sin ser consumidos por él. El fuego está en un extremo del cigarrillo y nosotros en el opuesto. Y la prueba de que este contacto es estrecho reside en que el cigarrillo arde, pero es nuestra boca la que expele el humo. Gracias a este invento completamos nuestra necesidad ancestral de religarnos con los cuatro elementos originales de la vida. Esta relación, los pueblos primitivos la sacralizaron mediante cultos religiosos diversos, terráqueos o acuáticos y, en lo que respecta al fuego, mediante cultos solares. Se adoró al sol porque encarnaba al fuego y a sus atributos, la luz y el calor. Secularizados y descreídos, ya no podemos rendir homenaje al fuego, sino gracias al cigarrillo. El cigarrillo sería así un sucedáneo de la antigua divinidad solar y fumar una forma de perpetuar su culto. Una religión, en suma, por banal que parezca. De ahí que renunciar al cigarrillo sea un acto grave y desgarrador, como una abjuración.

En este enlace encuentras una digitalización en formato PDF de "Sólo para fumadores", de Julio Ramón Ribeyro

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Twitter del autor: @juanpablocahz