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El máximo servicio que Musk podría hacerle a la humanidad sería destruir una red social como Twitter (y quizá no esté lejos de ello)

Elon Musk gastó 44 000 millones de dólares en la compra de Twitter, aunque su fortuna neta asciende a poco más de 188 000 millones de dólares, de acuerdo con los datos más recientes. 

Desde antes de que Trump tomara relevancia dentro de la red social, los análisis indicaban que el precio de compra era demasiado alto, pues Twitter tenía problemas para monetizar y se había convertido en una "papa caliente" por la polarización política desde hace ya varios años. A tres semanas de que Musk tomara las riendas, la sensación generalizada es que la red social está cerca del naufragio. Por una parte, se ha reportado una posible bancarrota; por otro lado, algunos de los ejecutivos más importantes (que no fueron despedidos por Musk y estaban encargados de intentar dar confianza a los anunciantes) han renunciado.

El anuncio de Musk de cobrar ocho dólares al mes por una verificación (Twitter Blue) ha sido recibido con descontento por muchos usuarios que cuestionan el discurso de Musk, quien supuestamente compró Twitter para defender la libertad de expresión –pero ahora esto costará ocho dólares, o de lo contrario, los tweets quedarán sepultados, ya que sólo se mostrarán a poquísimas personas o a nadie.

Algunos medios dicen que se está presenciando una migración masiva a la red social Mastodon. Aunque Musk señala que el tráfico de Twitter ha aumentado, eso seguramente se debe a las elecciones de Estados Unidos y, al mismo tiempo, al morbo por ver lo que está pasando con la red.

 

¿El show de la autodestrucción de Musk? 

Los hechos sugieren que Musk tiene una personalidad errática y caótica y que está manejando Twitter impulsivamente. Y aunque está por verse si su capacidad de hacer negocios, probada en otros lados, no logra de alguna manera sacar adelante el proyecto, son pocos los que actualmente tienen buenos motivos para apostar por Twitter (si la compañía no se hubiera vuelto privada, sus acciones estarían por los suelos).

Twitter se ha convertido en el escenario de las "guerras culturales" y del enfrentamiento entre polos políticos que tienen sus extremos entre la cultura woke de la cancelación progresista y la ultraderecha conservadora, acusada de acercarse al fascismo (aunque actualmente todos se acusan de fascistas y en algunos sentidos, como la libertad de expresión, pareciera incluso que los conservadores se han convertido en los liberales). 

Como dice Aris Roussinos, editor de Política Internacional en el sitio Unherd (cabe señalar, uno de los sitios más lúcidos actualmente en Internet), Twitter ha llegado a ser lo opuesto de lo que se vendía al principio. Se decía que Twitter era una plataforma descentralizada que permitía la circulación libre de la información, pero en lugar de esto, "Twitter es una plataforma centralizada para la creación y la aplicación de narrativas ideológicas". Más aún, además de albergar una guerra ideológica, Twitter se ha convertido desde poco menos de diez años en el sitio que dicta parte de la agenda mediática y a veces política a escala nacional y aun global. Esto es obviamente riesgoso para la democracia y para la salud mental y cultural, pues a diferencia de lo que ocurría al inicio de sus operaciones, hoy en día las tendencias de Twitter no son espontáneas ni genuinas sino que en buena medida son el resultado planeado de entidades específicas apoyadas por bots, agencias de marketing y propaganda y el sinsentido propio de la turba.

El valor de una noticia se estima ahora solamente por si está siendo discutida o no por las masas de Twitter o alguna otra red social. El periodismo serio, de investigación, se ve consecuentemente reducido y se reinventa como una cacería de tendencias y una implementación de lenguajes sensibles a las mismas. Los periodistas, intelectuales, celebridades y demás han entrado al juego de promover su trabajo en Twitter, lo cual significa crearlo, de entrada, buscando generar debate e interés, bajo las reglas Twitter que favorecen la reflexión superficial y los contenidos de impacto emocional. Como dice Roussinos, los periodistas empiezan a ser repudiados socialmente, ya que "su rol se ha orientado a la producción de discurso en lugar de a describir la realidad". Otros han hablado de la transformación que el autor opera en sí mismo para volverse un producto del marketing, pues en ese trabajo de "difusión" de la propia obra, los autores se ven obligados a entrar al juego y las prácticas de la publicidad.

Twitter es sólo una manifestación, con ciertas particularidades, del modelo dominante de las redes sociales masivas, un sistema que hace patente de manera hiperbólica la socialización basada en "la recompensa y la aprobación" (una especie de "dopamina digital" altamente adictiva). Todas estas redes sociales viven del like, el combustible mismo o el aceite que mantiene en marcha la maquinaria de los medios sociales. El ser humano ya era un ser condicionado a actuar dentro de este sistema de recompensa o aprobación, pero antes tenía espacios libres en los que podía olvidar esta presión social de gustar. Ahora todo está de alguna manera teñido por el espectro del like, de recibir un coctel de neurotransmisores que sirvan de paliativo a su soledad o insuficiencia… sólo para dejar un nuevo vacío cuando su efecto se agota y, por consiguiente, despertar el impulso de buscar un nuevo estímulo, interminablemente.

El hecho es que la política, el periodismo y el arte están ya orientados a producir contenidos –a producirse a sí mismos– bajo está lógica de la aprobación instantánea. Si alguno no obtiene likes, significa que no funciona. Lo que ocurre es entonces el imperio de la aldea global, señalada por McLuhan, en el que todo está conectado con todo inmediatamente pero bajo una dinámica en la que domina la lógica del chisme, el sensacionalismo y la opinión irreflexiva (como suele ocurrir con las multitudes). 

Roussinos concluye:

Si Musk, como es probable, destruye el Twitter actual nos hará a todos un gran servicio. Al devastar la función actual que tiene para comentaristas, liberará al periodismo y a la política de su concentración en un único manicomio en línea, y al hacerlo, sin duda involuntariamente, ayudará a descentralizar la información... Cuando aprenda, como quizá ya lo haya hecho, que la plataforma nunca será rentable, deberá destruir su nuevo tren de juguete. El máximo poder que se le reconocerá, y el más grande regalo a la civilización, no vendrá reformando a Twitter con ajustes aquí y allá, sino empacando sus servidores en su cohete Space X y lanzándolos al núcleo del sol, obligándonos, finalmente, a desconectarnos.

Somos tan adictos a estas redes sociales que sólo alguien como Musk, capaz también de destruirlas, puede de alguna manera salvarnos inadvertidamente. No es implausible que Musk sea capaz de salvar Twitter; después de todo, es casi imposible discernir actualmente entre el alarmismo y la realidad (en parte por el mismo Twitter), pero incluso si lograr cumplir su discurso y ofrecer un mejor Twitter al que había antes, eso no se compararía con lo que conseguiría, para beneficio del mundo, si pudiera destruir completamente la plataforma.


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Imagen de portada: Bryce Durbin / TechCrunch