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Serás felicitado de manera automática, obligada, anodina, en serie, gracias a Facebook y a su protocolo de alertas de cumpleaños

No sé por qué pero me gusta escribir sobre facebook. Sin llevar un récord preciso, este debe ser el tercer o cuarto texto que dedico a la más popular de las redes sociales, la que, a mi juicio, encarna mejor el humus de esta época, ese amasijo de valores, ideales, miedos y aspiraciones que, de algún modo, se refleja en cada fotografía íntima hecha pública, en los I like y los enlaces compartidos, en los status y los comentarios, los jajaja y los XD, en las inúmeras expresiones de alegría o frustración o rabia o tristeza o regocijo o pena o dolor o indiferencia que, diariamente, a todas horas y en cualquier parte del mundo, responden a la pregunta ¿Qué estás pensando? Pienso, pero no con claridad, que facebook es la más diáfana y al mismo tiempo la más turbia de las emanaciones de nuestra época, correspondencia exacta y punto ciego, una suerte de reflejo irreconocible del rostro que a diario nos acompaña.

No quiero, sin embargo, ensayar una sesuda elucubración fenomenológica sobre facebook y sus implicaciones en la sociedad occidental de inicios del siglo XXI. No quiero sonar academicista. Mis intenciones, por ahora, son más modestas. Me gustaría tratar un detalle nimio y por todos conocido: el recordatorio que, amable y generosamente, facebook genera siempre que la fecha del cumpleaños de un amigo se encuentra próxima.

Para quienes tienen una cuenta de facebook y en ella a todos los amigos posibles, felicitar a alguien en su cumpleaños ya no es problema ni el olvido pretexto para malquistarse con el festejado. Ahora basta un mínimo de atención en la página de inicio, en su esquina superior derecha, para verificar rápida y eficazmente si ese preciso día es el cumpleaños del amigo de la infancia o del compañero de trabajo, del pariente, del exnovio, de la joven recién conocida con quien se quisieran estrechar relaciones. Basta ese mínimo de atención para comprobar que sí, que ese día es el cumpleaños o que no, que falta poco menos de una semana para el mismo.

Pero incluso sin esta minúscula desviación de la mirada a tan específico rincón del monitor, el sistema mismo hace notar al usuario que otros de sus contactos —porque, casi siempre, un amigo es amigo de otros amigos, de ahí el sentido de la red social— han dedicado dos o tres segundos de su día y su visita al perfil para llover felicitaciones sobre el susodicho. Porque, faltaba más, no hay quien no pueda improvisar y dedicar un Felicidades, un Happy Birthday, un Muchos días de estos, un Que te la pases súper y que recibas muchos regalos!!!, una sonrisa tan abierta y cordial como lo permita el emoticón elegido para lacrar el breve y correcto parabién anual que, según dictan los más rancios cuadernillos de etiqueta y buenas maneras, debe dedicarse al pariente, la amistad, el contertulio, señor, señora, señorita, esa persona cualquiera que por, como suele decirse, azares de la vida, quedó situada en algún punto de nuestro espectro afectuoso o de mero interés utilitario.

¿Que cuál es mi problema con todo esto? Los cumpleaños en sí mismos, obviamente, pero, en este caso, el aura hipócrita que rodea esas felicitaciones sosas, instantáneas, anodinas, ese aire suyo de manufactura tercermundista y producción en serie, de reproducción robótica y despacho maquinal.

Hace un tiempo, precisamente por los días en que cumplo años, ideé un experimento facebookero que nunca puse en marcha. Consistía éste en cambiar un número indeterminado de veces, durante un año, la fecha de nacimiento que utiliza el sistema para generar la mencionada alerta. De esta forma, habría recibido felicitaciones el 8 de enero y después el 15 de abril y también el 20 de agosto y el 12 de diciembre y, tal vez, muchas más, tantas como el ocio y mis ganas de burlar la inteligencia de los otros me lo hubieran permitido. Porque ese era o es el quid del ejercicio: hacer notar el nivel de automatismo al que facebook nos somete, las a veces enormes porciones de voluntad y discernimiento que tributamos a este insomne monstruo creado por Zuckerberg con tal que no revoque nuestro dudoso derecho a fisgonear por sus intersticios.

Pero, como dije, nunca me animé a probar mi idea. Casi nadie soporta a un petulante que se cree mejor o más inteligente que la mayoría. A nadie le gusta quedar como un tonto o un títere ni que se rían a sus costillas de su correcta o hipócrita sinceridad, de sus buenos deseos.

Además, timorato, temí perder al puñado de amigos que, quiero suponer, todavía conservo.

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