Nuestra identidad está ligada íntimamente a nuestro cuerpo. Aunque a veces se dice que el aspecto físico importa menos que nuestras cualidades “interiores”, lo cierto es que en alguna medida estas son también resultado de aquel. Nuestro "ser" incluye lo que somos físicamente, nuestra altura, nuestro peso, nuestro color de piel, la manera en que caminamos, los gestos que hacemos al pensar, al reír, al enojarnos, cómo situamos nuestro cuerpo en el mundo. ¿Qué sería de ti si tu cuerpo fuera diferente? ¿Qué pensarían de ti los demás si tuvieras otro o, en una variante de esta pregunta, si alguien distinto a ti tuviera tu cuerpo?
Estas interrogantes, que podrían parecer propias del terreno de la especulación o incluso de la sci-fi, son en nuestra época una realidad palpable, limitada quizá, pero que sucede. Prueba de ello es el caso de Rebekah Aversano, una mujer que recientemente trascendió en las noticias porque se encontró con el hombre que recibió el trasplante de rostro de su hermano fallecido.
Joshua, el hermano de Rebekah, tenía 21 años cuando, en 2012, fue atropellado por una camioneta mientras cruzaba una calle. Entre otras cosas, la familia decidió entonces donar su rostro a Richard Norris, de 39, quien resultó severamente dañado durante un tiroteo ocurrido en 1997.
El trasplante tuvo lugar en Maryland en 2012, luego de una cirugía de 36 horas dirigida por Eduardo Rodriguez y en la que los dientes, la quijada, la lengua, los músculos y los nervios de Joshua pasaron a ser los de Richard.
Hace unas semanas, Richard quiso visitar a la familia de Joshua para agradecerles por la decisión que tomaron y que para él significó recuperar la posibilidad de vivir nuevamente con cierta normalidad. “Definitivamente podemos ver a nuestro hijo aquí”, dijo la madre de Joshua, y su hermana se sorprendió por reencontrarse con el rostro con el que creció.
En un videoensayo preparado por kogonada (un usuario destacado de Vimeo), el director Richard Linklater dice, a propósito del tiempo, que podemos mirarnos en una fotografía de cuando teníamos 10 años y después vernos en el espejo y descubrir de pronto una “conexión poderosa” entre ambas personas, el yo del pasado y el yo del presente que, sin embargo, es el mismo. O al menos esa es la ilusión que dicta nuestra mente, el espejismo de la identidad.
¿Qué cambiaría si, en ese mismo ejercicio, un día descubriéramos que el reflejo nos devuelve la imagen de otro rostro, uno al que no estamos habituados? ¿Nos sentiríamos, de pronto, alguien distinto?
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