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La educación sentimental de las masas está en manos de las pantallas: el futuro inmediato nos enfrenta a la posibilidad de ser nuevos romanos sumidos en la miseria existencial observando cómo otros seres humanos se destrozan física y emocionalmente para nuestro deleite

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En un famoso discurso, David Foster Wallace cuenta un chiste sobre dos pececillos que van nadando y se topan con un pez viejo que les dice “Hola, chicos, ¿cómo está el agua hoy?”, a lo que los pequeños responden “¿Qué es agua?”. Este pequeño koan sirve para ejemplificar nuestra cercanía y nuestra ignorancia respecto a la cultura de la pornografía; no se trata de estar “a favor” o “en contra” de las representaciones de los cuerpos de hombres y mujeres en la industria del entretenimiento y los medios sino de analizar las repercusiones que tienen en la sociedad. En pocas palabras, se trata de cuestionar el “agua” social en la que estamos inmersos, y tal vez ahogándonos.

Gail Dines es socióloga, feminista y autora del libro y documental Pornland: How Porn Has Hijacked Our Sexuality (Pornolandia: cómo el porno ha secuestrado nuestra sexualidad). Según su análisis, la prevalencia y accesibilidad del porno no es sólo un fenómeno de la industria del entretenimiento, sino parte de una estrategia política que busca desvalorizar los cuerpos de las personas y acostumbrarnos no sólo a ser partícipes de la tortura y la vejación sino a disfrutarla.

Cuando luchas contra el porno, luchas contra el capitalismo global. Los capitalistas de riesgo, los bancos, las compañías de tarjetas de crédito, todos están en la cadena alimenticia. Por eso es que nunca ves noticias contra el porno. Los medios están implicados. Se acoplan financieramente con estas compañías. El porno es parte de esto. El porno nos dice que no tenemos nada como seres humanos: límites, integridad, deseo, creatividad y autenticidad. Las mujeres se reducen a tres orificios y dos manos. El porno está inmiscuido en la destrucción corporativa de la intimidad y conexión, incluyendo la conexión con la Tierra. Si fuéramos una sociedad de seres humanos completos, conectados en comunidades reales, entonces no necesitaríamos ver porno. No podríamos ver a otro ser humano bajo tortura.

A menudo defendemos el derecho a ver porno y disfrutar de nuestro cuerpo como una ventana a las fantasías y zonas oscuras, acaso inconfesables, de nuestra psique; el problema es que la fantasía puede transformar la vida de otros en un infierno. Comenzó con la despersonalización de los actores y actrices de la industria porno, que terminaron siendo absorbidos por categorías al uso: ya no se trata de mujeres sino de teens y MILFS categorizadas según sus rasgos étnicos en rubias, morenas, negras, latinas o asiáticas, y según sus intervenciones quirúrgicas, en naturals o fake boobs. No sólo los senos, sino los rasgos faciales de las mujeres del porno comienzan a homologarse a medida que las cirugías continúan: labios gruesos, pómulos salientes, cejas enarcadas; cuerpos plásticos como estatuas, erecciones inducidas químicamente y vello púbico inexistente: el sexo de los ángeles. Pero como cualquier deportista de alto rendimiento, las estrellas porno también tienen un período de gloria y un largo retiro: sólo hay cierta cantidad de gang bangs y dobles penetraciones que el cuerpo de una mujer puede soportar. A veces aparecen noticias sobre exestrellas porno que deben someterse a reconstrucciones anales o vaginales luego de sesiones especialmente extremas de rosebudding, pues no se puede vivir del prolapso anal más que por cierto tiempo.

Pero la despersonalización no termina aquí: el caso de las estrellas porno sólo es más visible porque es más público, pero es el síntoma de la enfermedad del trabajo moderno: niños trabajando turnos de 14 horas en cada país del tercer mundo, alimentando la maquinaria turística y corporativa del capitalismo global. El porno sólo es la cereza perversa del pastel.

Si vas a darle a un pequeño porcentaje del mundo la vasta mayoría de la riqueza, más vale que tengas un buen sistema ideológico en orden que legitime el sufrimiento económico de todos los demás. Esto es lo que hace el porno. El porno te dice que la inequidad material entre mujeres y hombres no es resultado del sistema económico. Está biológicamente sustentada. Y las mujeres, al ser putas y perras y buenas sólo para el sexo, no merecen equidad completa. El porno es el vocero ideológico que legitima nuestro sistema de inequidad material. El porno es al patriarcado lo que los medios son al capitalismo.

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Algunas cifras son pertinentes para demostrar que el porno no se trata sólo del placer y el empoderamiento sino que, a partir de cierto punto, se ha vuelto una forma de explotación más:

  • Las ganancias de la industria mundial del porno se estiman en 96 mil millones de dólares.
  • El mercado del porno en Estados Unidos solamente vale 13 mil millones de dólares.
  • Existen 420 millones de páginas porno en internet y 4.2 millones de sitios web.
  • Se realizan 68 millones de búsquedas de porno en internet diariamente.

A decir de Dines, el porno tradicionalmente se dirige a un público masculino. Comenzó con la glamourización de revistas como Playboy y Hustler, que integraron la comodificación de la mujer al estatus de clase media alta. Este mismo proceso  atravesó por una curiosa democratización a medida que el formato cambió: de las revistas pasamos a los VHS (formato que, de hecho, fue adoptado masivamente gracias al porno), al DVD y de ahí al internet. En el curso de tres o cuatro generaciones, ver mujeres desnudas dejó de ser suficiente. ¿Pero qué pasa cuando necesitamos verlas siendo objeto de violencia y brutalidad?

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Alrededor de los 12 y 15 años desarrollamos nuestros parámetros sexuales. Llegas [a los chicos] cuando comienzan a construir su identidad sexual. Los tienes de por vida. Si comienzas masturbándote con pornografía cruel, violenta, hardcore, entonces no vas a desear intimidad y conexión. Los estudios muestran que los chicos están perdiendo interés en el sexo con mujeres reales. No pueden sostener una erección con una mujer real. En el porno no se hace el amor. Se trata de hacer odio. Él la desprecia a ella. Él está asqueado y molesto con ella.

Según la socióloga, este ciclo que comienza en la adolescencia no hace sino incrementarse y agravarse. No se trata de una enfermedad personal sino cultural, social y, en último término, económica: la incapacidad para enseñarnos a cuidar unos de otros produce un ansia destructora que el porno parece fomentar y satisfacer, sólo para volver a comenzar el ciclo.

La violencia, la crueldad, la degradación y el odio [también] se vuelven aburridos. Así que sigues incrementándolo. A los hombres les excitan las mujeres sumisas del porno. ¿Quién es más sumiso que los niños? La ruta inevitable de toda pornografía es la pornografía infantil. Y es por ello que las organizaciones que combaten la pornografía infantil y no combaten el porno adulto cometen un grave error.

Nuestros padres veían (o ven) porno; nuestra generación creció viendo porno, y probablemente nuestros hijos estarán expuestos a más cantidades de porno de las que existen actualmente en el planeta. Hay muchas preguntas qué formular, pero una de las más urgentes tiene qué ver con plantearnos seriamente si nuestro placer consumista bien vale una regresión histórica a los años previos a los derechos laborales, es decir, si estamos dispuestos a asumir que existen nuevas industrias de la esclavitud montadas para satisfacer los deseos de las clases medias endeudadas eternamente, y que mantener la pugna entre hombres y mujeres al interior de esa clase es un rentable negocio. Como dice Dines:

La pornografía ha socializado la observación de la tortura sexual en una generación de hombres. Uno no nace con esa capacidad. Se te debe entrenar para ella. De la misma forma en que entrenan soldados para matar. Si vas a cometer violencia contra un grupo primero tienes que deshumanizarlo. Es un antiguo método. Los judíos se vuelven ‘kikes’, los negros se vuelven ‘niggers’, las mujeres se vuelven putas [cunts]. Y nadie transforma a las mujeres en putas mejor que el porno.