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La visión del místico Sri Aurobindo encuentra en la telepatía global una alternativa para implementar un sistema político planetario que fomente la comunión del espíritu humano

Los sistemas políticos-financieros presentan actualmente, a la luz de la experiencia, un yermo. Los grandes sistemas, el capitalismo y el comunismo e incluso la supuesta democracia moderna, en la práctica han sido sendos fracasos. Si bien podría hacerse alguna adaptación a estos sistemas, impera la intuición de que un cambio sustancial deberá efectuarse de manera radical. Pero incluso un sistema radical —por ejemplo el que postula el movimiento Zeitgeist— está destinado a fracasar —si se trata de avanzar en el bien común y en la evolución de una sociedad planetaria— si no cambia radicalmente la conciencia de las partes de este sistema, es decir, del ser humano como holón.

En el último siglo hemos visto un movimiento dominante: el de la globalización (con su arista de Nuevo Orden Mundial). Existe cierta nobleza en el planetamiento de crear una sociedad global, una democracia planetaria y avanzar hacia la unión del espíritu humano, con todo lo que ello en verdad significa: proteger la diversidad, propiciar el desarrollo de manera igualitaria, intercambiar ideas, formar consensos, en suma, proyectarse como una entidad colectiva interdependiente. Sin embargo, esto es simplemente una utopía si se considera la realidad de la conciencia humana (y de los ejes o entes manipuladores que la circunscriben). La globalización y su superobjetivo del Nuevo Orden Mundial es fundamentalmente una forma de extender uniformente, a lo largo del planeta, un sistema oligopólico que simula ser una democracia y que para su prosperidad no solo necesita de la participación en un sistema económico de todos los integrantes del planeta —esto es, el consumo—, sino de su participación ideológica, justamente porque en el fondo somos juntos el espíritu humano.

Pero esta tendencia globalizante no es solo un plan maquiavélico de conquista total de una serie de banqueros en un pedestal invisible (o cualquier otra conspiración que se quiera evocar, la cual no necesariamente la hace equívoca). Es, podemos decir, un proceso de la conciencia humana de extenderse  (e imbricarse) por el planeta, un resultado de la evolución y quizás parte inevitable de la exteriorización de la mente en la naturaleza.

No es causalidad que personas que han participado tras bamabalinas en la fundación de los organismos internacionales, tengan una marcada inclinación mística, como es el caso de Nicholas Roerich, quien influyó notablemente en el gobierno de Franklin Delano Roosevelt y en el proyecto de la Naciones Unidas.

Vemos aquí dos fuerzas que por momentos se oponen y que por momentos se fusionan para impulsar a la humanidad.  La nobleza de la unidad y la evolución epigenética del hombre (tecnología y arte) que conquista la distancia y crea una red de comunicación global, en la que todos somos transistores, y por otro lado está la corriente tecnológica del río de la humanidad, explotada como un mecanismo de control orwelliano, y el aniquilamiento de la distancia y los preceptos ideológicos de la interdependencia global que son usados políticamente para establecer un orden que permite a un número cada vez menor de personas controlar a un número cada vez mayor.

Surge en la conciencia individual una onerosa y ominosa pregunta: ¿debemos de abandonar el colectivo, esta empresa espacial terrestre humana, y abocarnos a nuestra evolución personal? ¿Debemos de abandonar las utopías y los  grandes sueños de comunión bajo este cielo, en esta humanidad? Pero al mismo tiempo, para aquel que considera el camino del exilio y el descondicionamiento de la programación colectiva, ¿hasta qué punto podemos abandonar la nave? ¿Acaso no estamos indisociablemente unidos por una red de telecomunicación invisible e incluso por una especie de familia transacional energética de almas? Esto es parte del concepto oriental de bodhisattva: la iluminación verdadera del individuo y la libertad total no se puden lograr hasta que todos se iluminen y se liberen, por lo tanto la conciencia dicta el camino del servicio.

Hay que aclarar que estas son especulaciones: alguna será más resonante en las fibras luminosas de la intuición, pero no hay certidumbre por ahora en quien escribe este ensayo de psicoaventura metapolítica.

Alguien que tal vez tenía su intuición más clara, el místico y poeta indio Sri Aurobindo, dejó entre sus escritos un interesante planteamiento para rescatar el sueño utópico de la gobernanza planetaria en su lado luminoso, por así decirlo.

"El triunfo más grande del pensamiento vendrá cuando pueda persuadir al individuo y al colectivo a sustentar su relación de vida, su unión y su estabilidad en el consentimiento armonioso y en la auto-adaptación, y moldear y gobernar lo externo por la verdad interna en vez de constreñir el espíritu interno por la tiranía de la estructura y la forma externa".

Aurobindo creía que la unión de la raza humana solo podía darse cuando la ley se interiorizara y se espiritualizara. Esto puede interpretarse como una forma de decir que era necesario experimentar internamente los principios rectores de las grandes religiones  y de  la filosofía y la política en su ideas universales, para que estos germinaran y no fueran meras imposiciones. Que el espíritu individual conociera el espíritu colectivo dentro de sí mismo —que participa en todos los hombres y en la divinidad— es la claúsula necesaria para poder embarcarse en un proyecto de unión global, según Aurobindo.

Sri Aurobindo parece describir preclaramente el panorama actual de protesta y descontento mundial ante el sistema político-financiero dominante:

"Entre más presión  [para controlar la vida de las personas] con más certidumbre se le opondrá la expansión del principio práctico del Anarquismo espiritual, intelectual y vital en rebeldía a esta presión mecánica. Así, también, un sistema mecánico de Estado Mundial debe generar al final una fuerza opuesta y podría terminar en su colapso y desintegración,  incluso en la necesidad de la repetición del ciclo de la humanidad para acabar con un mejor intento de solucionar el problema".

Aquí Aurobindo nos regala vislumbres de la teoría de la humanidad ciclíca y de su destrucción (Lemuria, Atlántida, Hiperbórea) ante su incapacidad de crear un sistema armonioso que vaya en servicio de la evolución planetria y de lo que él mismo llamaba la Supramente.  Su esperanza está en esto:

"Una religión espiritual para la humanidad es la esperanza del futuro. Con esto no me refiero a lo que ordinariamente se llama la religión universal, un sistema de creencias intelectuales, dogma y rito externo. La humanidad ha intentado la unidad por esta vía; ha fracasado y merecía fracasar, porque no puede haber ningún sistema religioso universal, uno en credo mental y forma vital.  El espíritu interior es, de hecho, uno, pero más que cualquier otra cosa, la vida espiritual insiste en la libertad y en la variación, en su autoexpresión y en su forma de desarrollo. Una religión de la humanidad significa la creciente conciencia de que existe un espíritu secreto, una realidad divina, en la que todos somos uno y que la humanidad es actualmente el vehículo más alto en la Tierra, que la raza humana y los seres humanos son el medio por el cual se revelará progresivamente aquí. Implica un creciente intento de vivir este conocimiento y hacer surgir el reino del espíritu divino en la Tierra.  Por su crecimiento dentro de nosotros, la unidad con los otros seres humanos será el principio rector de toda nuestra vida,  no solo un principio de cooperación, sino una hermandad más profunda, un sentido verdadero interior de unidad, igualdad y una vida en común".

La mezcla de religión  con política de Aurobindo podrá parecerle a más de uno como una nueva manifestación en ciernes de los sistemas totalitarios —teocráticos o fascistas— que tanto hemos padecido, ya que postula supeditar a la humanidad a la "realidad divina" o al "espíritu secreto". Sin embargo, rescatamos que existe una concepción que embona con la biología evolucionista, pero que la espiritualiza, tomando en cuenta un aspecto que la ciencia no puede tocar. La humanidad como un proyecto de la divinidad o del planeta, del espíritu o de la biósfera (algo que recuerda ineludiblemente a Pierre Teilhard de Chardin). Evidentemente cada persona es libre de considerar que un espíritu secreto de la divinidad inherente es una invasión a su fuero interno o a sus creencias; para otros este concepto no necesariamente supone una teología: el universo interpenetra a cada uno de los seres que lo conforman  y garantiza su unidad atómica en el polvo estelar que es ahora nuestra conciencia.

Ahora bien, con el beneficio de la duda, que es también la delicia de la exploración metafísica y de ciencia ficción, ¿cómo se consolidaría esta religión de la humanidad, sin caer en los viejos vicios y mafias del control mental impositivo de la historia?  Una posibilidad, sugiere Tristan Gulliford en Reality Sandwich, es construyendo una sociedad telepática global.  Aurobindo mismo consideraba que la telepatía era uno de los siddhis (o poderes mágicos) que se pueden obtener en el camino espiritual y desarrolló esta cualidad, la cual, creía, era potestad de todos los hombres.

Más allá de revestimientos y preconceptos pop que encierran lo que conocemos como telepatía, podemos reformularla como la habilidad de percibir lo que percibe otra persona. En cierta medida la tecnología ("indistinguible de la magia", según Arthur C. Clarke) ha construido una red telepática global, optando conducirse por un camino basado en el hardware y en la prótesis (tu iPhone y no tu glándula pineal, por decir algo). Pero esto no signica que la telepatía, sin la necesidad de utilizar herramientas externas al cuerpo humano, no ocurra en el mundo, es más, es posible que la telepatía ocurra constantemente de manera natural pero se pierde como una señal más en el ruidoso mar de las telecomunicaciones. Sheldrake, Radin, Herbert y otros científicos han demostrado que esta biotelecomunicación existe (pero ahondar en las pruebas nos desvía un poco del tema que queremos tratar).

Dijimos que la telepatía es percibir lo que alguien más percibe —un hipervínculo de la otredad—, pero quizás, para fines de lo expuesto por Aurobindo, sería mejor decir que la telepatía es la habilidad de sentir lo que siente otra persona, enfatizando en sentir para llegar a la empatía como correspondencia de la telepatía. Todos hemos alguna vez sentido empatía y quizás no solo por ver el rostro compungido de alguien u oír su voz desolada, sino percibiendo todo un conjunto de signos sensoriales que, en su suma, superan los cinco sentidos que reconocemos generalmente. Un paquete de información y energía que se transmite. Y por un momento no pensamos en que esa persona se siente de tal forma, sentimos lo que siente. Esta es la forma más simple y sublime de expresión de la telepatía animal. 

"La percepción extrasensorial… ¿Sabes cómo lo haces? Escuchas a la otra persona en vez de pensar lo que vas a decir después. Eso es todo, y aprendes cosas”, escribe Elmore Leonard,  en Touch, citado por Aelous Kephas. 

Las madres que permanecen conectadas a sus hijos no dejarán mentir en que existe un vínculo a distancia que permite la transmisión de información por vías no ordinarias (entrelazamiento cuántico, resonancia mórfica, quizás); las mascotas también, por alguna razón, logran percibir a sus dueños; los amantes, acaso como una luminosa prueba de su com-patibilidad, sienten en ocasiones lo que siente el otro sin recibir un signo tangible. La telepatía parece moverse sobre todo de manera emocional. Quizás esto sea lo que silenciosamente nos quiere decir la naturaleza con este engarce telecomunicacional: una especie de llamado a un pathos planetario, al jardín de la interconexión de nuestros sentidos, a que somos árbol y ese puede ser el paraíso. Quizás el árbol dentro, nuestro ADN, es justamente el centro ubicuo de recepción telepática.

 

La importancia política de la telepatía es que posibilita un sistema de igualdad, porque puede desvelar un sentido de comunión más allá de las ideas.  Comunicar estados mentales (como tal vez el autor de esta entrada comunica al lector), comunicar momentos, comunicar esencias, tiene el potencial de hermanar e in-formar un rizoma de seres que son juntos como un coral de espíritus. Por más que nos genere cierta sensación moral ver cómo se destruye el ecosistema o cómo mueren los niños en África, esto nunca se podrá comparar con sentir que te enfermas cuando contaminan los bosques tropicales o que mueres en África. Y también permite implementar esta ley interna de la que habla Aurobindo sin depender de una constricción externa.

Claro que habría que desarrollar esta "empatía a distancia", pero si se invirtiera lo mismo que se ha invertido en desarrollar las telecomunicaciones, con toda probabilidad se lograría.

Ahora bien, este sistema hipotético tiene el peligro de generar una homogeneidad sensorial que podría degenerar en una uniformatización de la realidad. En la serie de ciencia ficción V, la gran madre reptliana se conecta telepáticamente con todos los miembros de su especie y les envía lo que llama "The Bliss", una especie de simulación multisensorial de la divinidad, a través de la cual fomenta una adicción y ejerce un control totalitario.

Evidentemente existen nuevos estadios en la evolución y nuevos dramas cósmicos en el camino de la dualidad hacia la unidad, así que es natural que una sociedad telepática presente retos y peligros. Es posible que persista el deseo de poder sobre los demás, pero también es posible que la telepatía, en su acepción de empatía, incremente la conciencia del individuo y lo lleve a asumirse como una radiación más del espíritu planetario en su proyecto de manifestar el paraíso en la Tierra.