En nuestra época y quizá al menos desde el siglo XIX, las adicciones se consideran, en general, un comportamiento negativo que debe corregirse, erradicarse. Públicamente las adicciones se juzgan y se condenan, por más que en la intimidad prácticamente cualquier persona sea adicta a algo. Por lo regular se dice que las adicciones entorpecen y disminuyen, conducen irremediablemente a la decadencia y la autodestrucción.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando no es así? ¿Qué pasa cuando una adicción, por extraordinario que pueda parecer, es el soporte de una persona, el suelo que le permite construir otras cosas? ¿Cómo entender una adicción cuando, de suprimirse en alguien, entonces sí esta persona se desmoronaría y caería de lleno en el absurdo de la existencia?
Como se sabe, en la actividad artística es particularmente fácil encontrar ejemplos de este cariz “constructivo” de la adicción. En la historia de la cultura lo raro es encontrar artistas que no hayan sido adictos a alguna de esas sustancias o comportamientos condenados por la moralidad de su época.
A continuación compartimos los casos de 10 escritores con las respectivas adicciones que, con toda probabilidad, les permitieron edificar la grandeza de su obra.
Honoré de Balzac / Café
La adicción de Balzac llevaba por nombre café. Se dice que este hombre que mucho tenía de pantagruélico, incluso en su literatura, bebía un promedio de 50 tazas de café al día y en algún momento incluso comenzó a comer granos. Escribió el francés, hablando del primer café de la mañana cayendo en el estómago en ayunas:
El café lo encuentra vacío, ataca ese forro delicado y voluptuoso, se convierte en una especie de alimento que requiere sus jugos; los exprime, los solicita como una pitonisa clama a su dios, maltrata a esas hermosas paredes como un carretero que brutaliza a sus caballos; los Plexus se inflaman, queman y lanzan sus chispas hasta el cerebro. A partir de entonces, todo se agita: las ideas se tambalean como batallones de un gran ejército en el campo de batalla, y se libra la batalla. Los recuerdos vuelven a paso de carga, con los pendones desplegados; la caballería ligera de las comparaciones se despliega en espléndido galope; la artillería de la lógica acude con sus carros y saquetes; las ocurrencias llegan en tromba; se alzan figuras; el papel se llena de tinta, pues empieza el desvelo que terminará en torrentes de agua oscura, como la batalla en pólvora negra.
También en Pijama Surf: Entre orgías creativas y placenteras está el café: el estimulante favorito de los creadores
Lord Byron / Sexo
La fuerza creativa por antonomasia, potencia indomable, sustrato del mundo. El sexo fue la adicción de Lord Byron, quien, según la leyenda, durante un solo año en Venecia fornicó con más de 250 mujeres y no pocos hombres. Su obsesión lo llevó a conservar un poco del vello púbico de cada una de las personas con quien estuvo y guardarlo en un sobre con el nombre correspondiente.
Elizabeth Browning / Opio
Poeta de la era victoriana, Browning tuvo, como otros creadores de su misma época, una relación especial con el opio, la cual comenzó a los 15 años, cuando le fue administrado por una herida en su columna. A los 30, cuando enfermó del corazón y los pulmones, consumía dosis de hasta 40 gotas de láudano por día.
Paul Verlaine / Absenta
La fée verte, el “hada verde”, fue la debilidad de Verlaine, vicio que compartió con otros poetas coétaneos como Baudelaire y su amante Rimbaud. A este, por cierto, un día le disparó en el brazo, influido doblemente por los efluvios de la absenta y por su reciente rompimiento con el autor de Una temporada en el infierno.
Dostoievski / Juego
La adicción de Dostoievski al juego es conocida, incluso por la novela que escribió al respecto, la cual, dicho sea de paso, sirvió para pagar algunas de las deudas derivadas de su afición a la ruleta. Biográficamente llegó a este en una etapa de profunda tristeza por el fallecimiento de su esposa y su hermano.
Ayn Rand / Anfetaminas
La escritora ruso-estadounidense Ayn Rand se volvió adicta a las anfetaminas a raíz de un tratamiento médico, consumiéndolas durante casi 30 años sin, al parecer, mayores efectos que sus erráticos cambios de ánimo.
James Joyce / Flatulencias
Acaso la menos nociva de las adicciones mencionadas hasta ahora, Joyce tenía una inclinación singular por las ventosidades del cuerpo, en especial por las de Nora, su esposa, de las cuales habla con cierta profusión en una serie de cartas que incluso guardan unidad temática al respecto.
William S. Burroughs / Heroína
De las muchas sustancias de las que pudo hacerse adicto, Burroughs terminó unido a la heroína, prácticamente desde sus primeros años de juventud hasta los últimos de su vida.
Charles Dickens / Morgues
En el caso de Dickens el comportamiento adictivo no se manifestó con respecto a una sustancia, sino con un lugar: las morgues. Algo encontraba el autor de Oliver Twist en estos recintos de muerte y silencio, y se dice que podía pasar varios días atestiguando el ir y venir de los cadáveres y los procedimientos que se les aplicaban a estos. Dickens describía esto como “la atracción por lo repulsivo”.
Ernest Hemingway / Alcohol
Es Hemingway, pero la verdad es que en este caso podrían enlistarse cientos de escritores, sin que sea fácil decidir cuál tendría la primacía sobre los otros. Lo interesante de los escritores alcohólicos (y no solamente) es que, a pesar de todo, el alcohol no les arrebata su lucidez ni su compromiso con aquello en lo que creen: pueden pasar todo el día y todos los días ebrios, pero aun así escriben y son capaces de, entre tumbos y resacas, legar al mundo una obra genial.
También en Pijama Surf: Sobre adicciones y voluntad