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Esta espectacular serie pictórica muestra a la época victoriana como un periodo de banalidad y surrealismo mortífero

La taxidermia ha sido una técnica utilizada durante siglos para crear efigies antropomórficas reales y surreales. El arte y ciencia de montar piel, plumas o escamas de animales muertos sobre un molde ha sido utilizado por figuras importantes como Charles Darwin, quien lo aprovechó para completar sus observaciones descritas en su famoso diario del Viaje del Beagle. Sin embargo, fue la época victoriana la que engendró una tendencia meramente caprichosa de esta técnica. Los taxidermistas de aquellos años empleaban los cadáveres fáunicos ya no como objeto de estudio sino como accesorio lujoso. La época victoriana --donde era bastante común mirar sombreros con aves montadas bajo el proceso de taxidermia, fue quizás pionera en propagar la explotación e importación de pieles y plumas preciosas como apéndice de la moda entonces.

Un segundo propósito, y uno quizás más surrealista, que dominó aquella época tétrica fue el montaje de animales antropomorfos realizando alguna actividad humana. Los retratos del taxidermista Walter Potter fueron algunos de los más preponderantes, simbolizando una especie de critica a la banalidad victoriana. Sus figuras algunas veces llegaban a mixear extremidades de varios animales que terminaban por engendrar una nueva esfinge fantástica que no precisamente resultaba bella.  

Potter fue la máxima inspiración de Mothmeister, una pareja de holandeses que crearon esta espectacular serie pictórica en la que se muestran extraños seres surrealistas utilizando atuendos victorianos. Cada uno sostiene animales conservados bajo el proceso de taxidermia: un búho, una cabra, un mono, una cebra y hasta un canguro, la mayoría de ellos disfrazados también como lúgubres victorianos. El cuento de hadas post mortem de nombre Wounderland, intenta retratar “criaturas anónimas horribles” como una reacción contra el exhibicionismo dominante de las normas modernas de la cultura selfie, así como criticar los estándares de belleza comercializados por los medios de comunicación. El resultado: la muerte en folclórica exhibición.