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Uno de los experimentos mentales más sugestivos de la física cuántica explora la posibilidad de que seamos seres inmortales pero no podamos darnos cuenta de ello

suicide-machineLa física cuántica abunda en paradojas. Inesperadamente, sus hipótesis y conclusiones provisionales pueden expresarse por la vía de la metáfora, algo que no siempre sucede con el conocimiento científico, que por lo regular toma la forma árida del lenguaje académico.

Así, tenemos la paradoja del viajero en el tiempo (que se traslada al pasado para evitar su propio nacimiento) o el célebre caso del gato de Schrödinger, apenas dos de los ejemplos más populares de una disciplina que aun en su complejidad devolvió cierto carácter fantástico, especulativo a la ciencia.

En este sentido existe un “experimento mental” que, entre otras aristas interesantes, plantea la posibilidad de la inmortalidad en una situación en la que la vida se pone en juego. Se trata de un ejercicio conocido como el “suicidio cuántico”.

El experimento es este: imagina que construyes una máquina suicida, esto es, una máquina que al accionarla podría provocarte la muerte. Imagina, por ejemplo, que en una habitación no hay nada más que una silla y frente a esta un revólver apuntado directamente a tu cabeza. El revólver está conectado a un dispositivo que cada cierto tiempo (digamos, cada 10 segundos) mide el valor de giro de una partícula cuántica (por ejemplo, un protón radioactivo) y en función de dicha medición efectúa o no el disparo. La variable a medir puede ser el sentido del giro: si la partícula gira de izquierda a derecha, el dispositivo jala el gatillo; si el giro va de derecha a izquierda, la pistola no se dispara.

Construido esto, imagina que pones a funcionar la máquina. Para suerte tuya, la partícula va en contra de las manecillas del reloj. La pistola no se dispara. Pero el ejercicio no puede terminar ahí. Vuelves a accionar la máquina, el dispositivo vuelve a medir el giro del quark y de nuevo este va de derecha a izquierda. Y así una y otra vez: accionar la máquina para descubrir que la pistola no se dispara. Un intento después de otro, hasta el fin de los tiempos.

Ahora, imagínate de nuevo en el momento 0 del experimento. Imagina que pones en marcha la maquinaria y el dispositivo de medición muestra que la partícula gira de izquierda a derecha. ¡Bang! La pistola se disparó antes siquiera de que lo notaras. Estás muerto.

Sólo que, en realidad, no estás muerto, porque ya antes había ocurrido que el dispositivo no había tirado del gatillo. Entonces no puede ser que estés muerto. ¿O sí?

¿Cómo se resuelve esta contradicción? Con la idea del “multiverso”. En el principio de incertidumbre de Heisenberg, el observador afecta el comportamiento de lo observado, por lo que nunca podemos conocer con certeza absoluta todas las propiedades de una partícula. Sin embargo, en la interpretación de Copenhague de dicho principio, no es el observador quien provoca esto, sino que el universo en sí mismo tiene dicha cualidad: el universo no es universo, sino multiverso; el universo es simultánea y paralelamente todas sus posibilidades.

Dicho esto, ¿qué pasa contigo dentro de la habitación suicida? Que estás y no estás muerto siempre y al mismo tiempo, sólo que no puedes darte cuenta de ello. En el momento en que accionas la máquina que puede o no darte muerte, el universo se desdobla en todas la situaciones posibles, infinitamente. Quizá dejas de existir en un universo, pero en muchos otros continúas con vida. Mueres, pero sólo en apariencia; en realidad sigues vivo en algún universo paralelo.

¿Es posible, entonces, que ya seamos inmortales pero no podemos darnos cuenta de ello? Según la física cuántica, sí. Ahora mismo existe un universo en el que no existen ni el deterioro ni la muerte, y ahí también estás tú, quizá pensando qué harás con tu vida inmortal.

 

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