¿Qué es lo que hace sagrado a un objeto? No hablamos necesariamente de objetos ceremoniales, sino de todo aquel objeto que se vuelve único e insustituible para una persona o una comunidad.
Creamos objetos sagrados todo el tiempo, aun sin darnos cuenta. Basta ver a un niño cuando convierte un muñeco de peluche, una cobija, una almohada, en lo que los psicólogos llaman ‘objeto transicional': un objeto en el que depositan amor y tiempo, y que genera una angustia enorme cuando es perdido, aunque se intente sustituirlo con otro idéntico.
El objeto sagrado es como una parte de nosotros que se exterioriza, una manifestación de nuestros deseos. Son como piezas que regresan a la orilla y nos permiten reconstruir un recuerdo que ha naufragado en el mar del tiempo.
Cada objeto sagrado es un contenedor de historias que sólo pueden ser detonadas en la cabeza de quien las conoce. Dos de los grandes lamentos de los pueblos indígenas son la pérdida de sus territorios originarios y la pérdida de sus objetos ancestrales. Y esto no es casual, pues el territorio y los objetos sagrados son el vínculo que existe con los orígenes y con los dioses. Si se pierden estos vínculos se pierde la brújula, y no hay forma de tener contacto con la realidad.
Mientras más es usado un objeto sagrado, más precioso se vuelve. Tanto que incluso te sientes atraído a él; puedes sentir cómo tiene una energía distinta al resto de las cosas. Cada familia y cada comunidad tienen objetos que llevan con ellos mucho tiempo y que son heredados generación tras generación. Pero un objeto sagrado puede ser también un objeto ajeno que, con sólo verlo, nos atrae de una manera distinta. Como señala Kashiwaya Sensei, maestro de aikido, “Si tallas un Buda que no tiene ki, no se venderá. No atraerá a un comprador” .
Mientras un museo ve los objetos sagrados como obras de arte, las personas y los pueblos que los conservan los ven como objetos vivos, y cada que un objeto perdido está de vuelta, se le recibe igual que a un familiar desaparecido.
Estos objetos habitan un reino distinto; sólo entendemos parte de su realidad, así como no entendemos del todo a nuestros seres más queridos.