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La alegría a veces aparece en donde menos lo imaginas, aquí cuatro pruebas de esto

La casi obsesiva búsqueda de la felicidad en nuestra sociedad provoca que dediquemos una buena cantidad de energía a seguir el rastro de este estado –que, por cierto, es un tanto abstracto–. Y en ese proceso nos abocamos a buscar, de manera consciente o inconsciente, aquellas cosas, experiencias o actitudes que más puedan acercarnos a dicho destino. 

Es muy probable que la felicidad sea más o menos proporcional a la simplicidad que imprimamos a nuestras vidas. Pero más allá de esta hipótesis, y si se trata de hallar rutas o estímulos puntuales para detonar en nosotros la felicidad, además de los clásicos consejos, al parecer existen algunos elementos inesperados, descubiertos vía diversos estudios científicos, y los cuáles, extrañamente, por lo menos nos proveerán con algo de alegría –algo así como un poco de felicidad pasajera–.

Aquí cuatro de éstos:  

Tomar el transporte público

Aunque parezca paradójico, según una investigación de la UEA Norwich Medical School, sumergirnos en el vivo ajetreo propio del transporte público nos da, aunque a veces disfrazado de estrés, un algo de alegría: las caminatas implícitas, tiempo para leer o digerir reflexivamente tu día, socializar, etc.  

Involucrarte en un acto violento

De acuerdo con un estudio de la Universidad de Vanderbilt, al involucrarte en un acto violento, por ejemplo una clásica pelea, las zonas de recompensa en tu cerebro se activan –a veces la verdad es cruda–.

Ver películas tristes

Según este estudio, el exponerte a películas tristes termina por darte algo de alegría. Probablemente se deba a la catarsis implícita en el acto de sumergirte en una realidad cruenta, para luego regresar a la tuya y recibirla de forma distinta. 

Pensar en la muerte

Un ejercicio propio de incontables tradiciones de desarrollo espiritual. Una de las mejores maneras de valorar tu vida, y de apreciar los cientos de detalles que te rodean es visualizar tu fin.