9 formas en que podríamos, ahora mismo, dejar de cooperar con el sistema
AlterCultura
Por: Luis Alberto Hara - 03/01/2016
Por: Luis Alberto Hara - 03/01/2016
Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez las cosas se presentan de muy distinta manera. Puede ser que las revoluciones sean el acto por el cual la humanidad que viaja en tren aplica los frenos de emergencia.
Walter Benjamin, Tesis sobre la historia (apuntes, notas y variantes)
Es posible que en ninguna otra época de la humanidad más que en esta en que ahora vivimos la sensación de crisis haya estado tan presente y haya sido, paradójicamente, tan constante. Esta última característica es contradictoria porque, en una acepción elemental, las crisis serían los puntos de quiebre de un proceso, momentos de inflexión en un desarrollo dado que, justamente por eso, tienen el carácter de extraordinario, fuera de lo normal o lo habitual, súbito incluso. Vivir en una crisis sostenida parece, entonces, un contrasentido, acaso incluso un absurdo, sin embargo…
¿Es posible vivir de otra manera? La respuesta a esta pregunta es sencilla, pues de algún modo es binaria: Sí o No. Como en el famoso topoema de Octavio Paz, estas dos palabras, que son posibilidades, se nos presentan como los escenarios potenciales de múltiples formas de vida que aun en esa diversidad innegable, pueden tener un denominador común: la cooperación o la resistencia. ¿Con qué? En pocas palabras, con el sistema que nos mantiene en crisis perpetua, con este horizonte de posibilidades esencialmente económicas que funciona sobre la base de la acumulación de la riqueza, la explotación del trabajo y la consecuente desigualdad económica. Cooperación o resistencia.
A continuación compartimos 9 puntos orientados a dejar de cooperar en esa forma de vida y, a cambio, resistir, no vana, adolescentemente, sino como el primer paso que conduzca a la construcción de otro modo de ser y estar en el mundo.
En la filosofía occidental, uno de los principios vivificantes fundamentales ha sido la duda, esa operación de la inteligencia por medio de la cual nos preguntamos si eso que vemos, escuchamos o creemos entender es cierto, verdadero, real, si acaso no se trata de un mensaje que podríamos tomar en otro sentido. El cuestionamiento es notablemente útil cuando lo aplicamos a aquello que parece más evidente, más normal. La duda, por otro lado, no es meramente teórica, también puede dar paso a su correlato práctico, de acción política. Descartes puede ser uno de los mejores ejemplo a este respecto: comenzó dudando, pero de ahí pasó a estructurar todo un sistema de pensamiento que, a la postre, dio pie a buena parte de la manera en que ahora aprehendemos la realidad (esa fue su acción política, en el sentido amplio de este término). La sociedad funciona en buena medida sobre narrativas que otros construyen y que otros más sólo llegan a habitar. ¿Cuál es la tuya? ¿Es netamente tuya o de qué fragmentos está hecha?
Actualmente, el binomio conectar/desconectar es uno de los más presentes en nuestro actuar cotidiano, aunque quizá no con tanto dinamismo como tal vez suponemos. Es posible, en efecto, que muchos de nosotros más bien estemos de continuo conectados y sólo muy de vez en cuando, acaso nunca, nos desconectemos realmente. Tu teléfono móvil, tu trabajo, relaciones personales y sociales que te mantienen en el statu quo, etc. Romper con eso es, en cierta forma, romper también con el miedo, atravesar una membrana, quizá incluso dar un salto en el vacío, ¿pero no sería esto deseable al saber que del otro lado nos espera la construcción gradual de nuestra propia libertad?
Desde que el poder comenzó a conformarse como tal –es decir, como un elemento que posibilita la sujeción de la mayoría en manos de una minoría, sus detentores encontraron en el entretenimiento un medio efectivo para evitar que la muchedumbre cuestionara la legitimidad de su autoridad. La famosa locución latina panem et circenses (original del poeta romano Juvenal) condensó para la historia este método de control sobre las masas y los individuos. En nuestra época ese circo es permanente, lo tenemos literalmente al alcance de la mano y siempre ante nuestros ojos, en la multitud de pantallas que se iteran infinitamente adondequiera que miremos. La “sociedad del espectáculo” que conceptualizó el situacionista francés Guy Debord es hoy más vigente que nunca: por todos lados se nos ofrece un “espectáculo” que consumir, el cual, además, se presenta bajo el aura de lo urgente, lo necesario, lo imperdible. Todo, además, es susceptible de recibir dicho tratamiento espectacular: desde miles o millones de videos de YouTube con personas semidesnudas echándose un balde lleno de hielos hasta la manera en que el presidente de un país usa unos calcetines. Pero si a esto que es banal se da el trato de importante, ¿de qué nos están distrayendo? ¿Qué es lo que realmente está pasando?
A pesar de sus lineamientos y sus programas, sus discursos, sus promesas y sus supuestas ideologías, los partidos políticos no son otra cosa que engranajes del mismo sistema. Es cierto: el acercamiento a la realidad de un partido de derecha y de otro de izquierda puede ser diferente, pero al final, en un sentido estructural, ninguno buscará cambiar realmente el estado de las cosas. ¿Por qué? Simple: porque hacerlo significaría su propia desaparición. Los partidos políticos son parte de esa minoría que no hace otra cosa más que repartirse el poder, participar en ese juego de suma cero en que ganar algo significa quitarle a otro la posibilidad de tenerlo. La alternativa, en este sentido, es la autoorganización, la convivencia política cotidiana entre pares, no bajo la sumisión de un politburó.
“Ningún hombre es una isla”, escribió atinadamente John Donne. Nadie puede vivir aislado y, en efecto, la comunicación es un impulso natural del ser humano, gregario por esencia. Esto, sin embargo, no significa que no podamos elegir con quién juntarnos, por decirlo de alguna manera. Todos los medios masivos de comunicación tienen su propia agenda, sus intereses corporativos y de grupo. Infórmate sobre éstos. Consulta una noticia importante en distintas fuentes y date cuenta de las diferencias con las que se presenta la información. La palabra “manifestantes” no tiene las mismas implicaciones que “inconformes” o “vándalos”, con todo, distintos medios pueden usarlas para contar el mismo hecho. En casi todos los casos, los grandes consorcios de medios apuestan por la conservación del statu quo, lo cual implica que sean aliados de las clases dominantes, que perpetúen el discurso hegemónico, que releguen a las minorías, etc. Leer no es únicamente repasar palabras o imágenes para aprehender uno de sus significados, sino distinguir también eso que se encuentra entre líneas.
En pleno siglo XXI, más de 500 años después de las utopías optimistas del Renacimiento, el ser humano continúa viviendo en guerra. La industria de las armas es una de las más rentables de nuestro tiempo y todos los días ocurre en el mundo un acto violento relacionado con su mercancía de muerte. Millones de personas enlistadas, muriendo y matándose con el único propósito último que ni siquiera le concierne a ellas, sino a las personas en el poder: preservar el statu quo. Este punto, sin embargo, también tiene un sentido metafórico. ¿No somos también un ejército de consumidores que se encaminan voluntariamente a la compra desenfrenada de cuanto artilugio se encuentra en el mercado? ¿No hay otro tipo de ejércitos no necesariamente provistos de armas de fuego que también guerrean por el sistema y defienden sus causas?
Estamos vivos: enfermarnos es inevitable. Con todo, ello no implica que abdiquemos de la responsabilidad de nuestra propia salud para cedérsela a la poderosa industria de los fármacos, que ha convertido el decaimiento natural de nuestro cuerpo en su propio negocio. Cuida tu alimentación, realiza cotidianamente alguna actividad física, cultiva tus relaciones personales, cuando sea posible opta por alternativas tradicionales y naturales de sanación (que, por otro lado, en muchos casos son antiquísimas: el ser humano no siempre se “curó” con medicinas), no creas todo lo que te dice la industria farmacéutica. En una palabra: hazte cargo de tu cuerpo (y tu espíritu).
La guía más sencilla a este respecto la dio recientemente el nutriólogo Michael Pollan en una sola línea: “Si viene de una planta, cómelo; si fue hecho en una planta, evítalo”. La industrialización de los alimentos conlleva el añadido de peligrosos componentes que les permiten durar más (conservadores), tener un aspecto más atractivo (colorantes artificiales) o un gusto distintivo (saborizantes) e incluso resultar de una producción más rentable (organismos genéticamente modificados). Sin embargo, la consecuencia no dicha de este proceder es que esos aditivos empleados pueden resultar tóxicos en el largo plazo para el ser humano, provocar enfermedades terribles como el cáncer, volvernos adictos a una sustancia (el azúcar o el glutamato monosódico, por ejemplo), etc. En suma, trastornar nuestro cuerpo. Antes recomendamos cuidar tu alimentación, pero quizá sería mejor precisar eso en “atiende tu alimentación”: pon atención en qué estás llevando al interior de tu cuerpo, con qué lo estás haciendo vivir. ¿Regarías una planta diaria y exclusivamente con una bebida gaseosa altamente azucarada? ¿Se la darías de beber a tu perro? ¿Por qué lo haces contigo?
Este es quizá el punto menos sencillo de todos. Estamos inmersos en un sistema que en un siglo ha convertido el consumo en una de las etapas fundamentales de su dinámica de funcionamiento. El consumo ha adquirido tal importancia que prácticamente se encuentra en todas las acciones posibles de nuestro actuar: consumimos información, alimentos, mercancías, estímulos e incluso las relaciones personales, las emociones y los sentimientos son susceptibles de convertirse en objetos de consumo. Como los estoicos, podríamos probar a vivir con lo menos posible (materialmente hablando), sin embargo, esto no es suficiente. El consumo es también una suerte de mindset, un fragmento del aparato ideológico con el cual aprehendemos, habitamos y experimentamos el mundo. Una forma de ser y estar. La alternativa quizá sea entender eso de otro modo. Darnos cuenta, por ejemplo, de que no todo lo que se rompe tiene forzosamente que desecharse y reemplazarse de inmediato. Que no porque algo se produzca tiene necesariamente que consumirse. Que el bienestar auténtico descansa en un puñado de bienes (algunos materiales, inevitablemente, otros muchos no).
¿Qué te parece? ¿Qué actos y decisiones agregarías tú en este mismo espíritu? No dejes de compartirnos tu opinión en la sección de comentarios de esta nota o través de nuestros perfiles en redes sociales.
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Imagen de portada: Banksy, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=18022123