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La fe y el placebo parecen sugerir un poder mental latente, capaz de moldear la materia

El paradigma dominante de nuestra cultura nos dice que nuestros deseos y pensamientos -nuestra conciencia en general- tienen un claro límite y no pueden alterar el mundo material sino a través de la misma materia, utilizando fuerzas materiales o herramientas. Esto es algo en cierta forma evidente, ya que lo experimentamos cotidianamente: una separación entre el mundo externo y el mundo interno. Y sin embargo, existen vislumbres o atisbos de que quizá esta condición que nos parece constitutiva de la realidad, tal vez no lo sea. Históricamente, entramos aquí en la región de la magia y de la fe. Pero magia y fe, en el sentido clásico, no son distintas. Pues como sostiene el manual Arbatel: De magia veterum, el mago no es sino aquel que sirve a Dios, y por servir a Dios todos los espíritus le sirven a él. En tiempos más recientes, como un fantasma indeseado en su sólido e impoluto edificio, el placebo ha penetrado en la discusión científica, poniendo en duda la visión meramente materialista de la realidad.

En los últimos años la evidencia sobre el efecto placebo se ha vuelto insoslayable; investigaciones como la de Jo Marchant han mostrado que el placebo puede usarse para tratar numerosos trastornos y enfermedades físicas. Además, el placebo funciona incluso cuando los pacientes saben que es placebo. Esto lo hace muy similar a lo que llamamos fe. Aunque es posible que el efecto placebo no sea meramente un efecto "mental" sino algo psicofísico, de cualquier manera lo que implica horada los fundamentos tanto del paradigma materialista como del dualismo cartesiano, pues postula que el pensamiento -sea éste algo físico o algo mental o espiritual- puede afectar procesos como la sanación de heridas y ser tan potente como un opioide en el tratamiento del dolor. En tiempos recientes, algunos físicos han empezado a postular al panpsiquismo como la teoría más convincente para explicar la naturaleza de la conciencia, "el problema duro de la ciencia", según la famosa frase de David Chalmers. Ya sea que la conciencia sea una propiedad universal de la materia o la misma materia sea una propiedad emergente de la conciencia, es indudable que la conciencia plantea un misterio y no sabemos hasta qué punto puede determinar la naturaleza de la realidad que experimentamos. Es posible, como creía Plotino, que la conciencia no esté en el universo y que el alma no esté en el cuerpo, sino que el universo esté en la conciencia y que el cuerpo esté en el alma.

Antes de que la ciencia discutiera el poder del placebo o de la sugestión y la actitud mental para tratar ciertas condiciones, la religión habló sobre el poder de la fe. Particularmente, la fe es central en el cristianismo, la religión a partir de la cual se ha generado en gran medida la ciencia, pese a que parezcan ser radicalmente opuestas. En este sentido, el locus classicus es el evangelio de Mateo (17.20), donde Jesús dice que la fe mueve montañas y que aquel que tenga fe podrá hacer cosas aún más grandes que él. Según el teólogo Hans Urs von Balthasar, hay aquí un "vínculo" entre

la completa y verdadera fe y la omnipotencia de Dios. Pues la persona que llega al punto de confiar en Dios absolutamente, quien permite a Dios total ascendencia sobre sí mismo, quien deja que Dios sea su 'todo' en su 'nada' -para esta persona la relación se revierte completamente: ahora él tiene poder sobre Dios. Dios puede hacer todas las cosas en él (porque él no pone ninguna resistencia) y por ello él puede hacer todas las cosas en Dios.

(Estética teológica, volumen 1)

Schopenhauer escribió: "el hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere". La frase, si bien admite numerosas interpretaciones, generalmente se interpreta como diciendo que la voluntad no es libre, está determinada. El hombre no puede querer lo que quiere, porque lo que quiere desde su voluntad personal está sujeto a una serie de factores incontrolables que la determinan. El poder hacer lo que quiere está sujeto o condicionado, a fin de cuentas, a querer lo que quiere, pues aquello que haga no será lo que realmente quiere si no puede querer lo que quiere. Subvirtiendo la frase de Schopenhauer en una interpretación teológica, y tomando de manera absolutamente positiva la frase "el hombre puede hacer lo que quiere", es decir como auténtica, es posible vincularla con lo que dice Von Balthasar. Y así podemos solucionar esta paradoja diciendo que la auténtica voluntad del hombre no es la voluntad personal, que es sólo cuando anula esa voluntad personal que se instala o se activa la auténtica voluntad que no es "suya", en tanto que no es el querer del ego. Quien deja que Dios sea su 'todo' en su 'nada', solo ése puede hacer lo que quiera, pues quiere lo que realmente quiere, quiere no con sí mismo, sino con el poder de Dios. Se trata entonces de eliminar la propia voluntad, o lo que es lo mismo, alinear la voluntad de la persona con la voluntad divina.

En el Evangelio abundan ejemplos donde la fe opera como lo que hoy la ciencia llamaría placebo. Jesús incluso dice a los enfermos: "es tu fe la que te ha sanado". La fe es postulada como un poder milagroso que existe en el ser humano, en tanto su semejanza con Dios, y al cual es iniciado por Jesús, quien, como se dicen en la Iglesia ortodoxa, es "Dios hecho hombre para que el hombre pudiera hacerse Dios". Balthasar admite que estos famosos episodios pueden ser comparados con las acciones atribuidas a diferentes gurús de la India, e incluso:

es posible ver similitudes especialmente con el budismo zen y el arte aprendible de la completa no voluntariedad, a través del cual lo absoluto trabaja en la persona pasiva, quien, precisamente como tal y en esa misteriosa inversión, recibe de Dios todo lo que quiere.

Este es el famoso wu wei, el no hacer que activa el dinamismo inherente del Todo, la armonía del tao, la mente del Buda, etc. Dogen lo dice así:

Estudiar el sí mismo es olvidar el sí mismo. Olvidar el sí mismo es ser actualizado por las 10 mil cosas (por el universo). Cuando es actualizado por las 10 mil cosas, tu cuerpo y tu mente y los cuerpos y las mentes de los demás cesan. Ningún trazo de la iluminación permanece, pero este no-trazo continúa infinitamente.

En otras palabras, cuando se olvida el yo, el universo mismo actúa en uno y el todo se reconstituye en la parte, en un infinito e indescriptible proceso gestalt que es el estado de la iluminación, si bien es no dual y, por lo tanto, trasciende el conocimiento. Este estado es también llamado la "joya que concede todo los deseos", es decir, la mente en su estado puro, sin interferencias.

Por supuesto que esto no prueba que la mente humana sea omnipotente, y no podría hacerlo pues, de nuevo, lo que ha planteado siempre la religión es que el poder de la mente es una cuestión de fe. Algo que puede apoyarse en la razón, pero necesita ir más allá de ésta. Aquí se dividen las aguas. Y no obstante, todos experimentamos que la confianza mejora siempre consistentemente el desempeño de una persona en cualquier actividad que realiza. Así que ya sea un proceso místico de éxtasis, en el que la divinidad actúa a través de la persona, o simplemente un estado de seguridad que elimina el nerviosismo y que deja que el cuerpo mismo haga su trabajo sin los obstáculos de la tensión, no hay duda de que la fe tiene sus bondades. La pregunta entonces es si podemos realmente aprender a tener fe, más allá de ejercicios de superación personal y cosas por el estilo. Para la religión, la fe es una cuestión de gracia, pues es la misma luz de la divinidad en el individuo. Lo más que se puede hacer es realizar prácticas ascéticas de purificación y esperar que habiendo limpiado el terreno -el cuerpo y la mente-, la persona sea más apta para recibir el rayo de la fe.