La escritura, como medio de comunicación, es un fenómeno cultural relativamente reciente. Se estima que el lenguaje tiene alrededor de 200 mil años, mientras que los sistemas de escritura tienen alrededor de 6 mil años. A diferencia de la adquisición natural del lenguaje que es espontánea, autoorganizada y con poca supervisión, las habilidades de lectoescritura se adquieren a través de un proceso extensivo de aprendizaje y práctica supervisada en ambientes escolares. Sólo en las últimas décadas las campañas de alfabetización han vuelto la lectura y la escritura una habilidad generalizada en el ser humano.
Sin duda, la escritura como innovación tecnológica ha contribuido al despegue cultural de la humanidad. El antropólogo social John Goody considera que la aparición del alfabeto fue fundamental para el desarrollo de la filosofía y la ciencia en la antigua Grecia. Por su parte, el filósofo e historiador Walter J. Ong propone que la primera transformación en el pensamiento humano ocurre cuando se pasa de la oralidad a la literalidad, es decir, cuando la cultura ya no sólo se transmite de forma oral sino también de forma escrita. El controversial psicólogo Julian Jaynes elaboró una teoría a partir de la lateralización del lenguaje en el cerebro. Es bien sabido que para la mayoría de las personas las áreas de lenguaje se encuentran primordialmente en el hemisferio izquierdo, en el algunos casos en el hemisferio derecho, pero nunca distribuidas igualmente en ambos hemisferios. De ahí, Jaynes propone que antiguamente existía una mente bicamaral donde un hemisferio parecía que le hablaba al otro y lo comandaba, en una experiencia similar a las alucinaciones auditivas que sufren los esquizofrénicos. Posteriormente esta mente bicamaral colapsó, dando pie a una experiencia unitaria de conciencia. Jaynes cita a la escritura como uno de los agentes precipitadores de ese colapso, ya que liberó parcialmente a la mente de la memorización de las narrativas culturales orales, dando libertad para echar a volar nuestros pensamientos y volvernos más introspectivos y conscientes. A este respecto, en un artículo recientemente publicado, se preguntaron si podían rastrear la historia cultural de la introspección de forma cuantitativa; para ello analizaron diversos textos antiguos y calcularon la distancia semántica entre el concepto “introspección” y todas las palabras en el texto. Sus resultados muestran que la similitud de los textos con el concepto de introspección aumenta monotónicamente a través del tiempo, como en el caso del Antiguo al Nuevo Testamento.
Más allá de las especulaciones de las propuestas teóricas que presenté, es bien cierto que la escritura es diferente del habla: esta requiere un entendimiento adicional del contenido lingüístico. ¿Cuántas veces no hemos entendido algo que podríamos explicar de forma oral pero que nos resulta mucho más complicado escribir en un texto? O, ¿cuántas veces no hemos sentido la necesidad de escribir algo para clarificar nuestros pensamientos? El lenguaje escrito es de facto un sistema metalingüístico que codifica y objetiviza el habla. Inclusive se ha argumentado que puede extender nuestra cognición. ¿Qué significa esto? La propuesta de la mente extendida nos dice que la cognición no sólo se localiza dentro del cerebro sino que se extiende al cuerpo y al mundo que nos rodea. El uso de la escritura como tecnología representa una especie de memoria externa que nos permite almacenar, indexar, clasificar y resumir información. Al hacerlo, no sólo se representa y se interactúa con la información de forma diferente, también se facilitan nuevas formas de resolver problemas. Para leer más a fondo al respecto de esta discusión filosófica, les recomiendo este número de la revista AVANT.
La escritura sólo tiene sentido de existir si la lectura es posible. ¿Cuáles son las consecuencias de aprender a leer? Primeramente, logramos acceder al lenguaje a través de una nueva modalidad que es la visión. Siendo esta innovación tecnológica sólo recientemente generalizada, no podemos esperar que la evolución pudiese haber tenido tiempo de asimilar adaptaciones específicas para facilitar las habilidades de lectoescritura, a diferencia, por ejemplo, de la adquisición del lenguaje hablado. El neurocientífico Stanislas Dehaene propone que inventos culturales como la lectoescritura sólo son posibles en la medida en que pueden acomodarse a la estructura cerebral ya existente, es decir, reclutan circuitos neuronales funcionalmente compatibles y lo suficientemente plásticos para ser reciclados.
Las investigaciones demuestran que efectivamente existen áreas relacionadas con la visión y el lenguaje que se activan en respuesta a la lectura. En personas analfabetas, estas áreas desempeñan funciones de reconocimiento visual y de lenguaje; sólo a través del proceso de alfabetización estas áreas corticales se reorganizan y comienzan a cumplir funciones que facilitan la lectoescritura. Estudios con resonancia magnética funcional que comparan adultos alfabetizados y no alfabetizados muestran que un conjunto de áreas en el lóbulo temporal izquierdo se activan en respuesta tanto al lenguaje oral como al escrito. Además, se ha logrado identificar un área en la corteza visual ventral en el hemisferio izquierdo llamada área visual de la palabra (visual word form area, VWFA), que se activa en respuesta a letras o series de letras con o sin sentido. Personas previamente alfabetizadas con lesiones en esta área, subsecuentemente muestran dificultades para leer. Casualmente, el área VWFA en humanos analfabetas y monos presenta una preferencia natural por caras, formas de alta resolución en la fóvea y distintas configuraciones de líneas. Otra propiedad interesante es que esta área tiene una fuerte tendencia a considerar las imágenes espejo como invariantes. Los investigadores han ligado esta observación con la dificultad natural que algunos tenemos para diferenciar letras como la “b” de la “d” o la “p” de la “q” al inicio de la alfabetización.
Todo indica que las innovaciones culturales como son la lectura y la escritura inducen tanto una reorganización funcional en el cerebro como cambios cualitativos en nuestras facultades cognitivas. En la actualidad, los aparatos electrónicos inteligentes nos permiten interactuar constantemente con el mundo exterior, de forma múltiple y paralela. Podemos saltar de una tarea cognitiva a otra fácilmente, inclusive hacerla casi de forma simultánea: es posible tener varios chats abiertos, escuchar música, leer, escribir, conversar o realizar alguna actividad motora. ¿No les parece interesante especular si acaso estamos redefiniendo nuevos procesos cognitivos y, por tanto, reorganizando ese binomio mente-cerebro?
Twitter de la autora: @hjolko