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Y no sólo España: gran parte del mundo padece el mismo problema

El editor del suplemento de viajes del diario El País, Andrés Rubio, ha publicado un controversial libro llamado España fea. Rubio argumenta que España se ha afeado y se encuentra en una progresiva destrucción de su patrimonio cultural por no tener un modelo de preservación y priorizar la gratificación económica inmediata por sobre la planeación y los beneficios estéticos.

Evidentemente, no es que España sea un país feo; indudablemente, le queda mucha belleza. Pero el argumento de Rubio, además de provocador, es incisivo porque nota una tendencia que no sólo está ocurriendo en España sino en gran parte del mundo. En muchos sentidos el ultraliberalismo del modelo económico dominante, abanderado por Estados Unidos, tiene un efecto colateral casi siempre idéntico a la degradación estética y cultural de los países. Esto se debe a que el modelo que se importa del neoliberalismo es uno en el que no se tiene reverencia por el pasado, ni por el arte o la religión; se apuesta únicamente por lo nuevo, la tecnología y lo que permite el crecimiento económico.

Rubio ha sido testigo de este fenómeno que contradice a las hordas de turistas que cada año llegan a España, particularmente de Inglaterra y de Alemania. Pero quizá esa misma ola de turistas que busca el sol y las playas es parte de la decadencia. Rubio sostiene que se vive una "catástrofe cultural sin precedentes". Los antiguos pueblos pesqueros han sido suplantados por edificios de desarrollo urbano. La mayoría de los nuevos megaproyectos arquitectónicos carece del buen gusto de otros tiempos. La planeación de las ciudades está dominada por empresarios de bienes raíces y especuladores financieros, en lugar de por pensadores y artistas. España no tiene una sólida legislación para proteger su pasado cultural. Este tipo de desarrollos arrasa con áreas naturales y no existe la capacidad de regresar al paisaje estructuras que armonicen con él. "Si destruyes el paisaje, acabas destruyendo parte de tu memoria", sentencia Rubio. 

Lo que está en marcha no es menor a una devastación del patrimonio cultural. La causa:

es que no se ha seguido el modelo de Francia, con su Conservatorio del Litoral, que compra terrenos en la costa para preservarlos ecológicamente; con su delicada legislación sobre el paisaje, donde se protegen los rebuznos y el croar de los animales del campo, o con su Cuerpo de Arquitectos y Urbanistas del Estado, cuyo principio básico es "hacer coherente el respeto por el patrimonio y el planeamiento del territorio". Antes bien, ha ganado en España el modelo americano, un modelo desregulado y corrupto propio de un "capitalismo internacional brutalmente neoliberalizador", según la expresión del geógrafo David Harvey. La consecuencia es un caos urbano y paisajístico, el mayor fracaso de la democracia, que remite no únicamente a la estética, a lo pintoresco, sino sobre todo a la injusticia espacial.

Lo que impera es "el triunfo del urbanismo y la arquitectura basura", un fenómeno que aparece a lo largo de la cultura moderna. Al mismo tiempo que irrumpe la comida chatarra, tan esencial para la sociedad del consumo, la cultura empieza a perder calidad y se vuelve más fácil, rápida y menos "nutritiva". La televisión y el Internet desplazan a la lectura y a otros modos de experiencias artísticas. El resultado es que la pintura moderna, la música y la literatura sufren, como la arquitectura, del predominio de creaciones "basura". 

Algunos han criticado la visión de Rubio diciendo que romantiza el pasado y que no expande su criterio de la belleza lo moderno. Pero Rubio sí defiende la belleza de algunos lugares nuevos. Sin embargo, para cualquiera con nociones históricas es evidente que vivimos en una era de decadencia artística y estética. El mundo sí se está haciendo más feo. Esto se debe a la prioridad del crecimiento económico inmediato, que atropella el equilibrio ecológico y que minimiza la importancia de la belleza en los espacios urbanos. Pocos países han ejecutado esfuerzos exitosos para preservar su cultura. E incluso los países que, como Francia, tienen esta capacidad, no producen la misma belleza de antes, además de que las nuevas generaciones tienen menos capacidad de generarla y apreciarla. Una de las consecuencias del libre mercado y de los valores ultraliberales, apuntalados en la tecnología y el entretenimiento, es la erosión de las raíces. Cuando no lo hacen obligados por una nueva forma de colonialismo, los países que abrazan este modelo ponen en riesgo la coherencia y continuidad de su pasado.


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Imagen de portada: Economía digital