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¿Por qué budismo y la mecánica cuántica pueden ser un mismo paradigma en la historia de las ciencias y de la espiritualidad? ¿Cuáles serían las características y las limitaciones comunes de sus discursos de acuerdo con filósofos como el francés Michel Bitbol?

¿La física cuántica de los pasados años veinte es otra física por ser otro lenguaje, otro tipo de fenómenos, otra percepción del universo? ¿La enseñanza del Buda iniciada en el siglo V antes de la era común es una religión, una filosofía existencial, una epistemología?

Distintos pensadores versados en alguno de estos dos movimientos de cambio a gran escala de este pequeño planeta han mirado al otro para ayudarse a desafiar un “paradigma de la sustancia”, tan antiguo como la creencia en un yo o en un mundo fuera de la agencia del cambio, del poder del mundo o del yo. Cuántica y Budismo son parte de un “paradigma de la causalidad”, poseídos del todo por una inquietud que impide lo objetual a la filosofía de la ciencia.

Director de los Archivos Husserl, de la École normale supérieure de París y del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, la mayor institución de interés público para difundir cualquier tipo de conocimiento interdisciplinario en Francia, Michel Bitbol habla de cuántica y de Budismo con el rigor de un budista y de un físico, de un filósofo sin necesidad de ningún otro sustantivo que sea un objeto estudio solitario. Su obra es una revisión de la historia del cambio de paradigmas epistemológicos en la ciencia y en la espiritualidad que se oponen a la metafísica:

¿Puede hablarse de la realidad como de una serie de componentes fundamentales? La mecánica cuántica más que ofrecer una respuesta, habla experimentalmente no para describir, sino para predecir matemática o probabilísticamente fenómenos posibles. Es una forma de computación limitada o un informe que genera más curiosidad por sus vacíos interpretativos. Explica la regularidad de la escala nanométrica que estudia suponiendo una causalidad.

En la escala de la conducta del yo, para filósofos como Keiji Nishitani de la escuela de Kioto:

La nada es lo que queda detrás de la persona; ninguna cosa sino la nada total ocupa el lugar que hay detrás de la persona, de nosotros o de nuestro yo.

Esta no es solo sabiduría oriental ni una conclusión filosófica a partir del paradigma cuántico de un realismo causal que parece fantasma. Ya algunos de los pensadores clásicos de la filosofía y de la ciencias occidentales de los siglos XVII y XVIII veían el mundo a través del mundo, de sus acontecimientos o no de su esencia. René Descartes sostenía que las formas sustanciales son explicaciones falsas, siendo solo necesarias explicaciones mecánicas en términos de movimiento. Para Isaac Newton, la física no tiene causas metafísicas, sino una correlación matemática de los fenómenos. Y David Hume aseguraba que la experiencia nos muestra su asociación habitual, no sus causas generativas, el origen de los fenómenos, si es que lo hay.

La doctrina del Buda negaba también una fuente original o primera del todo, a ese todo atendiendo a cada cosa y a cada ser, y a cada ser y a cada cosa afirmando un todo vacío, “Śūnyatā”. Lo único común e individualmente definitivo de cada fenómeno y de cada condición es que son impermanentes, conexión instantánea donde tampoco las causas tienen esencia o autonomía, svabhâva. Esto es “parabhâva”, no una negación de lo esencial, sino su ausencia o la realidad de su poder solo como ficción, sueño, relato que desaparece en otro. La palabra “hetu”, causa, deriva de “hi”, tirar adelante o poner en marcha. Como dice el Samyutta Nikâya:

Cuando esto está presente, aquello está presente.

Del surgimiento de esto, surge aquello.

Cuando esto está ausente, aquello está ausente.

Al cesar esto, eso cesa.

De acuerdo con Bitbol, el Budismo precientífico y la teoría de la ciencia a partir de la mecánica cuántica empiezan por sustituir una noción de causalidad productiva de “algo” por una sucesión coherentista con un origen y destino desconocidos. Luego sustituyen esta causalidad sucesiva y de la que pueden desprenderse leyes por una noción de “coemergencia de los fenómenos”, solo para terminar criticando su revisión ontológica. Y afirman, finalmente, que esta coemergencia en sí es relativa al acto cognitivo que la plantea. La coemergencia coemerge, una paradoja que solo hace posible un extraño retorno al conocimiento como su experiencia:

Retorno silencioso o agnóstico a las prácticas de la vida o de la ciencia experimental.

Para el físico de la Universidad de Cornell David Mermin, por mundo queremos decir, quisiéramos decir o quisiéramos que tuviera sentido un todo inseparable. Si la realidad es pura estructura, todas las correlaciones son reales, lo que quiere decir “físicas”, así como fundamentales, irreductibles y objetivas. Sin embargo, la relata o eso que se relaciona no. Según Bitbol, el Budismo tiene un nivel de verdad empírico e interpreta que la naturaleza última de la realidad es vacío, y la mecánica cuántica tiene un nivel estadístico desde donde todo es solo interpretación, o por lo menos eso es lo que hasta ahora habría interpretado.

Cuando observamos un pensamiento, éste desaparece. Cuando observamos un microestado, éste se “reduce”, se “colapsa” o se “proyecta”.

En la teorización clásica de la física, la “localidad” de un objeto es que solo pueda ser influido por su inmediata vecindad con otro, y su “realismo”, una serie de propiedades definidas que son independientes de si es medido o no. La teorización cuántica trasgrede ambos principios. Se sabe experimentalmente que, si dos fotones correlacionados se distancian incluso millones de kilómetros, basta observar uno para que este adquiera las propiedades del otro, “algo” que aparentemente “se da” a una velocidad superior a la de la luz o “hiperlumínica”.

¿La mecánica cuántica es una teoría incompleta que todavía no ha encontrado una serie de “variables ocultas” que expliquen de manera local y realista estas conclusiones experimentales? ¿O esto tiene que ver con los límites de la filosofía como los límites de su propio mundo? El Budismo ha tenido siglos para beneficiar su regreso continuo a la experiencia con las paradojas de su lenguaje. El monje Nāgārjuna negaba la conclusión de la escuela Sarvāstivāda de que todo es real, y la de la escuela Yogācāra de que solo lo es una conciencia que ordena un mundo que no existe. Como el mayor maestro de la escuela Mādhyamika la relativizaba también:  

Si no hay nada que no esté vacío, ¿cómo podría haber algo vacío? Lo que racionalmente puede aplicarse al vacío, se aplica racionalmente a todo. A aquello a lo que no se le puede aplicar racionalmente nada, a eso no se le puede aplicar el predicado de la vacuidad.

Decir que algo es nada no es decir nada. Aunque se diga que la realidad solo cuenta con “elementos locales relacionales”, estos producen consecuencias contrarias a las predicciones cuánticas, como supuestos “elementos locales intrínsecos” de la realidad. Esto quiere decir que el realismo relacional es igual de imperfecto que el realismo de la sustancia. En palabras de Bitbol, unas muy parecidas a las que podría haber usado Nāgārjuna, aunque cómo asegurarlo:

La interdependencia surge de manera dependiente. El vacío en sí mismo está vacío.

Ir al vacío es ir a la paradoja, ir a ninguna parte, al centro inextenso del universo. Este es la premisa del paradigma cuántico y budista que no sabe lo que es y que no sabe que no es, interpretando esta maravilla no producida o irreal para producir un lenguaje y un descubrimiento.

 

Imagen: Buda Amida de Kamakura, Amazon.