Anaconda, pitón birmano, boa constrictor, nombres peculiares, títulos emblemáticos que remiten a organismos arcaicos y descomunales, más propios de mitologías milenarias que del universo real. Colosos imponentes cubiertos por escamas con patrones de coloración intrincados. Dragones sin piernas. Depredadores furtivos capaces de devorar de un solo bocado a prácticamente cualquier otro animal. Entidades biológicas de proporciones dantescas que para el grueso de la humanidad representan bestias temibles, probables protagonistas de pesadillas ansiosas y delirios febriles o quizás, para el naturalista aventurado, encuentros afortunados dentro de la floresta. Criaturas de locomoción desconcertante y textura cautivadora dotadas con lengua bífida, uno de los olfatos más agudos que se conozcan y visión térmica. La fauna llevada a su grado más extremo: 100kg de vértebras y costillas ancladas por músculos poderosos embebidos en varios metros de piel lustrosa. Sin duda, una de las manifestaciones más turbadoras y fascinantes de la evolución.
Los primeros reportes de exploradores occidentales sobre avistamientos de monstruos que rebasaban los 10m de largo en lo profundo de las junglas malayas fueron recibidos en la Europa colonialista con escepticismo. Los científicos tempranos fueron tachados de sufrir alucinaciones debidas al calor de los trópicos o pecar de imaginación desbordarte ante el exótico panorama. ¿Quién culpa a los ignorantes? Después de todo, si no se ha presenciado la magnificencia de un verdadero titán en carne viva, no resulta sencillo comprender sus dimensiones. Aunque a decir verdad, aquellos registros antiguos definitivamente constituían una ligera exageración, pues al día de hoy no se ha comprobado la existencia fidedigna de ningún ejemplar que rebase los 9m de largo. No obstante, cualquier serpiente de más de 6m de envergadura y 50kg de peso, honestamente resulta intimidante; más si uno se encuentra inmerso en la vegetación y la fiera tiene hambre.
La noción infantil que coloca la supremacía silvestre en manos de un felino no podría estar más equivocada. No señores, la verdad es que el león no es el rey de la selva, sino la gran serpiente que lo acecha sumergida en el pantano. Nos encontramos en los dominios de la familia Boidae: los ofidios más grandes que existen. Reptiles rotundos que coronan la cadena alimenticia de las zonas cálidas del planeta y no son selectivos con su merienda. Cazadores voraces que matan por constricción. El famoso abrazo de la muerte: 100kg de carne correosa que se enredan en torno al cuerpo de la presa y la apretujan hasta aniquilarla por asfixia. Digamos que el cuento de El principito dramatiza un tanto con la boa que se come un elefante, pero no por mucho. Dependiendo de en qué latitud del mundo nos encontremos las serpientes gigantes pueden llegar a consumir cocodrilos, venados, búfalos de agua, cebras, vacas y hasta humanos. El “hasta humanos” funcionando solo como una herramienta léxica para dar énfasis a la frase, pues llegado el momento de un improbable ataque en realidad los Homo sapiens seríamos captura fácil.
Entendámonos de una vez, la eficacia letal de estos gigantes no consiste en ahorcar a su captura –como afirma la creencia popular– sino en restringir su respiración. La secuencia de eventos transcurre más o menos de la siguiente manera:
1) La serpiente localiza una posible presa detectando su presencia por medio del olfato (recoge moléculas del aire con su lengua bífida y las introduce en el órgano de Jakobson), después coteja la información sensorial recibida utilizando sus fosetas termosensibles –que le permiten percibir el calor que emiten los cuerpos animados y generar una imagen infrarroja de sus alrededores– y cuando por fin está segura, ¡tras! se abalanza sobre su captura con la velocidad de un disparo.
2) El primer contacto se da a través de la mandíbula, las fauces de la serpiente se ciernen sobre la carne del animal elegido, sus dientes penetran en el tejido y fungen como punto de apoyo para que el resto del ofidio se enrosque en torno al tronco de su víctima. El movimiento es vertiginoso, fracciones de segundo y el atacado se encuentra en la penosa situación de tener varias vueltas de músculos escamosos enredados en torno a su anatomía.
3) Es entonces que la serpiente comienza a aplicar el castigo. Cada vez que el subyugado exhala, la serpiente aprieta un poco más: constriñe el tórax del desafortunado impidiendo así que, en la siguiente inhalación, el aire penetre en esa fracción de sus pulmones. Con cada exhalación se ciñe un poco más el abrazo, hasta que el preciado oxígeno deja de llegar en su totalidad y la vida abandona al individuo embestido. Claro que en algunas ocasiones los huesos del fenecido también terminan hechos añicos.
4) Después comienza ese baile singular por intentar meter la presa a la boca y tragarla completa. El hueso de la mandíbula inferior de las serpientes se encuentra separado en dos fracciones unidas por ligamentos, lo que las dota con la posibilidad de distender las fauces a tamaños inverosímiles y devorar así organismos en ocasiones varias tallas más grandes que su propio contorno. Quizás para el ciudadano promedio el movimiento sugiera a aquel de enrollar un calcetín sobre el pie y para el campesino versado en las artes de la carnicería, al de embutir chorizo dentro de una tripa de cerdo.
5) Con la paciencia de un caracol la gran bestia avanza engullendo centímetro tras centímetro de la silueta de su merienda. Un bocado largo y penoso con persistentes acomodos de las mandíbulas y movimientos musculares continuos. El esófago se distiende conforme la presa avanza hacia el gran estómago y una modificación en la traquea evita que la serpiente se ahogue durante el proceso de deglución. Los músculos se contraen ganando paulatinamente terreno sobre el cuerpo hasta que el cadáver desaparece completamente en los adentros de la fiera, dejando tan solo un bulto sobre el vientre de escamas como testigo de su existencia.
Finalizado el banquete, la bestia busca un refugio con temperatura elevada y se entrega a la pesada labor de digerir su merienda. Se trata de un proceso gástrico sumamente arduo que involucra desintegrar y asimilar todas las capas biológicas que componen al animal que engulló. Para lo cual son necesarias algunas alteraciones significativas en la fisiología habitual de la serpiente. El corazón aumenta en un 25% para ser capaz de satisfacer la gran cantidad de sangre demandada por los distintos órganos del sistema digestivo. El pH estomacal disminuye notablemente alcanzando uno de los niveles más ácidos reportados en la gama de la zoología, los intestinos incrementan de tamaño y la vesícula se reduce. Dependiendo del tamaño de la presa y la temperatura del medio el proceso de digestión puede llevar varios días y los nutrientes y proteínas aportados rendirle al ejemplar lo suficiente para sobrevivir por un período de tiempo prolongado antes de que requiera buscar nuevo sustento. En vida libre no es inusual que los titanes pasen semanas e incluso meses sin comer.
Quizás sea un buen momento para ahondar en otra concepción errada sobre estos organismos. El término sangre fría, aunque de amplio uso, no es del todo preciso. Las serpientes, al igual que el resto de los reptiles, en efecto no regulan su temperatura internamente, como lo hacen aves y mamíferos, sino que dependen de la del medio (carácter denominado como ectotermo). No obstante, este hecho no significa que tengan la sangre realmente fría, por el contrario, tras pasar largas horas al Sol, en ocasiones su temperatura rebasa los parámetros que para nosotros representarían un cuadro de fiebre mortal. Pero bueno, suficiente con el repaso lingüístico, hay varios puntos más interesantes que tocar; tan solo concluyamos declarando que si fuera menester ponernos estrictos con la terminología, la forma correcta de designar este tipo de fauna sería poiquilotermos.
Abriendo el rubro del tamaño real que pueden alcanzar los gigantes existe mucha controversia. No será difícil imaginar que la historia siempre ha estado plagada de reportes dudosos, registros con mediciones equívocas e individuos sospechosos que claman haber visto, o tenido en sus manos, ejemplares mucho mayores a los récords corroborados para las distintas especies. El asunto agravado considerablemente por la dificultad implícita en medir adecuadamente a un serio contendiente al puesto de la serpiente más grande del mundo. Como podrá comprenderse colocar un flexómetro sobre una de estas bestias no es una empresa que resulte nada sencilla, menos aún cuando se trata de un organismo salvaje o agresivo.
¿Cómo explicarle a la fiera reptiliana que lo único que necesitamos es que se suba en la báscula? Imposible optar por la estrategia del razonamiento y tampoco resulta aconsejable elegir la vía del sedante o el famoso dardo tranquilizador, pues anestesiar reptiles es materia de complejidad extrema e invariablemente pone en riesgo la vida del ejemplar. Lo que generalmente deviene en estimaciones exageradas incluso por parte de aquellos con pretensiones honestas. Así es que, como se puede constatar, estamos ante un acertijo espinoso. Los museos, en este caso, han probado no ser materia de referencia ya que las pieles curtidas de organismos colectados en la antigüedad arrojan datos poco confiables, pues incrementan de tamaño durante el proceso de conserva.
Lo que es seguro es que desde que la Sociedad de Fauna Silvestre de Nueva York ofreciera una jugosa suma de 50 mil dólares a quién entregara una serpiente viva de más de 9m de largo hace ya varias décadas, nadie ha sido capaz de reclamar la recompensa.
El libro de los récord Guinness actualmente otorga el título de la serpiente en cautiverio más grande jamás medida a Medusa, un pitón reticulado propiedad de Full Moon Productions en Kansas City, que el 12 de octubre de 2011 obtuvo una imponente marca de 7.67m de largo y 158.8kg de peso.
Medusa arrebató el título a Fluffy, que cuando fue medida en octubre del 2009 ostentó un impresionante tamaño de 7.3m.
Para cerrar la primera parte de este breve tratado, es necesario mencionar dos cosas importantes. La primera es que, por muy intimidantes que puedan llegar a parecer, los ofidios gigantes en vida libre no representan una amenaza real para el humano. Aunque si bien es cierto que existen algunos registros perturbadores de ataques fatales, principalmente en comunidades selváticas aisladas en el Amazonas y el archipiélago indonesio, son eventos más bien contados pero que reciben la inflación amarillista de los medios.
En todo caso, son ellas las que deben temer a nosotros, la destrucción trepidante del entorno, el miedo infundado, la industria peletera y el incesante tráfico de fauna exótica han diezmado las poblaciones de serpientes en general a grados alarmantes, ocasionando que cada vez sea más difícil encontrar un ofidio en libertad y ya no digamos un ejemplar de proporciones descomunales. Lo que conduce directamente al segundo punto, las mascotas. Salvo por contadas instancias, en las que una persona responsable y dedicada tenga un interés genuino, las serpientes no deberían formar parte del catalogo ofrecido normalmente por las tiendas de animales; menos aún como mascotas para niños. No son, ni nunca serán, animales completamente domésticos. Sus necesidades básicas son difíciles de satisfacer y mantenerlas en cautiverio implica una serie de compromisos cotidianos a largo de muchos años. Todos sabemos que los gringos están locos, así que en este caso, como en tantos otros, no tenemos por que copiar su forma de vida. El Internet está plagado de idiotas que presumen sus pitones de 6m paseando por la sala o jugando con sus bebés y basta ver el desastre ecológico que están causando los pitones liberados por dueños irresponsables en los Everglades, Florida, para comprobar que no es un asunto que se pueda tomar muy a la ligera.
Pero basta por ahora, los ojos están cansados y la mente turbia. Más respecto del tema y un catálogo de las especies que integran el conjunto de las serpientes más grandes del mundo, en la siguiente entrega de BESTIARIO.
Twitter del autor: @cotahiriart