"cast your image in the river of a god"-@deja_raconte
¿Qué es la memoria? Una definición elemental nos indica que es la capacidad o el proceso de almacenar y evocar información. Es decir, grabar y reproducir lo que grabamos. Muchos diccionarios añaden que es “una función del cerebro”, sugiriendo que sin un cerebro, sin un sistema de células nerviosas no hay memoria. Esta línea de pensamiento es similar a aquella predominante en el materialismo científico que señala que la conciencia es una propidad emergente del cerebro –y que no existe conciencia sin un cerebro.
Sin ir a fondo en esta bizantina discusión entre mente y materia, habría que cotejar la version profana (profana en tanto a que los últimos dictámentes de la ciencia son una especie de gaceta oficial del conocimiento). Consideremos la vision opuesta que señala, a grandes rasgos, que el universo entero es un organismo consciente y que la memoria es una cualidad ubicua del espacio. Una de las metáforas que se han utilizado para describir el universo –en ese ejercicio sobre todo poético de dar forma o imaginar lo inconmensurable—es la de una gran biblioteca, una especie de animal hecho de información cuyos brazos son etéreos e interminables anaqueles de datos. En el hinduismo la palabra para designar el éter, el componente de todo lo que existe, es akasha, misma palabra que también ha sido utilizada para significar “registro” (los registros akáshicos son supuestamente la memoria de todo el universo). De aquí la concepción de que cada partícula o cada punto del universo es una unidad de memoria.
¿Es necesario un cerebro para tener memoria? Existen argumentos no sólo místicos para afirmar lo contrario. Tenemos por ejemplo el caso del moho de fango Physarum polycephalum, que puede resolver laberintos, mimetizar los planos de una red de transporte hecha por el hombre y hasta seleccionar la comida más sana de un diverso menú sin contar con un sistema nevioso. Asimismo, el investigador israelí Daniel Chamovitz, del Centro Manna para la Biociencia de las Plantas, sostiene, a partir de sus investigaciones de campo que si la memoria se trata de codificar información, almacenar información y recuperar información, entonces las plantas recuerdan y memorizan. Clive Beckster, un especialista de la CIA en detección de mentiras que dedicó buena parte del final de su carrera al estudio de la biocomunicación, describió la formación de “vínculos telepáticos” entre ciertas plantas y algunas personas. De existir estos vínculos, este canal sostenido de transmisión de información, sería lógico pensar que las plantas “recuerdan” a sus cuidadores de alguna manera. Quizás algún día hablaremos de los árboles como de los elefantes: grandes testigos del tiempo, prodigios insospechados de la memoria.
Siguiendo con esta dualidad inherente que parte la mayoría de los fenómenos a los que nos enfrentamos, la ciencia en los últimos años ha tenido un acercamiento –aunque desde sus márgenes—a esta idea que se pierde en el olvido del origen de que el agua tiene memoria. El inmunólogo Jacques Benveniste publicó en 1988 un controversial artículo en la prestigiosa revista Nature en el cual argumentó que el agua tiene memoria. En el caso reportado, Benveniste había empezado con una sustancia que causaba una reacción alérgica y luego la había diluido varias veces para que no quedara más que agua pura; pese a esto el investigador francés notó que el agua aún detonaba una reacción alérgica cuando se le añadía a células vivas y ya no quedaban rastros de la sustancia alergénica. Esto, según él, era prueba de que el agua debía de tener memoria y podía explicar los efectos elusivos de la homeopatía, por un momento justificando susdiscutidos efectos científicamente --el agua podía almacenar información a través de "un red infinita de átomos de hidrógeno, o de campos electromagnéticos".
El caso generó enorme polémica y los intentos de reproducirlo fracasaron, al menos los que contaban con el aval de la ciencia establecida. Benveniste fue orillado fuera de la academia y su teoría considerada como seudociencia (quackery), pese a esto hasta su muerte afirmó que su trabajo era científicamente sólido. El tema de la memoria del agua se convertía en un fantasma. Benveniste sigió haciendo experimentos por su propia cuenta, incluso manteniendo que los efectos de la memoria del agua podian transmitirse a través de líneas telefónicas. Su destino fue similar al de Rupert Sheldrake, quien también fue marginado de la ciencia luego de que la revista Nature considerara su obra “diga de quemarse” y cuyo trabajo sostiene que la memoria es una propiedad inherente en la naturaleza, un campo de información que se transmite a través de una “resonancia mórfica” y que no necesita de una transmisión genética convencional, sino que puede sintonizarse en el espacio, como si este fuera una bóveda conductora de todo lo que ha sucedido anteriormente.
Entra entonces la cultura new age que, particularmente a través del trabajo del Matsuro Emoto, ha popularizado el uso del agua para sanar y para capturar una intención. Según se cree, escribir una palabra en un vaso o emitir una oración puede programar un cuerpo de agua y alterar su composición, ya que el agua reacciona de manera misteriosa a la conciencia humana. Emoto ha sido el protagonista de una serie de documentales en los que se muestran las alteraciones que supuestamente sufre una molécula de agua cuando es sometida a cierta música, vibración o hasta pensamiento, llegando a representar hermosas imágenes de mandalas y fractales. Sin embargo, muchas personas dentro de la ciencia más rigurosa, han notado que su trabajo carece de un método científico sólido y se sospecha que podría tratarse más de un negocio fraudulento –siendo que Emoto es un notable entrepreneur.
El investigador que aparece en el video utiliza la metáfora del Río Rin como un cúmulo de memoria dinámica, señalando que el agua de su fuente tiene una memoria y por lo tanto un efecto distinto al agua de su delta (en su fluir va cobrando diferentes signos), y así los patos que beben su agua beben información --la cual varía si liban de sus aguas cerca de su delta en el Mar del Norte que en su nacimiento en los Alpes. “La lluvia es un medio de data para el mundo”, dice. El agua es el vehículo para la escritura del código que programa la vida de nuestro planeta (base del semen y la sangre). Esto casi tiene proporciones bíblicas: en las aguas promordiales se gestó el Logos, la palabra luminosa flotando en las olas. Tal vez el medium principal para la transmisión e inseminación de la información sea justamente el agua, el recipiente más noble y dúctil, potencia ilimitada de ser: un espejo transparente que graba los reflejos al menos instantes después de que la imagen ha dejado de ser proyectada... Hay una relación misteriosa entre lo infinito y la transparencia, que tal vez sea la que permite que el contenido de la información no se vea limitado por una definición, en una suerte de proceso de encriptación, o economía latente de la data --que se guarda de manera más eficiente sin tener que desplegarse.
En la segunda parte exploraremos la posibilidad, bajo el supuesto poético de que el agua es una forma de memoria, de que los ríos puedan ser usados como libros o lienzos en los cuales leer y escribir textos. Textos transparentes habitados por sutiles presencias que se revelan bajo una cierta resonancia de la conciencia.
Twitter del autor: @alepholo