El ocio como resistencia: cuando detenerse es un acto de rebelión
Sociedad
Por: Carolina De La Torre - 03/21/2025
Por: Carolina De La Torre - 03/21/2025
Nos enseñaron a temerle al ocio, a verlo como un terreno estéril donde nada florece, un paréntesis vacío entre las cosas que "de verdad importan", que “generan algo”. Nos dijeron que estar sin hacer "nada" es desperdiciar la vida y el tiempo. Pero el ocio, lejos de ser una condena, es un territorio sagrado, un acto de resistencia en un mundo que nos quiere funcionales, predecibles, obedientes.
Porque es en el ocio donde el alma se despliega sin ataduras, donde el pensamiento puede deambular sin destino, explorando sus propios límites, sus abismos y sus luces. Ahí, en la pausa, en el aparente desorden, es donde de verdad nos descubrimos. Es el ocio el que nos permite escuchar los susurros de la vida, los detalles minúsculos que en la prisa se desvanecen: la forma en que el sol baila sobre la piel, el eco de una idea que germina en el pecho, las palabras que recaen sobre los labios tras el apacible paso; el estremecimiento de existir sin la urgencia de justificarlo.
Pero el ocio no es solo contemplación, es también una semilla de rebelión. Porque quien se permite o tiene el tiempo de detenerse, de cuestionar, de sentir lo que le habita y lo que le rodea, encuentra la fuerza para incomodarse, para no aceptar lo que le han impuesto como destino inevitable. Solo en la pausa podemos ver con claridad lo que nos oprime, lo que nos consume, lo que necesita ser cambiado. La acción sin reflexión es solo inercia; la revolución sin conciencia es solo ruido.
Nos han hecho creer que el ocio es un privilegio, algo reservado para quienes ya han "ganado" su derecho a descansar. En realidad, este sistema lo niega a propósito, porque un individuo que se detiene, que piensa, que se pregunta, es un peligro. La maquinaria necesita que estemos ocupados, agotados, convencidos de que nuestro valor depende de cuánto producimos. Nos envuelve los ojos con la promesa de la meritocracia, en la ilusión de que si trabajamos lo suficiente, alcanzaremos esa vida plena que siempre parece estar a unas horas de productividad más. Pero esa promesa es una quimera: el sistema opera sobre la carencia, sobre el miedo y la imposibilidad de detenerse y darnos cuenta de que la rueda nunca deja de girar, que el esfuerzo incansable rara vez se traduce en verdadera libertad. El ocio nos pertenece, pero nos lo arrebatan un sistema insaciable que nos hunde en la carencia.
Entonces, más que un sólo lujo, el ocio es una necesidad urgente. Es ahí donde recuperamos el derecho de pertenecer a la vida sin la presión de ser productivos, de existir sin tener que rendir cuentas. Es ahí donde nos encontramos con la versión más honesta de nosotros mismos y, tal vez, con la chispa suficiente para incendiar lo que deba arder.