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Somos otros: genial video muestra cómo tu rostro cambia con la luz

Arte

Por: pijamasurf - 04/24/2014

Nuestro rostro es el emblema de nuestra identidad, más frágil de lo que creemos. La iluminación muestra cómo fácilmente nos convertimos en otra persona --tomamos otra máscara-- cuando los efectos del ambiente se modifican: nuestro rostro es la escenificación de juego de sombra y memoria.

¿Alguna vez te has contemplado en un espejo bajo los efectos de una droga psicodélica? Este video se acerca un poco a transmitir ese efecto caleidoscópico del rostro que va oscilando con la percepción y que parece ser una bóveda viva de tiempo y experiencias. 

El videoasta Nacho Guzmán realizó esta sencilla pero estimulante pieza para la canción "Sparkles and Wine" (Resplandores y Vino) del grupo francés de música electrónica Opal. El ángulo en el cual la iluminación apunta sobre el volumen del rostro y el color de la luz hacen que una mujer sea muchas mujeres, todas parecidas pero notablemente distintas, como si hubieran seguido vidas paralelas, senderos bifurcados o como si mostrara en segundos todo su repertorio de facetas: su alegría, su seducción, su tristeza, su espiritualidad, su inocencia, su ternura, su cólera, su melancolía... En dos minutos podemos ver cómo el ser humano es una multiplicidad: somos otros que integramos en una identidad ilusoriamente inmóvil. Más que tu ser, tu rostro es tu máscara.

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¿En realidad tenemos un rostro? O más bien somos un espejo que refleja sutiles matices en perenne mutación −un espejo que cincela nuestro rostro a partir de la memoria− un flujo de geometría humana, veleidad de alma que se proyecta en la cara.

El mundo es un teatro donde se proyectan luces y sombras y con ellas vamos tomando diferentes máscaras −y mientras usamos cada máscara olvidamos las otras y creemos que es la única que somos...

La belleza es inasible, es un espejismo de la luz. La seducción atrae engañando. El rostro de la persona que amamos nunca será igual al rostro del que nos enamoramos. El ser humano aparece y desaparece. Querer anclar (y refugiarnos en) una imagen −esa imagen idílica, esa foto fija onírica− es absurdo y nos puede destruir. 

Durante un viaje de LSD, ayahuasca, hongos, etc., al contemplarnos en el espejo, nuestro rostro parece mutar no sólo con los rostros que hemos tenido −desde tiempos inmemoriales−, sino también nos enseña fugazmente los rostros que podríamos tener si seguimos cierto camino o tomamos cierta decisión. A través de nuestros rostros podemos ver en el tiempo. Los rostros del amor, los rostros de la muerte.