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El concepto de viaje en la obra de Watanabe es un aliento fresco y profundo que revoluciona la animación japonesa

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La animación bidimensional ha producido asombro desde sus comienzos –por ejemplo, disfrutar de un dinosaurio que baila e interactúa con una persona real sorprendió al público que vio Gertie a principios del siglo XX. Hoy somos varias las generaciones que hemos gozado de las aventuras de personajes ficticios que viven gracias a la consecución de cuadros dibujados que dan la ilusión de movimiento.

Sin lugar a duda la animación japonesa, conocida como anime (no confundir con el manga, que es una historia gráfica a manera de historieta o tira cómica), se ha ganado un lugar especial en el imaginario; la manera de abordar esas historias de robots gigantes que atentan contra la ciudad, animales imaginarios, ángeles y demonios de otras dimensiones, así como su singular estética, ha generado toda una identidad y un mercado en constante expansión. De esas historias excéntricas y alocadas se pueden nombrar algunos ejemplos icónicos que a cualquiera que disfrute del género le emocionan profundamente, casi me atrevo a pensar que de la misma manera que las narraciones épicas antiguas o alguna producción cinematográfica clásica. 

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El director japonés Shinichiro Watanabe (1965) ha inspirado al mundo con  travesías  animadas en el espacio, por el antiguo Edo y sobre las calles de Brasil; son maduras animaciones de estilo único que integra diversos géneros cinematográficos, recursos literarios bien empleados y un gusto excepcional por la música. Series como Cowboy Bebop, Samurai Champloo y Michiko to Hatchin se distinguen por ser profundas animaciones que cumplen cabalmente con el ciclo del héroe que aceptando la llamada se embarca en la aventura de su vida, que concluye con la superación de las limitaciones histórico-personales para al final cambiar el mundo en el que vive, después de haber tocado a varios personajes y habiendo cumplido una especie de apoteosis cuadro a cuadro. Otro reconocido trabajo de este prolífico director es su participación en la serie Animatrix, desprendida de la revolucionaria saga de la Matrix; sus episodios son los de Kid Story y A detective Story.  

La construcción de sus historias involucra una visión anacrónica muy creativa, de tal manera que en el antiguo Edo se incluyen elementos del Japón moderno como vestimentas actuales y música hip hop, o en una oda espacial caben vestimentas de los años 20 mientras las persecuciones intergalácticas son musicalizadas por una fina banda sonora de jazz conducida por Yoko Kanno. Cowboy Bebop es una de sus historias más representativas; el viaje que emprende la tripulación del Bebop ilustra el destino dramático  de un grupo de cuatro outsiders que buscan en la peligrosa profesión de cazarrecompensas la satisfacción de sus impulsos aventureros y, sin darse cuenta, conforman una familia un tanto cómica que resuelve un camino de pruebas individuales y colectivas; validos de ayudas sobrenaturales, amuletos y llaves se embarcan en una  odisea muy singular. 

Cualquiera de sus historias contiene la dosis adecuada de diversión, aventura, filosofía y una revolucionaria comprensión del viaje individual; también son un indiscutible modelo ejemplar digno de seguir en su manera de percibir las relaciones humanas. En suma, su trabajo es material transformador que mantiene la atención al filo.